lunes, 28 de octubre de 2013

Melodías para un suicidio

Músicas sobre muerte y otros anhelos autodestructivos

Desde la música clásica hasta el heavy metal, se hallan obras cuya lírica, medio idóneo para la expresión de sentimientos inflamados, ha buceado en las aguas profundas de la vertiente autodestructiva humana.Y aproximarse al abismo, en ocasiones, tiene sus consecuencias. En el presente artículo hablamos de composiciones cuya temática está dedicada al suicidio... un asunto difícil y más habitual de lo que se cree.

Por Beatriz Erlanz
Fuente, Revista ENIGMAS Nº 189

 

A partir del mismo nacimiento de la música, el hombre siempre le ha atribuido propiedades casi sobrenaturales. Para el ser humano pri­mitivo debió ser algo enigmático y fantásti­co, expresión de los poderes de sus dioses. Está atestiguado el uso de cantos mágicos desde la antigüedad en procesos curativos relacionados con la magia, la religión e, incluso, con el pensamiento racional; y en la actualidad, los efectos sobre la men­te y el cuerpo humanos son bien conocidos. La mú­sica no deja de ser en parte la proyección individual de las experiencias emocionales del hombre y preci­samente en esas mismas emociones influye, llegan­do a despertarlas o intensificarlas.
Sin embargo, el abanico de sentimientos que el hombre es capaz de experimentar es muy amplio y no todos pueden considerarse de naturaleza feliz o placentera. Y esas emociones incómodas, y especí­ficamente las de vocación suicida, las vamos a exa­minar desde la perspectiva musical.
Pero, ¿cuándo se comenzó a tratar esta materia en la música occidental? El suicidio, desde la Antigua Grecia, ha sido considerado un acto injusto contra la ley -Aristóteles, Ética a Nicómaco V. 10,1138a 4-20-, una acción prohibida sin una orden divina -Platón, Fedón 61b-62d- y que implicaba deshonor e ignominia. Todo esto era debido a que las antiguas sociedades tradicionales "sacralizaban" la muerte y trataban de introducirla en un sistema de ritos y creencias colectivas. De ahí que el someter a la so­ciedad a la presencia de la muerte por medio de una decisión unilateral y personal, se condenara y re­chazara de manera contundente.
Todo esto empezó a cambiar a finales del siglo XVII e inicios del XVIII, afianzándose en el XIX. La muerte se "desocializó", pasó del ámbito público donde es­taba circunscrita y custodiada, al privado donde se liberó, perdiendo a su vez también parte de la rique­za simbólica en las conductas funerarias hasta en­tonces mantenidas. Fue entonces cuando los artis­tas y poetas comenzaron a plasmar en sus obras la temática del suicidio de manera franca.


Muerte entre los clásicos

Donde más abundantemente ha sido reflejado el problema de la mors voluntaría dentro de la música clásica, es, sin duda, en la ópera. Un gé­nero además prolijo en todo tipo de crí­menes violentos y que ha representado sin tapujos a personajes quitándose la vi­da casi siempre por motivos pasionales. Un total de 77 suicidios repartidos en 306 óperas. Célebres son las muertes de Cio-Cio San en Madame Butterfly de Puccini, de Lucía Ashton en la obra de Donizetti Lucia di Lammermoor, de Lakmé en «la delicada y maravillosa ópera del mismo nombre de Leo Delibes o de Dido, en la de Purcell Dido y Eneas. Pero no to­dos los buscadores de la muerte han si­do mujeres. Héctor Berlioz en Los Troyanos organizó un auténtico holo­causto suicida sobre el escenario con el propio coro;Tristán decide acabar con su vida en la magnífica Trístán e Isolda de Wagner y lo mismo sucede con el prota­gonista del Otello de Giusseppe Verdi.
La fuerte carga emocional de la ópera en general la hizo proclive, sobre todo du­rante el periodo romántico, a todo tipo de hipérboles calamitosas que buscaban su inspiración la mayoría de las veces en los pasajes más desdichados de la literatu­ra clásica occidental: Fedra, Hamlet, Salambó, Werther... precisamente de la obra de Goethe es bien conocida la ola de suicidios que produjo.
Podríamos nombrar como curiosidad La Dama de Picas de Tchaikovsky, basa­da en el relato homónimo de Alejandro Pushkin, donde los principales protago­nistas de la obra sufren mejor suerte en­tre las letras que en el mundo de la mú­sica, donde ambos se suicidan. Y con es­te compositor ruso, además, se comienza a atisbar una tendencia morbosa que trasciende la mera escucha de una pieza musical truculenta: el suicidio en la vida real.
Una de las teorías que se barajan so­bre la muerte de Tchaikovsky, aparte de la de contraer el cólera tras ingerir agua contaminada, es el suicidio. Nueves días después de estrenar su Sinfonía n° 6 en Si menor, la Patética, donde manifestaba sus profundas inquietudes respecto al destino y la muerte, el compositor ruso falleció en circunstancias muy poco cla­ras. Esta obra, a partir de entonces, es considerada por parte del público y algu­nos estudiosos como una especie de no­ta de suicidio.

