martes, 19 de noviembre de 2013

En busca de las cámaras secretas

¿Qué ocultan las
Pirámides?
El país de los faraones continúa manteniendo viva su magia... y sus muchos misterios. En esta ocasión penetramos en el interior de la Gran Pirámide y en otras no menos relevantes en busca de sus cámaras secretas, cerradas a cal y canto durante siglos, para intentar desvelar qué ocultan. Un vibrante viaje a través de las entrañas de Egipto que nos deparará muchas sorpresas...

José Miguel Parra
Revista ENIGMAS Nº 189


Verlas desde lejos es un espectáculo. El Cairo está repleto de edificios de mu­chos pisos, velados por una capa de contaminación; pero, a poco que uno se asome a una terraza de cierta altura, ellas se las apañan para destacar sobre el hori­zonte como llevan haciendo desde hace ya miles de años. Las pirámides de Quiza forman parte desde siempre del paisaje visual de los egipcios que viven en la región menfita. Menos acostum­brados a ver edificios de semejante porte, grie­gos y romanos las visitaban asombrados, como hacemos nosotros. A sus pies la escala se des­borda y a uno le resulta difícil comprender que se encuentra ante una construcción artificial; aun­que lo peores cuando uno penetra en su interior y descubre que ¡es macizo! Apenas unas pocas estancias en un edificio de 146 m de altura y 230 m de lado. Resulta tan difícil de creer, que desde el momento en que volvió a estar abierta -gra­cias a los esfuerzos del sultán AI-Mamun en el año 820 d. C.-, los occidentales no han dejado de buscar habitaciones ocultas, y algunas han encontrado, la última tiene apenas el tamaño de un cajón y apareció hace unas pocas semanas. La búsqueda de habitaciones ocultas empezó pronto. Ya en 1638 John Greves detectó y explo­ró el comienzo del llamado "pozo de los ladrones" de la Gran Pirámide, pero no es la única don­de se han buscado. En realidad, los exploradores se han mostrado tanto más decididos a encon­trarlas cuanto menos evidentes fueran las prue­bas de que allí había algo por descubrir. Un ejem­plo perfecto lo tenemos en el egiptólogo Alexandre Barsanti. Un día, mientras iba a caballo atajando por el desierto, camino de la pirámide escalona­da de Zawiet el-Aryan donde se encontraba ex­cavando, se dio cuenta de que el suelo estaba cubierto de lascas de granito. Al no ser una pie­dra que se hallara en los alrededores, compren­dió que se podía tratar de algo más interesante. Sus sospechas se confirmaron cuando subió a una duna cercana y descubrió que las lascas de­limitaban un cuadrángulo en el suelo. Eran los restos de un monumento faraónico. Cuando co­menzó a excavar la zona, terminó desenterrando la excavación preliminar de una pirámide de la IV dinastía. El monumento, apenas comenzado, per­tenecía a un nieto de Khufu llamado Baka, que ocupó el trono por breve tiempo. La pirámide no es sino una rampa que desciende hasta una ex­cavación rectangular perpendicular a ella, en cu­yo extremo oeste se encontró incrustado un ata­úd ovalado. El monumento es tan espectacular, que fue usado como decorado natural para la pe­lícula Tierra de faraones. Fue la última vez que se limpió la pirámide, la cual luce hoy repleta de are­na, basuras y plásticos.


