lunes, 30 de septiembre de 2013

El Conocimiento Intemporal

El conocimiento
intemporal
Conocer con exactitud qué ha ocurrido en el pasado o qué nos reserva el futuro son anhelos que siempre han acompañado al hombre. Ocultistas, teósofos, científicos... han buscado e imaginado las más vanadas formas de conseguirlo. La máquina del tiempo ha sido utilizada en novelas de éxito para viajar en busca de conocimiento, en aras de saber cómo sucedieron las cosas o qué nos ocurrirá. ¿Puede esto ser factible más allá de la ciencia ficción?

José Rafael Gómez
Revista Enigmas Nº 182.



El esoterismo y la teosofía proponen la existencia de un "éter" universal en el que todo hecho acontecido queda registrado, constituyendo unos archivos akáshicos al alcance sólo de los espíritus más nobles. El térmi­no akáshico proviene del sánscrito donde la palabra askséa era empleada para referirse al "éter", considerado como una sustancia impalpable e inmaterial, un fluido sutil e intangible, que los antiguos hindúes suponían impregnando todo el universo y que sena el esencial medio don­de se transmitiría el sonido y la vida.
La primera referencia bibliográfica a es­tos archivos parece estar en el libro La sa­biduría antigua que la teósofa y ocultista británica Annie Besant escribió en 1898. Según ella, los únicos que pueden acce­der a estos registros serían personas con dones espirituales, tales como los chama­nes u otro tipo de médiums, por medio del sueño lúcido, la proyección astral u otras formas de experiencias extracorpóreas. Así, algunos miembros de la teosofía de prin cipios del siglo XX afirmaron haber entra­do en contacto con estos registros, de don­de habrían extraído información no sólo del pasado sino también del futuro. Y poste­riormente este concepto ha sido asumido por diferentes doctrinas de la Nueva Era. Pero, por otro lado, la Física moderna de­sechó la existencia del éter en 1887 tras el experimento de Michelson y Morley. Y ni teosofistas ni seguidores de la New Age han aportado nunca una argumentación basa­da en el conocimiento científico que sos­tenga la existencia de dichos registros.

Un ordenador modelo IBM-5100 que, según el misterioso "crononauta" John Titor, un soldado estadounidense que decía haber viajado en el tiem­po, sería necesario en el futuro, en el año 2036, para decodificar unos


La visión de la ciencia ficción
En 1956 Isaac Asimov escribió la que, se­gún la encuesta Locus de 1999, es la duodécima mejor novela corta de todos los tiempos: El pasado ha muerto. En ella, el genial autor de ciencia ficción plantea un futuro en el que existe una máquina capaz de visualizar en una especie de televisión acontecimientos producidos en el pasado. Asimov denomina "cronoscopio" a tal apa­rato y basa su funcionamiento en los neutrinos -partículas que en los años 50 del siglo pasado aún eran poco conocidas-, atribuyéndoles la facultad de viajar a tra­vés del tiempo, y acota a los últimos 100 años el lapso del que sena posible resca­tar imágenes, ya que más allá éstas es­tañan demasiado distorsionadas. En la novela este asombroso aparato es­taba fuera del alcance de la pobla­ción por considerar el gobierno que constituía un peligro para la so­ciedad.

El misterioso Cronovisor
La historia del Cronovisor sal­ta a la opinión pública el 2 de mayo de 1972, cuando el semanario italiano La Domenica del Corriere pu­blica una entrevista con el sacerdote benedictino Marcello Pellegrino Ernetti en la que éste afirmaba ha­ber visto imágenes de dife­rentes eventos históricos del pasado gracias a un ar-tilugio que él mismo había desarrollado en colabora­ción con varios científicos cuyos nombres nunca apor­tó. Aparentemente, este asunto comienza en 1952 cuando Ernetti y el también sa­cerdote Agustino Gemelli se encontraban realizando una grabación de música sacra en cinta magnetofónica. En ella los dos re­ligiosos habrían encontrado estupefactos una inclusión psicofónica en la que se es­cuchaba una voz que Gemelli identificó co­mo perteneciente a su padre fallecido. Ambos sacerdotes habrían acudido con la grabación al Papa -por entonces Pío XII-quien les habría animado a continuar in­vestigando en ese campo. Sería entonces cuando Ernetti habría contactado con va­rios reputados científicos para tratar de de­sarrollar un dispositivo capaz de grabar imágenes y sonido del pasado. Según él, en 1956 ya se obtenían imágenes de per­sonajes históricos entre los que cabe citar a Benito Mussolini, Napoleón Bonaparte o el mismísimo Jesús de Nazaret. Cuando acudieron a presentar los resultados al pontífice, éste les habría prohibido divulgar el descubrimiento y después el Vaticano habría confiscado el artefacto para man­tenerlo en secreto e impedir su uso.
Sin embargo, son varias las cosas que no encajan en esta historia. Por un lado, Ernetti afirmó que el papa Pío XII le prohi­bió hablar del supuesto descubrimiento pero, pese a ello, él lo desveló en varias en­trevistas periodísticas. Asimismo, cuando un periodista de El Heraldo de Aragón le preguntó en mayo de 1972 sobre las ra­zones por las que el Cronovisor no era da­do a conocer a la opinión pública, el sa­cerdote le respondió: "Porque ahora es un secreto particular del equipo de científicos que desde hace años está trabajando en este asunto. Hasta que no haya sido pa­tentado ante el Estado no podemos hablar sobre cuál es la estructura del invento." Y añadió: "Porque la cosa están importante que puede ser considerada secreto de Estado. Creo que en Italia no será aproba­do, tal vez haya que presentarlo en el ex­tranjero, en Rusia, EEUU o en Japón".
¿Una máquina que es considerada co­mo "secreto de Estado" pero que no sale a la luz por no haber sido patentada en Italia, aunque se plantea hacerlo en otros países...?
Para empeorar las cosas, la única foto­grafía que el sacerdote facilitó a la prensa y que afirmó había sido tomada mediante el cronovisor, resultó ser una falsificación. Se trataba de una imagen de Jesús de Nazaret durante su crucifixión que después se comprobó que era realmente de un cru­cifijo existente en el Santuario del Amor Misericordioso, de Collevalenza (Perugia).
Con varias sospechosas coincidencias con la novela de Asimov, no se aportó ningún fundamento científico válido que ex­plicase el funcionamiento de este supues­to invento.