 


Sobres estas líneas, Tristán e Isolda, quienes deciden sui­cidarse por amor en la ópera homónima de Wagner y dife­rentes portadas de discos de músicos cuya creación estu­vo de una u otra manera relacionada con el tema del suicidio, como Ble Holiday, Tctiaikovsky o Leo Omstein.



La reputación de Gloomy Sunday

Ya entrados en el siglo XX, la música clá­sica nos legó a través del pianista Leo Ornstein la obra Suicide in an Airplane, repleta de clústeres tonales. No obstan­te, es la pieza Szomorú vasárnap o G/oomy Sunday, como es mundialmen-te conocida, la que obtuvo el honor de ser designada a causa de su creciente fama de maldita "la canción húngara del suicidio".
Szomorú vasárnap, que se traduce co­mo Domingo Triste o Domingo Lúgubre, fue compuesta en 1933 por Rezs Seress y László Jávor. En un contexto convulso, periodo de Entreguerras, acercamiento por parte de Hungría a la Alemania nazi y crisis económica, la canción caló profun­damente por su irresistible melancolía, provocando una ola de suicidios en el pa­ís magiar que la llevó a ser censurada.
Esto no impidió el éxito categórico de la canción, más bien al contrario, incluso se realizaron versiones en inglés como la célebre de Billie Holiday -en la que se añadieron unos versos finales donde se suavizaba el mensaje de la letra-. Vistos los "antecedentes" y lo que estaba pro­vocando entre la población, fue prohibi­da de nuevo hasta su retransmisión en la mismísima BBC, y de ahí por contagio a numerosos clubs y emisoras de Estados Unidos, lo que acrecentó todavía más su fama de maligna a niveles increíbles.
Pero la relación de esta canción con el suicidio, se podía remontar hasta sus pro­pios orígenes compositivos: la inspiración procedía de la nota que dejó una novia de László Jávor antes de quitarse la vida, donde únicamente dejó escritas esas dos palabras, domingo triste. El suicidio del creador de su música, Rezs Seress, tras varias tentativas, y su trágica vida, tam­poco ayudaron a mitigar precisamente su reputación funesta. Seress, músico de formación autodidacta y origen judío, fue superviviente de un campo de concen­tración y, a pesar de la ingente cantidad de royalties que estaba generando la can­ción en América,se negó a abandonarsu Hungría natal, viviendo en la miseria y de­primiéndose profundamente por verse in­capaz de lograr componer otro éxito co­mo el de Domingo Triste.
Evidentemente, tanto suicidio no pudo ser completamente real, así que es lógi­co pensar que nos encontremos con una primigenia campaña de propaganda en toda regla. De esta manera se puede de­cir que nació la primera canción pop de la historia.
No obstante, sí fue cierta su prohibi­ción, su relación con algunos suicidios eventuales incluido el de Rezs Seress. Además es innegable su impacto socio-cultural en la música popular del siglo XX; numerosos y diversos artistas la han versionado a lo largo del tiempo: Portishead, Bjórk, Serge Gainsbourg, Ricky Nelson, Ray Charles, Diamanda Galas, Elvis Costello, Christian Death o el mismísimo Antón Lavey... propagán­dose hasta el mundo del cine -La Caja Kovak, La lista de Schindler...-, la lite­ratura -Bukowski- o la televisión -Los Simpson-. Ha pasado a la historia co­mo tema adalid de lo maldito sin de­jar de lado su indiscutible belleza y calidad musical.

