lunes, 10 de junio de 2013

Grandes Exploradores III

· Días clave: Exploradores en territorio maya.
· La Imaginación es la clave.
· Las primeras migraciones.
· De los primeros mapas al GPS.
· Los primeros navegantes de la historia.

· Viajeras Intrépidas.
· Héroes en los confines del mundo.
· Las grandes expediciones del conocimiento.
· La llamada de África.

Grandes Exploradores - Parte III
· Exploradores del frío.
· El choque de dos culturas.
· Fracasados y olvidados.
· Mundos por revelar.


Hay lugares donde vivir resulta doloroso, y sin embargo, han sido el foco de una atracción insólita para los humanos. Los desiertos blancos de los "tres polos", el Norte, el Sury el monte Everest son como imanes a los cuales es imposible resistirse. A lo largo de los siglos, muchos aventureros han vuelto a ellos una y otra vez. "Eres como el sol, pues siempre regresas", le dijeron a Peary los habitantes de los hielos en una de sus expediciones. Pero ¿cuál es la característica de esos mantos blancos para atraer de ese modo? ¿Qué hay en ellos? "El frío. Un frío distinto, húmedo, intenso y lacerante", responde Francisco Gan Pampols, expedicionario español en el Ártico. Los pioneros de la exploración de los helados páramos sintieron ese frío maldito; sin duda para luchar contra él lo más difícil e importante es permanecer vivo. Edmund Hi-llary lo supo y por eso, después de coronar el Everest, expresó: "¡Vaya! ¡Hemos vencido a ese demonio!".
El Polo Norte fue el primero que atrajo las miradas, pero el deseo de conquistarlo solo comenzó a materializarse con el descubrimiento del navegante danés Bering del estrecho que comunica por el norte los dos grandes océanos. Esto fue en 1729, y más de un siglo después los exploradores intentarían ir de un mar a otro a través de la zona ártica.

Fama mundial y beneficios económicos
La primera tentativa fue un fracaso. A mediados del siglo XIX John Franklin se perdió entre las islas del norte canadiense, pero hizo varios mapas y prendió la mecha de la fiebre exploratoria y la ambición por beneficiarse de los recursos económicos y de ocupar territorios. Después de tres expediciones geológicas, en 1879 el minerálogo sueco Adolf Erik Nordenskióld consiguió cruzar el paso del noroeste en el navio Vega. Uno de los expedicionarios más interesantes, el noruego Fridtjof Nansen, atravesó posteriormente Groenlandia de este a oeste y diseñó en 1893 su propio barco, el Fram, perfectamente equipado para navegar por el Ártico. Su idea era dejarse llevar a la deriva por un enorme banco de hielo. Los tres inviernos que pasó intentándolo llegó a padecer los -52 °C. Al llegar la primavera, junto con Hjalmar Johansen, pisó tierra y se trasladó ayudado por trineos hasta los 86° 12', lo más al norte que había estado nunca un ser humano. Otro famoso expedicionario, Otto Svedrup, se había quedado a cargo del Fram e intentó navegar a base de dinamitar unos cuantos hielos. Alcanzó con el barco la latitud 85° 57'.
El sueco Salomón Augusto Andrée quiso abordarlo por el aire subido en un globo en 1897 con otros dos expedicionarios, pero el globo perdió hidrógeno y se estrelló en el hielo. De ellos no se supo nada más. Muchos años después, en 1930, fueron < encontrados sus cadáveres. El piloto italiano Umberto Nobile consiguió en 1926 sobrevolarlo en un dirigible llamado Norge acompañado de Amundsen, o Amundsen acompañado de Nobile, ya que entre ellos surgió una larga discusión sobre quién mandaba. Sin embargo, los dos sufrieron igual decepción cuando, un día antes de salir para este viaje, se enteraron de que el piloto estadounidense Richard Byrd había sobrevolado la zona con un monoplano Fokker, adelantándose así a su objetivo.
Una expedición curiosa en el barco Stella Polare fue la de Luis Amadeo de Saboya, el hijo del efímero rey de España, con el capitán Umberto Cagni. El aristócrata perdió dos dedos en el invierno polar de 1900 y tuvo que dejar que Cagni saliera en trineo, y batiera el récord de Nansen, alcanzando la latitud 86° 34'.
En estos primeros años del siglo XX comenzó la legendaria rivalidad entre Robert Peary y Frederick Cook, los dos exploradores estadounidenses que se autoproclamaron "el primero" en la carrera de llegada al Polo. Peary, que había partido el 6 de julio de 1908 de la ciudad de Nueva York, pero que no salió hasta el 1 de marzo de 1909 de la isla de Ellesmere, escribió el 7 de abril en su diario: "¡Al fin el Polo! El premio de tres siglos, mi sueño y ambición durante 23 años. Mío al fin". A su vez Cook, quien había salido en 1907 de Estados Unidos, mandó a su regreso, más de dos años después, un telegrama al New York Herald que decía: "El 21 de abril de 1908 llegué al Polo Norte y descubrí una gran tierra en el norte". Teóricamente Cook se había adelantado casi un año a Peary, pero las noticias de los dos expedicionarios fueron recibidas al mismo tiempo. Robret Peary montó en cólera acusando al otro de mentir.