 
Sobre estas líneas, el científico Roger Penrose, con una curiosa teoría sobre el origen del univer­so. Debajo, supues­ta imagen que según Ernetti había sido tomada por el Cronovisor pero que resultó ser un frau­de. Se trataba de una imagen del Salvador que se ha­llaba en el Santuario del Amor Misericordioso, en la región italiana de Perugia.


Los crononautas, viajeros en el tiempo
Durante los años 2000 y 2001 un enor­me revuelo agitó varios foros de Internet ante la aparición de John Titor, un miste­rioso personaje que afirmaba provenir del futuro. Contó que era un soldado esta­dounidense que provenía del año 2036 y que tenía como misión viajar al pasado en busca de un ordenador IBM-5100, nece­sario en 2036 para poder decodificar unos programas informáticos antiguos. Además fue respondiendo a las numerosas pre­guntas que otros internautas le hacían dando detalles de cómo era la máquina del tiempo que le había trasladado de fe­cha e informando de acontecimientos que se iban a producir en el futuro, entre los que destacaba una próxima guerra civil en EEUU que comenzaría en 2008 y una Tercera Guerra Mundial que en 2015 aca­baña con el resto de potencias mundiales. Titor también habló de Física Cuántica ma­nifestando que el modelo de Everett-Wheeler era el acertado, según el cual, los resultados de decisiones cuánticas ocu­rren en universos paralelos.
Aunque quien estuviera detrás de John Titor hizo gala de tener curiosos conoci­mientos de informática y Física Cuántica, sus errores en las predicciones de acon­tecimientos que no se han producido y el no avisar de otros de singular importancia que sí han ocurrido y que él, si fuera cier­to que venía del futuro, debía conocer-co­mo no advertir del derribo de las torres ge­melas del World Trade Center- han resta­do finalmente veracidad a esta historia.
Recientemente ha saltado a los medios de comunicación el hallazgo del que po­dría ser un viajero del tiempo recogido en imágenes de la premier de la película The Circus de Charlie Chaplin, de 1928. En la escena puede verse a una persona -apa­rentemente una mujer- que camina por la calle con la mano sujetando lo que pare­ce un objeto junto a su oreja como si es­tuviera hablando por un teléfono móvil. Sin embargo, parece de sentido común pen­sar que es más probable que se trate de un actor figurante que trata de no ser iden­tificado que de un supuesto crononauta.