 

Rockn'Roll y derivados

Si existe un género musical, sobre todo en el mundo anglosajón, que ha sido relacionado habitualmente con el satanismo, Lucifer y demás folklore malévolo y pernicioso, es el rock y demás extensiones musica­les como el heavy metal, post-punk, goth-rock, emocore, etc. Ya desde sus inicios, el rock fue em­papado de ese halo; el propio Jerry Lee Lewis exclamaba que es difícil creer en Dios y hacer la mú-[ sica del diablo, echando más le-" ña al fuego y haciendo de este es­tilo musical un terreno fértil para cualquier tipo de especulación siniestra. Así que no es sorprendente hallar vínculos entre ami­gos de la muerte y el rock. Suicide So/ution de Ozzy Osbourne es un ejemplo meridiano. Ozzy Osbourne fue vocalista de una de las más impor­tantes bandas de hard rock de los años 70, Black Sabbath. De su disco debut en solitario, B/izzard of Ozz (1980), procede el tema en cuestión, cuya letra fue el detonante de que fuera procesado judicialmente en 1986. Ozzy Osbourne fue acusado de provocar el suicidio del adolescen­te canadiense John McCollum, enfermo de depresión, pegándose un tiro mientras es­cuchaba la canción. Los padres del mu­chacho lo culparon de incitar a la auto-destrucción en sus letras.
La composición fue analizada por The Institute for Bio-Acoustics Research, Inc. -Instituto de investigación Bioacústica-que afirmó encontrar mensajes sublimi-nales que inducían al suicidio. Ozzy Osbourne, evidentemente, lo negó en el juicio. El cantante explicó que los versos de la canción estaban dedicados a Bon Scott, otro famoso cantante de rock de la banda AC/DC, que murió de una tre­menda borrachera dada su tendencia a abusar del alcohol. Fue esa adicción que el propio Ozzy sufría, la que le impulsó a escribir la canción, ya que la palabra solution no se refería a desenlace o térmi­no, sino a sustancia, emulsión. El senti­do de la canción no tenía nada que ver con incitar al suicidio, se trataba en rea­lidad de un tema bastante amargo sobre el alcoholismo y la autodestrucción deri­vada de él. Ozzy Osbourne fue absuelto aunque no se libró de volver a ser acu­sado, de nuevo, de provocar el suicidio de otro joven de 14 años en Minnesota. No sería tampoco la última vez. En este caso también fueron acusadas otras ban­das del mismo género musical como Mótley Crüe o Judas Priest.
Estos últimos, Judas Priest, fueron blan­co también de la misma acusación en 1990. La canción que causó la tragedia, el suicidio de dos jóvenes de 20 años en Reno, Nevada, ni siquiera era de la ban­da británica, sino de una formación bas­tante anterior, SpookyTooth, de finales de los 60. Las letras del tema Setter byyou, betterthan me fueron durante 17 meses y en más de 100 páginas, diseccionadas bajo sospecha de poseer mensajes su-bliminales que incitaran a los jóvenes a dispararse. Los hechos en sí tuvieron lu­gar en diciembre de 1985, cuando los dos muchachos se encerraron durante varias horas fumando marihuana, be­biendo alcohol mientras escuchaban el disco donde estaba incluida la canción y, sin saber los motivos, decidieron pegar­se un tiro.
Como en el caso de Ozzy Osbourne, Judas Priest fueron absueltos pero no debemos desestimar aquí la influencia verdadera en todo este circo mediático: la política. En esos años Tipper Gore, es­posa de Al Gore, enarbolaba el estandar­te del Parents Music Resource Center -Centro de Recursos Musicales de Padres-, una especie de comité político que trataba de alertar a los padres sobre los peligros de la música moderna, sobre todo del rock, cuyas letras promovían se­gún su visión, el consumo de drogas, la violencia y el suicidio, apoyando para evi­tar estas influencias perniciosas sobre la juventud americana, la censura directa. Artistas de la talla de Frank Zappa o Jello Biafra lucharon activamente contra ella.