Barsanti siempre estuvo convencido de que en esta trinchera había algo más y no dudó en va­ciarla de los bloques que rellenaban varios me­tros de su fondo en busca de cámaras ocultas. Lo que le terminó de persuadir de lo preciso de su razonamiento fue una tormenta, que llenó la base de la trinchera con tres metros de agua. La trinchera permaneció convertida en piscina de agua estancada durante varias horas, hasta que a la medianoche se vació casi por completo de forma repentina. No fue necesario nada más pa­ra convencer a Barsanti de que la cámara oculta que buscaba era por completo real. ¿Dónde si no habn'a ido a parartodo ese líquido? En los do­ce años de vida que le quedaban dedicó mucho tiempo a encontrar dicha habitación... sin éxito.
Otro acontecimiento extraño tuvo lugar, años antes, en una de las pirámides más peculiares de Egipto, la Romboidal, construida en Dashur por Esnefru, padre de Khufu. Este edificio desta­ca no solo por el extraño cambio de inclinación a dos tercios de su altura, sino por ser la única pirámide -de momento- que presenta dos cá­maras funerarias en su interior. Una tiene entra­da por la cara norte y la otra por la oeste. Solo una gatera excavada por entre los sillares de piedra comunica ambos grupos de habitaciones.
La cosa sucedió el 15 de oc­tubre de 1839, como se descri­be en el diario de su excavador, J. S. Perring. Ese día, como los anteriores, un sufrido grupo de trabajadores excavaban apiñados en el angosto pasillo de la en­trada norte de la pirámide, alumbrados con antorchas. Cuando consiguieron entraren la cámara funeraria norte, inexplicable­mente se desencadenó dentro del corre­dor un fuerte viento que soplaba desde el exterior hacia el interior de la pirámide. Se trataba de una corriente de aire fuerte, que apenas permitía mantener las lámparas encendidas. Estuvo soplando dos días en­teros. Después se esfumó tan repentina­mente como había aparecido. La única ex­plicación que se le ocurrió a Perring fue que en el edificio había una habitación sin descubrir que ponía en contacto el in­terior de la pirámide con el exterior.


Hasta más de cien años después no hu­bo nuevos datos sobre esa habitación. Entre 1950 y 1955 la pirámide fue estu­diada por el egiptólogo Ahmed Fahkry. Junto a su equipo descubrieron nuevos huecos en su interior, pero de escasa entidad -como una chimenea tras la cámara norte-, además de terminar de despejar todas sus habitaciones y pasillos. Mientras excavaban, Fakhry y sus compa­ñeros notaron un suceso peculiar en las entrañas de la pirámide, un ruido cuya du­ración podía ser de hasta diez segundos y se escuchaba bien en los días ventosos. Fakhry concuerda con Perring en que se producía por reverberar el viento en una cá­mara todavía por descubrir.
Hace años se utilizó la física de fluidos para intentar definir con más precisión la posibilidad de que exista un hueco sin des­cubrir en la pirámide Romboidal. J. y G. Wegner estudiaron el fenómeno partiendo de que la explicación más lógica para el fenómeno de la corriente de aire es que, cuando Perring desescombró el pasillo, pu­so en contacto dos atmósferas que lleva­ban separadas miles de años. La mayor presión de la atmósfera exterior entró con fuerza en las cámaras de la pirámide in­tentado equilibrar ambas, lo cual explica el viento, pero no su duración. Arduos cálcu­los después, su conclusión fue que los es­pacios interiores conocidos no bastaban para generar tamaña brisa. En realidad, so­lo si se contempla la posibilidad de que en el interior de la Romboidal haya entre 800 y 1.600 m3 de espacio vacío oculto en algún lado, podría comprenderse el fenó­meno. Se trata aproximadamente del vo­lumen de media piscina olímpica. A todos los egiptólogos nos encantaría descubrir que Esnefru diseñó su pirámide con unos pequeños apartamentos privados de 800 m' habitables y con techos de dos metros de altura. La información que podrían con­tener esas cámaras dispara la imaginación del más estoico de los historiadores pro­fesionales.


En ocasiones no son los egiptólogos los que realizan los descubrimientos, sino ex­pertos en otras ramas que, llevados por su amor por el antiguo Egipto, estudian con otros ojos. Liberados de las anteojeras que impone a veces la ortodoxia, son capaces de ver detalles que para un historiador re­sultan extraños. Uno de estos casos se dio en 1998, cuando un arquitecto francés, Gilíes Dormion -acompañado de Jean Verd'hurt- realizó un descubrimiento sor­prendente: un grupo de cámaras desco­nocidas en la pirámide de Meidum, a unos 80 km al sur de B Cairo.