El viaje en el tiempo de la luz
Sin embargo, sin necesidad de desplazar­nos físicamente en el tiempo, hay una manera de presenciar distintos momentos del pasado, del pasado cósmico en este ca­so. Para ello no hay más que asomarse a un cielo nocturno despejado. La bóveda celeste es un extensísimo mosaico de acontecimientos pasados. La luz de los as­tros que vemos es antigua, salió de ellos en diferentes momentos del pasado aten­diendo a la distancia que nos separa. Cuando miramos, por ejemplo, al planeta Neptuno, la luz que vemos fue reflejada desde allí alrededor de 4 horas antes. Y si dirigimos nuestra mirada hacia la estrella Polaris, debemos saber que lo que vemos sucedió allí hace 431 años. Cuando ten­gamos telescopios lo suficientemente po­tentes seremos capaces de ver imágenes que nos llegan de planetas que orbitan le­janas estrellas ¡imágenes que se produje­ron hace cientos, miles o decenas de mi­les de años! Pues bien, debemos saber que a la inversa ocurre exactamente lo mis­mo. Desde el espacio pueden observarse imágenes de la Tierra cuya antigüedad de­penderá de la distancia a la que se en­cuentre el hipotético observador. Puede afirmarse que todo suceso producido en nuestro planeta, iluminado por la luz del Sol, genera una imagen que se aleja del suceso a la velocidad de la luz. De tal ma­nera que, por débiles que sean, en este preciso instante viajan por el espacio las imágenes de eventos históricos terrestres pasados. Así, a unos 2.000 años luz de la posición en el espacio que nuestro plane­ta ocupaba hace 2.000 años, se encuen­tran, viajando a una velocidad de 300.000 Km.
Aunque esas imágenes sean extraordi­nariamente débiles y se encuentren enor­memente distorsionadas, no puede ne­garse que, en teoría, usando un hipotético receptor idóneo situándolo a la distancia adecuada, podrían conocerse aconteci­mientos tales como qué sucedió en la Palestina de hace 2.000 años o cómo fue­ron construidas las pirámides de Egipto. Ahora puede parecer disparatado, pero nuestros científicos ya empiezan a vis­lumbrar caracterís­ticas de nuestro universo que en el futuro podrían ha­cer posible lo que hoy parece imposi­ble.
En un interesan­tísimo artículo pu­blicado en Scientific American, los profesores de la Universidad de Columbia, David Z AIbert y Rivka Galchen, reflexionan sobre que, al poder influir úni­camente sobre aquellos objetos del uni­verso que tenemos a nuestro alcance, te­nemos la sensación de que el mundo es local, es decir, que lo que ocurre en un de­terminado lugar está causado y afectado por sucesos ocurridos en sus proximida­des -aunque sean proximidades cósmi­cas-. Sin embargo, estos autores nos re­cuerdan que según la mecánica cuántica pueden producirse reacciones a distancia de sucesos locales. En otras palabras, a nivel cuántico, nuestro universo no es lo­cal y puede influirse en cualquier partícu­la entrelazada cuánticamente sin importar la distancia a la que ésta se encuentre. Y lo que aún es más asombroso, esta in­fluencia a distancia se ejerce de forma in­mediata, instantánea. La no localidad del universo no sólo va contra nuestra intui­ción sino que además no concuerda con la teoría especial de la relatividad de Einstein sacudiendo así fundamentos de la Física hasta ahora casi incuestionables. Portante, no es del todo disparatado pen­sar que quizás, en el futuro, podamos idear la manera de acceder a esta información que en forma de luz viaja por el espacio.


Una noticia
afirmaba que
un "crononauta"
aparecía en una
película de Chaplín
de 1928

¿Podremos conocer el futuro?
Pero, ¿qué ocurre con el futuro? Recientemente el prestigioso físico Roger Penrose de la universidad de Oxford, ha in­formado de que, analizando los datos del satélite WMAP, ha detectado unos patro­nes circulares que se encuentran en el fon­do cósmico de microondas y que sugieren que el espacio y el tiempo no empezaron a existir tras el Big Bang, sino que nuestro universo existe en un ciclo continuo de "rebo­tes" que él llama "eones". Para Penrose, lo que ac­tualmente percibi­mos como nuestro universo no es más que uno de esos eones. Hubo otros antes del Big Bang y habrá otros des­pués. Pues bien, si nos encontramos en un universo que rebota infinitamente, es se­guro que se producirá algún rebote cuya historia sea idéntica a la de la actual, por lo que debería existir un rastro de los acon­tecimientos que se han producido en nues­tro pasado, pero también de los que han de ocurrir en nuestro futuro. Si hubiera una manera de percibir primero e interpretar después ese rastro, tendría que admitirse que el conocimiento del pasado y del fu­turo -desde un punto de vista físico serían la misma cosa-, es posible.
Para finalizar, cabe recordar aquí al cien­tífico francés Laplace quien, a principios del siglo XIX, sugirió que debía existir un conjunto de leyes científicas que nos per­mitirían predecir todo lo que sucediera en el universo, conociendo su estado com­pleto en un instante de tiempo.


El Éter
En las creencias griegas el éter era una sustancia brillante que respiraban los dioses, en contraste con el pesado aire que respiran los mortales. En la India se conoce el éter con el nombre de akasha. En la cosmolo­gía sankhia es considerado uno de los 5 principales elementos.
Durante la Edad Media, tras la recuperación de la fi­losofía aristotélica, el término aetner, justa­mente por ser el quinto ele­mento material reconocido por Aristóteles, comenzó a ser llamado así -quinto elemento- o también quinta essentia, de donde viene la expresión quintaesencia -usada en la alquimia y en la cosmología actual para refe­rirse a la energía oscura-.
Hacia finales del siglo XIX, James Clerk Maxwell (1831-1879) había propuesto que la luz era una onda trans­versal. Como parecía difícil­mente concebible que una onda se propagase en el va­cío sin ningún medio material que hiciera de soporte, se postuló que la luz podría estar propagándose realmente sobre una hipotética sustancia material, para la que se usó el nombre de éter.

El experimento de Michelson y Morley de 1887 cons­tató que la velocidad de la luz no cambiaba fuera cual fuese su dirección de propagación, lo que hizo desechar la idea de la existencia del éter. Sin embargo, en la ac­tualidad hay opiniones que sostienen que la forma en la que se lleva a cabo ese experimento no es prueba de la inexistencia del éter.


No hay comentarios:

Publicar un comentario