La tradición continúa

Ahora que están a punto de regresar los años 90 a dife­rentes niveles cul­turales y estéticos, no podemos ob­viar la muerte de uno de los últimos mártires e ídolos pop: Kurt Cobain.
El norteamerica­no fue un artista que plasmó en las letras de numero­sas composiciones su talante autodes-tructivo y tendencias depresivas. Una de las más significativas, aunque no de las más populares, es la explícita "I hate my-self and I want to die" -"Me odio y quie­ro morir"-. No debería asombrarnos que un 5 de abril de 1994 decidiera acabar con su vida descerrajándose un tiro en la cabeza.
Afortunadamente, esa predilección por la autodestrucción no fue más allá de sí mismo, pero sí era el reflejo de un movi­miento musical ampliamente conocido como Sonido Seattle o Grunge, y cuyo ide­ario, expresado rotundamente en sus tex­tos, no era en general de carácter festivo. Otros ejemplos de júbilo y gozo en los ver­sos de otras bandas pertenecientes al mismo movimiento musical serían "Down in a Hole" de Alice in Chains o "Jeremy" de Pearl Jam.


Ozzy Osbourne
o Judas Priest
fueron
denunciados por
incitar al suicidio
en sus letras


Dos décadas antes y sin la repercusión mediática de Kurt Cobain, encontramos otro ejemplo de artista atormentado que decidió suicidarse y cuya influencia en el mundo del rock moderno es esencial: lan Curtís. Su legado musical en Joy División, de letras oscuras, tristes, de psicología compleja y tortuosa, eran la reverberación de sus inüicados problemas personales, donde confluían dificultades derivadas de su epilepsia, su precoz matrimonio falli­do y personalidad inestable extremada­mente sensitiva. Con solo 23 años y es­cuchando el álbum de Iggy Pop The Idiot, se ahorcó.
Pero en la actualidad también encon­tramos sucesos que, tristemente, nos muestran los lazos existentes entre música y suicidio: la muerte de la jo­ven inglesa de 13 años Hannah Bond en 2007. La banda que fue culpada de su desaparición fue My Chemical Romance, asimis­mo como la mili-tancia de la mu­chacha dentro de la tribu urbana de­nominada Emo, cuyo estilo y sensibilidades masoquistas y depresivos son conocidos y ridiculiza­dos habitualmente por abordar la muer­te de manera romántica y superficial.
Pero, ¿realmente existen ciertos géneros musicales que predisponen o incitan al suicidio?  Es innegable que la ópera, el country, el goth-rock o el blues, por ejemplo, en sus textos expresan con claridad y franqueza conductas autodestructivas o sentimientos angus­tiosos desde una perspectiva pesimista o fatalista; pero es necesario algo más que un estímulo musical para que una persona decida acabar con su vida.
El abuso de estupefacientes, un cuadro depresivo y ciertas condiciones sociales y familiares, entre otros facto­res, tienen infinitamente más peso en una decisión de ese calibre que una simple melodía.



Sobre estas líneas, lan Curtís, Frontman de Joy División, quien se suicidó con 23 años. Abajo, los incombustibles Metallica, debajo, la forma­ción original de Black Sabbath con Ozzy Osbourne, denunciado por incitar al suicidio en sus letras, y el carismático Jim Morrison, líder de The Doors.





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