martes, 19 de noviembre de 2013

Marte, el planeta de nuestros horrores



Escenario de películas como la inolvidable Total Recall (El Vengador del Futuro), de Paul Verhoeven, un relato dis­tópico de Philip K. Dick en el que Marte se convertía nada menos que en destino turísti­co -aunque fuera virtualmente-: Planeta Ro­jo, de Antony Hoffman o Misión a Marte, de Brian De Palma, se suman a la lista cinematográfica.
Bautizado con el nombre del dios romano de la guerra. Marte ha despertado la imaginación de los astrónomos y de los astrólogos de tiempos pretéri­tos, y más tarde de escritores de la talla de H. G. Wells, cuyos "monstruos" de La Guerra de los Mun­dos procedían precisamente de allí. El caso es que hallar vida en Marte, aunque sea a nivel microbacteriano, es una de las prioridades actualmente de la NASA. Pero ese anhelo no es nuevo, aunque en otro tiempo adquiriera visos más de novela de ciencia fic­ción que de posibilidad puramente científica. Y es que la astronáutica no existía, aunque la imagina­ción de las personas respecto al espacio no era tan diferente a la nuestra.
En 1877, el astrónomo de origen italiano Giovanni Schiaparelli observó con un potente telescopio lo que parecían estructuras rectilíneas que formaban dibujos geométricos y que llevó a especular sobre un posible origen artificial de las mis­mas, hipótesis que defendería con fervor el rico estadounidense aficionado a la astrono­mía Percival Lowell, quien llamó a las mismas "canales" que, según sus palabras, habrían sido construidos por antiguas civilizaciones nada menos que para irrigar las planicies del planeta rojo.

Muchos de los
mitos que los
astrónomos del
pasado pusieron
sobre la mesa
con respecto a
Marte, las sondas
se han encargado
de eliminarlos.

Gran parte de la iconografía popular de los "marcianos" como extraterrestres "tipo" pro­viene de las obras que Lowell escribió sobre los supuestos canales y la civilización avan­zada que los habría creado, en libros como Mars (1895), Mars and Its Cañáis (1906) o Mars as the abode oflife (1908); textos vi­sionarios para algunos que inspirarían a au­tores de la talla de Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán, quien comenzó una serie de novelas sobre los habitantes de Marte. Con su nombre se bautizó el cráter Burroughs del planeta rojo.


A merced de las inclemencias
Pero, ¿cómo es Marte? ¿Qué secretos guar­da? Los científicos cuentan con que alrede­dor de 2030 se envíe la primera misión tripulada al planeta rojo, algo complicado tanto logística como económicamente. Ello sin entraren la competencia espacial entre los países, teniendo en cuenta que los avan­ces en el campo de la astronáutica de China o la India, entre otros, comienzan a hacer sombra a Rusia e incluso a los mismos Esta­dos Unidos. De hecho, Buzz Aldrin, el mítico astronauta que pisó la Luna junto a Neil Armstrong en la que hasta ahora sigue siendo la epopeya espacial más compleja y exitosa de la historia, afirmó recientemente que "debe haber un consenso entre los países para ir a Marte", con una fórmula de colaboración si­milar a la de la ONU. Uno de los principales anhelos de la industria espacial, si tenemos en cuenta que los expertos ven a este plane­ta como uno de los principales candidatos pa­ra albergarvida; misión esta, la de hallar prue­bas de la misma, de la última sonda que se­rá lanzada hacia Marte en marzo de 2012, el robot Curiosity, sustituto mejorado de sus her­manos Spirit y Opportunity, lanzados en 2004. El artefacto ha sido diseñado para pa­sar al menos un año marciano -equivalente a unos dos años terrestres- investigando la re­gión seleccionada -la NASA baraja actual­mente cuatro posibles puntos de amartizaje- para evaluar su habitabilidad, las condiciones que harían que alguna vez hubiese existido agua en el planeta, y portante, pudiera alber­gar vida de algún tipo.



Así las cosas Marte sigue despertado la fascinación y el temor de antaño, como esa última frontera que ya no se antoja inalcanzable.