La de Meidum es una pirámide de pie­dra cuya estructura original tenía siete es­calones, ampliados luego hasta los ocho, los cuales Esnefru rellenó y recubrió se­guidamente, convirtiéndola en la primera pirámide de caras lisas de Egipto. Su inte­rior es sencillo, con un corredor descen­dente que alcanza la cámara funeraria -con techo en falsa bóveda- tras pasar por dos nichos consecutivos conectados, un corto corredor horizontal y ascender por un pequeño pozo. A ningún arqueólogo le pa­recía que hubiera nada extraño en su di­seño, por eso tuvieron que posarse en ella los ojos de un arquitecto que ya tenía prac­tica en ello, pues de años antes ya había realizado un descubrimiento parecido en la Gran Pirámide.


Dormion se encontró con que, arquitec­tónicamente hablando, los dinteles que cu­brían los menos de la pirámide de Meidum -de 2.10 m de longitud- eran demasiado largos para lo que se estilaba en el Reino Antiguo, además de no presentar ninguna fractura por el peso que soportaban. Sabía que la única apücación posible era la exis­tencia sobre los dinteles de algo que re­bajara la presión vertical que soportaban. Pedidos tos permisos a las autoridades del Servicio de Antigüedades, por aquel en­tonces interesadas en realizar avances científicos, en vez de por salir en las noti­cias de todo el mundo, se concedió la au­torización. En el techo del tramo horizontal que comunica los nichos con la chimenea, una fractura entre los sillares permitió in­troducir una microcámara y descubrir una pequeña estancia con techo por aproxi­mación de hiladas. Comprobada la exis­tencia de este primer hueco, se concedió permiso para realizar dos microperforaciones en el techo de los nichos, que desem­bocaron cada uno de ellos una sala de descarga similar. Dos perforaciones más en el techo del corredor descendente demos­traron que sobre el cuarto inferior coma un corredor paralelo, también con techo en fal­sa bóveda con unos 15 m de largo por 1,40 m de alto.
Algo semejante había conseguido diez años antes el mismo Dormion, pero esta vez en la Gran Pirámide y con otro compa­ñero, Jean Patrice Goidin. Serían su interés y probaturas los que parecieron dar el pistoletazo de salida de los estu­dios de ingenieros por escudriñar las partes no accesibles del monu­mento e intentar comprobar si exis­tían nuevas cámaras ocultas.