¿Quién llegó primero?
La polémica se llegó a debatir en los asientos del Congreso, donde dieron la razón a Peary, quien parecía más sincero y al que apoyaba la poderosa Sociedad Geográfica. A la luz de los historiadores, ninguno de los dos llegó a poner el pie en el centro polar; Cook seguro que no, pues su expedición fue un fraude debido a que el gran peso de sus trineos le impidió aproximarse, pero en 1996 también se examinaron los registros de Peary y la conclusión indicó que él tampoco había llegado; se quedó a unos 37 kilómetros del Polo. Aún así, este último, al que el periodista Fergus Fleming describió como "el más impetuoso, el más exitoso y probablemente el más antipático de los hombres en los anales de la exploración polar", se llevó la gloria histórica de ser el primero.
Mucha gente siguió intentándolo después: el ruso Vilkitskij consiguió completar el paso del noreste en 1914, yendo en rompehielos desde Vladivostok a Arkángel. Cuatro años más tarde, Amundsen navegó alrededor del casquete polar.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, el Ártico se convirtió en uno de los escenarios de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS. El submarino nuclear americano Nautilus pasó bajo los hielos en 1958. Wally Herbert llegó a pie en 1969, atravesando el gélido desierto con otras tres personas y 40 perros. El médico francés Jean-Louis Etienne lo hizo solo y con esquís partiendo de Canadá en 1986.
La exploración del Polo Sur tiene acento español y portugués, aunque hay quien dice que también chino. Un libro llamado 1421. El año en que China des cubrió el mundo afirma que el almirante Hong Bao viajó a la Antartica en 1421, pero los historiadores no acaban de creerlo. Sí parece cierto que Gabriel de Castilla lo avistara en 1603 y los viajeros Mendaña y Quirós, en sus rutas por las islas del Pacífico Sur, intuyeran la existencia de un continente austral y creyeran haberlo encontrado en la Isla Cardona. Pero fue James Cook, comisionado por la Royal Society británica para buscar la Terra Australis, el que más se aproximó. Cruzó el círculo polar y casi desembarca en la Antartica, porque cuando vio las enormes torres heladas desplomándose sobre el mar, decidió que no valía la pena ir más allá y se dio la vuelta. Su intento llamó la atención de los pescadores y muchos barcos poblaron la zona en busca de focas, lobos marinos y ballenas. Casi medio siglo más tarde, William Smith partió de Montevideo en un bote de escaso porte y dobló el Cabo de Hornos. Esto fue en 1819, y hasta 1842 no se pudo decir que otra persona haya admirado el espectáculo de las soledades antarticas. Fue James Clark Ross, un capitán comisionado por Inglaterra quien, a bordo de los HMS Erebus y HMS Terror (que dieron nombre a dos volcanes), cartografió una parte del continente y vio la barrera de hielo (que se llama ahora Barrera R.pss) del golfo Antartico. Sin su expedición nadie habría encontrado la vía de entrada.
El belga Adrien de Gerlache intentó en 1897 llegar al Polo Sur Magnético. El viaje en el que participaron dos de los más grandes exploradores del mundo, un Amundsen todavía desconocido y Cook, estuvo marcado por las vicisitudes. Primero no conseguían dinero, después enfermó el médico y tuvieron que reclutar a Cook en Río de Janeiro. Las tormentas se ensañaron con la embarcación Patria y la tripulación, poco experimentada en un viaje tan complicado, se enfermó antes de llegar y también después, al regreso, aquejada de anemia. Además, se quedaron varados en el hielo durante un año. Solo 17 personas volvieron después de haber alcanzado el punto más al sur logrado hasta aquel momento. En los mismos años, Carsten Bor-chgrevink dirigió la primera expedición pagada por los británicos, la Southern Cross, la cual desembarcó en la Barrera de Hielo.