El gran desafío, no obstante, es el proyecto de una misión tripulada de 900 días, inmer­sa en el programa de la agencia espacial es­tadounidense denominado Constellation, cu­ya nave llevaría una tripulación mínima en un espacio de tiempo comprendido entre 607 meses; una vez allí, los tripulantes permane­cerían alrededor de 550 días sobre la super­ficie marciana, aunque el programa, como es de prever, está en desarrollo.
Se calcula que la nave tendrá unas 400 to­neladas de peso que se ensamblará en órbi­ta empleando como vehículo de transporte varias lanzaderas Ares V. La idea es enviar tri­pulantes cada 26 meses, quienes deberán trasladar hasta 50 toneladas de carga, em­plear un método de descenso potente y ae­rodinámico -que hasta ahora es prácticamen­te imposible- y tomar decisiones autónomas sobre la marcha, sin el apoyo de la base, de­bido a los 40 minutos de retraso en las co­municaciones entre la Tierra y Marte. La pri­mera tripulación sería precedida de otras mi­siones no tripuladas encargadas de trasladar el módulo de carga y el habitat artificial que se colocaría sobre la superficie marciana. Son muchos los interrogantes que rodean a esta misión cuasi secreta, para la que aún tendre­mos que esperar mucho. Está prevista para febrero de 2031. La gran pregunta es, ¿po­drán regresar los tripulantes tras realizar su misión? Eso parece aún más complicado.
Pero a pesar de los sueños colonizadores del hombre por Marte, cuarto planeta del Sis­tema Solar, lo cierto es que las condiciones de vida en el mismo no serían fáciles -si es que fuesen posibles- para el hombre. Su atmósfera es muy densa -además de muy es­caso su oxígeno-, lo que provoca vientos muy fuertes y grandes tormentas de polvo que, en ocasiones, pueden durar meses y abarcar to­da la superficie del planeta. Sus nubes pre­sentan tres colores: blancas, amarillas y azu­les, lo que despertaría sin duda la imagina­ción de cualquier escritor de ciencia ficción.



Misterios desvelados
Se sabe que aquellos "canales" que Schiapa-relli había divisado con su telescopio en el si­glo XIX no eran sino formas caprichosas del paisaje, pero hasta no hace mucho tiempo so­brevivían misterios en el planeta rojo que des­pertaban la imaginación de muchos.
Un ejemplo claro es el de la llamada "Ca­ra de Cydonia", fotografiada por la sonda Viking 1 en 1976. Para muchos, aquella forma­ción que se asemejaba a un rostro humano era artificial, prueba de que alguna inteligen­cia extraterrestre habitó o visitó Marte en el pasado. Nuevas imágenes a alta resolución tomadas por la sonda Mars Global Surveyor entre 1998 y 2001, y por la Mars Odyssey en 2002, demostraron que la formación ya no se asemejaba en nada a una cara y que todo ha­bía sido fruto de la pareidolia sobre la super­ficie marciana. El misterio fue desvelado. No obstante, los amantes de las teorías de la conspiración señalan que dichas fotografías son falsas y que la intención de los gobier­nos, principalmente el norteamericano, es ocultarnos las evidencias sobre una civiliza­ción extraterrestre que podría suponer una amenaza.


Más sorprendente -y este sí real- es el lla­mado monte Olimpo, el mayor volcán conoci­do del Sistema Solar situado en un terreno elevado de la superficie marciana conocido como meseta de Tharsis. Su altura es de 23 kilómetros, tres veces el monte Everest, y su base mide 600 de diámetro. Es tan alto, que nadie en su cima podría ver el final, sintiéndose como si estuviera en el vacío. La super­ficie del planeta rojo conserva huellas de grandes cataclismos que no tienen equivalen­te en la Tierra. En su ecuador, existe un gigan­tesco sistema de cañones, al este de la región de Tharsis, conocido como Valles Marineris. Sus 4.500 km de longitud, 200 km de anchura y 11 de profundidad máxima, dejan al cañón del Colorado insignificante.
Las redes hidrográficas que conserva el pla­neta han llevado a los expertos a creer que en un pasado remoto existieron lagos e incluso un vasto océano en la región boreal del mis­mo, probablemente en la era Noeica, hace unos 4.000 millones de años. Por ahora, solo podemos especular -y soñar- con una futura misión tripulada, cada vez más cercana, y con­tinuar analizando los millones de datos que las sondas nos envían cada año desde la su­perficie de este planeta de colores ocres que, quién sabe, quizá sea, en un tiempo no tan le­jano, el nuevo hogar de la raza humana.



Climatología

La temperatura en la superficie del pla­neta rojo depende de la latitud y presen­ta, como en la Tierra, variaciones esta­cionales. La temperatura media superior es de -55° C, aunque la variación diurna de las temperaturas, debido a una at­mósfera tan tenue, es muy elevada. Las máximas diurnas, en el ecuador y en ve­rano, pueden alcanzar los 20° C -o algo más-, mientras que las mínimas noctur­nas pueden llegar fácilmente a los -80° C, lo que haría casi Imposible la habita­bilidad para el hombre.

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