Tras analizar la pirámide con ojos de arquitectos, consideraron que presentaba una serie de ano­malías constructivas que sólo se podían explicar como medios de ocultar la cámara funeraria ver­dadera, que se encontraría ocul­ta al norte y ligeramente por de­bajo de la cámara del rey, pro­tegida de la presión del edificio por el paraguas contra la pre­sión que suponían las cámaras de descarga. Por otra parte, la particular disposición de los sillares de una zona del corredor de acceso a la cámara de la reina les llevó a pensar que tras ellos se ocultaban varias estancias desconoci­das. Como arquitectos, no podían com­prender el motivo de que los sillares estu­vieran dispuestos de tal modo que sus jun­tas se prolonguen de arriba abajo sin interrupción, lo que debilita el muro. Sus deseos de comprobar la hipótesis les lle­varon a solicitar los permisos de estudio, que les fueron concedidos. Su objetivo era realizar primero varias mediciones de microgravimetría para detectar huecos en la masa del edificio.
Realizados en 1986, los estudios en­contraron algunas anomalías, mas no pa­recían concordar sus la hipótesis para la cámara del rey. Más suerte tuvieron cami­no de la cámara de la reina, donde las má­quinas sí detectaron los deseados huecos. El único medio de comprobar su existen­cia era horadando la roca, lo que les fue concedido. Las tres microperforaciones es­tancas que se realizaron a 15 m de la cá­mara de la reina les permitieron encontrar en la masa de la pirámide una peculiar are­na de cuarzo, quizá el relleno de una ha­bitación... A pesar de tener que irse un tan­to corridos al no haber podido verificar sus teorías, parece que ver a un par de adve­nedizos estudiando el sacrosanto monu­mento hizo que los egiptólogos reacciona­ran. Al año siguiente un equipo de la Universidad de Waseda (Tokyo) estaba en su interior intentando descubrir esas elu­sivas cámaras secretas. Repitieron las me­diciones de los franceses. Siempre a la úl­tima en cuanto a cuestiones técnicas, los nipones utilizaron además un escáner electromagnético, cuyas ondas podían pe­netrar varios metros en la roca. Los resul­tados fueron muy sugerentes. Primero co­rroboraron los hallazgos de los galos en el corredor de la cámara de la reina, porque en ese punto detectaron una cavidad de entre 2,5 y 3 m de altura que parecía es­tar rellena de arena y prolongarse desde el corredor hacia la pared oeste. Lo más es­pectacular, no obstante, se detectó casi en la esquina oeste de la pared norte de la cámara de la reina. Allí, donde se suponía que todo era macizo, el escáner detectó que tras un primer sillar de 3 m de grueso nacía ¡un pasillo de 1 m de anchura, 1,5 m de altura y unos 30 m de longitud! Es decir, que el corredor de acceso a la cá­mara de la reina contaba con un herma­no que coma paralelo a él hasta llegar a la gran galena.
Por desgracia, el organigrama de las au­toridades arqueológicas egipcias estaba cambiando y al nuevo encargado de Sakkara y Quiza no le pareció adecuado hacer un agujero de menos de 2 cm de diámetro en un sillar para realizar lo que sin duda seria un descubrimiento arqueo­lógico asombroso. El argumento esgrimido fue salvaguardar la integridad física del monumento. Una política muy sensata, ex­cepto cuando uno ve los cables de la luz sujetos con alcayatas y comprueba que los agujeros sí son bienvenidos, pero siempre que sea uno mismo quien salga en direc­to en la tele haciéndolos... o casi.
Hay que reconocer, no obstante, que po­co después sí se tomaron medidas sen­satas para salvaguardar la salud de la pi­rámide. Los miles de visitantes diarios que entraban en ella soltaban a la cargada at­mósfera de su interior montones de vapor de agua y sales en forma de sudor disipa­do o, sencillamente, frotado contra las pa­redes. No es fácil alcanzar la gran galena sin apoyar un brazo en el muro cuando en dirección opuesta baja un tropel de japo­neses, o caminar encorvado por sus co­rredores sin tocar la pared en busca de equilibrio. Ese sudor terminaba conden­sándose en las paredes, humedeciéndo­las y recubriéndolas de sales, muy dañi­nas para la piedra. La primera medida fue limitar el número de visitantes a 300 dia­rios y, después, contribuir a la salud de la atmósfera interna colocando unos poten­tes y diminutos ventiladores en los con­ductos "estelares" de la cámara del rey. Para estudiarlos en detalle, el Instituto Arqueológico Alemán encargó al ingeniero germano Rudolf Gantenbrink la construc­ción de un pequeño robot para limpiar los conductos. Bautizado Upuaut, tras su tra­bajo en la cámara del rey, en 1992 su her­mano y versión mejorada, Upuaut 2, fue utilizado para estudiar esos mismos con­ductos en la cámara de la reina.
Dotado de tracción independiente y una cámara de vídeo, en el conducto norte, el robot vio interrumpido su camino por una barra de hierro atascada desde los inten­tos de exploración del mismo durante el siglo XIX, pero el conducto sur se encontró con notables sorpresas. En vez de termi­nar su recorrido a 8 m de la cámara de la reina, como todos creían, subió y subió y siguió subiendo durante 65 m, hasta tro­pezarse con una pequeña losa de piedra con lo que parecían dos asas de cobre. Esta mal llamada "puerta" -difícilmente puede calificarse así a una loseta de cali­za de 20 x 20 cm- produjo un sin fin de especulaciones sobre lo que podn'a haber detrás. Dada la tendencia de los arquitec­tos egipcios a interrumpir los accesos a las cámaras funerarias de las pirámides con grupos de tres rastrillos de piedra, lo más probable es que detrás hubiera un pequeño hueco seguido de una nueva loseta. La lucubraciones habn'an de continuar durante diez años, hasta que Zahi Hawass consiguió montar junto a la National Geographic Society un programa de tele­visión en directo, con él como estrella de la arqueología mundial, mientras los téc­nicos se encargaban de horadar la lose­ta... Solo para encontrar otra igual 17,5 cm más lejos y, al hacerlo, fracturar de paso la pequeña asa de cobre que quedaba in­tacta. Días después, el Pyramid Rover -di­señado y fabricado por la firma ¡Robot de Boston-, fue capaz de sortear la barra de hierro del conducto norte. Su recorrido ter­minó tras ascender por él otros 65 m, has­ta tropezarse con una loseta de piedra exactamente igual a la del conducto sur. Lo interesante de estos conductos de ai­reación es que estaban pensados para que no se vieran. No se sabe cuándo se abrie­ron los de la cámara del rey; pero los de la cámara de la reina fueron descubiertos en 1872, cuando Waymann Dixon consideró que si la cámara del rey los tenía, la cá­mara de la reina debía tenerlos iguales. Para dejarlos visibles tuvo que encontrar dónde sonaba a hueco y picar varios cen­tímetros del último sillar. Su función solo se supone, aunque como estaban obtura­dos se ha de descartar que sirvieran para introducir aire fresco en las cámaras. En general se considera que tienen un signi­ficado simbólico, pues están orientados de forma aproximada hacia estrellas con­cretas: el conducto norte de la cámara del rey apuntaría hacia Alpha Draconis -la Estrella Polar durante el Reino Antiguo- y el conducto sur hacia la constelación de Orion; el conducto norte de la cámara de la reina es­taña dirigido hacia la Osa Menor y el conducto sur hacia Sirio.
El personaje que había dado permiso para hacer un agujero en directo delante de una au­diencia de millones de perso­nas era el mismo que solo hacía dos años atrás, en el año 2000, había prohibido hacer un agujero del mis­mo diámetro en una zona invisible de la misma pirámide para comprobarla posible existen­cia de una nueva habitación. ¿El motivo?, Supuestamente, proteger la integridad de la pirámide. La hipótesis que no dejó com­probar había vuelto a ser propuesta por nuestro viejo conocido, Dormion, quien tras un análisis arquitectónico de la cámara de la reina consideró que por debajo de ella debía de existir una segunda cámara con un corredor de acceso.


Dormion encargó las nuevas medicio­nes microgravimétricas a Jean-Pierre Barón, experto en el campo, pues es el respon­sable de haber descubierto las pirámides subsidiarias de Pepi I en Sakkara. Por otra parte, este ingeniero trabaja en la empre­sa encargada de tender la línea de alta ve­locidad -7GV- entre París y Estrasburgo, de modo que sus conclusiones han de consi­derarse bastante fiables. Como dice al res­pecto Michel Vallogia -director de la misión franco-suiza que excava la pirámide de Djedefre-: "Si -Barón- dice que es seguro colocar los raíles en un lugar porque debajo no hay cavidades, más le vale estar en lo cierto, si no el número de muertos se­ra muy elevado".
Los datos obtenidos por Barón parecí­an coincidir a la perfección con la hipóte­sis de Dormion y para comprobarlos sólo es necesario realizar una perforación en el agujero de ladrones excavado en el nicho de la cámara de la reina, completamente oculto a la vista. Ni siquiera eso, pues entre las fracturas de los sillares puede introdu­cirse un cable de fibra óptica sin tener que dañar la pirámide. A pesar de ello, Hawass se mostró inflexible, quizá por la polémica suscitada ante la hipótesis; porque mu­chos egiptólogos la rechazaron de plano al considerar que no tenía fundamento, pe­ro, ¿tienen razón? 

                                    
Dormion supone que la habitación no es más que una segunda cámara fuñeraria con entrada propia, que cree comienza (en la cara este de la pirámide. No hay na­da de extraño en una pirámide con dos entradas. La pirámide Romboidal posee este mismo diseño y da la casualidad de que la construyó el padre de Khufu. No tendría nada de particular que su hijo hubiera co­piado o evolucionado su diseño, y no olvi­demos que la pirámide Khaefre también cuenta con dos entradas a dos niveles. Lo único que no termina de resultar convin­cente de la reconstrucción de Dormion es que sitúa el acceso a esta segunda cámara en la cara este de la Gran Pirámide, cuan­do lo más lógico sería que comenzara en la oeste.
Una década más ha tenido que trans­currir para que se realizaran nuevos descubrimientos en los canales de la cá­mara de la reina, aunque esta vez con gran discreción. Sin muchas alharacas, así ha pasado entre los medios de co­municación el ha­llazgo realizado el pasado 25 de mayo del 2011 en la Gran Pirámide. Debe de ser porque ahora Hawass no tenía a una cadena de tele­visión pagándole por salir en un programa en directo o, senci­llamente, para evitar llamar demasiado la atención sobre su persona debido a los numerosos proble­mas legales a los que se enfrenta -ai­radas acusaciones de abuso de poder, en­riquecimiento indebido, tráfico de antigüe­dades...-.
En cualquier caso, ya sabemos qué hay detrás de la loseta que interrumpía el con­ducto sur de la cámara de la reina. El in­geniero Rob Richardson, de la Universidad de Leeds, ha conseguido -junto a las em­presas Scoutek y Dassault Systémes- di­señar un robot equipado con una cámara articulada. Djedi -mago protagonista de uno de los cuentos del Papiro Westcar, que le habla a Khufu de las cámaras perdidas de Thot-, introdujo su cámara por el agu­jero realizado por el Pyramid Rover en el 2002, proporcionando nueva e interesan­te información. Diseñada para ello, su cá­mara ha podido ver la parte posterior de la primera "puerta", que está pulida, y en la que destaca el extremo posterior de los apliques de cobre, retorcidos hacia abajo contra la loseta para fijarlos en su sitio. Además, en el suelo de la "estancia" se pueden observar varios grafitos en rojo re­lacionados con la construcción, entre ellos una línea de di­rección.
En principio, al lector poco avisado las líneas y grafitos pueden parecerle "misteriosas", pero no tienen nada de raro; de hecho, son una prueba más de que fueron los egip­cios quienes cons­truyeron las pirámi­des. Terrestres y mor­tales como eran, para erigir las tum­bas de sus sobera­nos, los arquitectos del antiguo Egipto necesitaron trazar lí­neas directoras, que señalaran a los obre­ros dónde debían colocarse los blo­ques, además de utilizar jeroglíficos cursivos para dar a los capataces las in­formaciones pertinentes.

Ahora solo queda por saber si tras la segunda loseta que bloquea el acceso hay un nuevo hueco o si el conducto termina aquí. Quizá sea el momento de instalar un taladro más largo en el «Pyramid Rover» y lanzarlo de nuevo con­ducto arriba. Seguro que «Djedy» está de­seando volver a subir a ver que más des­cubre con su cámara... que para eso tie­ne permiso del mandamas de las antigüedades egipcias.




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