Éxitos y fracasos
La más esperada, la Expedición Discovery, fue otra odisea. Sus integrantes partieron en el primer año del siglo XX y no regresaron hasta el cuarto. En las circunstancias tan adversas que sufrieron (ventiscas, bloqueo del barco, rotura de trineos...), el oficial británico Robert Scott llegó a decir que había vivido las semanas más horribles de su vida y juró que nunca más volvería por allí. Al final los rescató otro barco, ante la furia de Scott por dejar el suyo. "Un marinero haría lo imposible antes de abandonar su nave. Los lazos que nos unían al Discouery iban mucho más allá de lo ordinario", expresó. Por las mismas fechas, otra expedición con el escocés W. S. Bruce al frente, se dirigió a la Antartica, y también Ernest Shackleton en su primer viaje realizó la hazaña de alcanzar el Polo Sur Magnético, pero cuando casi había conseguido llegar a la latitud 88° 23' se dio la vuelta para salvar la vida de los expedicionarios. Los franceses mandaron su primer enviado, el médico Jean-BaptisteCharcot, que cumplió sus objetivos científicos y exploratorios.
Pero el territorio helado estaba por caer y tenía que ser el mismísimo Roald Amundsen, abandonando ya su pretensión de llegar al Norte a la vista de la disputa reinante, el que alcanzara el Sur. Nansen le dejó el barco Fram y con él se aproximó a la Barrera de Ross. Su rival Scott, en la Expedición Terra Nova, salió casi al mismo tiempo, la diferencia fundamental entre los dos era de infraestructura. El británico, que pretendió seguir la ruta de Shackleton, llevaba ponis siberianos cargados como muías y los animales morían uno tras otro porque el sudor se les congelaba en la piel. El noruego fue muy austero, se servía de perros, los cuales regulan la temperatura de forma distinta. Tiraron los trineos a la ida y algunos sacrificados sirvieron de comida al regreso, con gran escándalo de los defensores británicos de los animales. Así fue como Amundsen no tuvo excesivos problemas y llegó el 14 de diciembre de 1911, mientras Scott se encontró con penas y dificultades, hasta el punto de que a la vuelta, bloqueado por una tormenta, tomó opio para dejarse morir. El primero ganó por 35 días al segundo. Al llegar, el noruego, muy a tono con el paisaje, se limitó a escribir: "Desde niño he soñado con llegar al Polo Norte, y heme aquí en el Polo Sur".
Los australianos, que son los que están más cerca, se decidieron a curiosear por allí en 1911. Douglas Mawson, que había ido con Shackleton al Polo Sur Magnético y fue pionero en subir al volcán Erebus, dirigió el viaje por la zona de la Tierra Adelia. Tres años más tarde lo intentó la expedición Endurance de Shackleton, que fracasó pero se hizo famosa por su heroicidad y las imágenes que obtuvieron de la terrible aventura. También Richard Byrd fue el primero en sobrevolar el segundo continente helado, lo hizo en 1929. El mismo estadounidense organizó en la Antartica uno de los muchos episodios misteriosos de la Segunda Guerra Mundial: la operación Highjump, teóricamente una expedición científica aunque en realidad una respuesta militar al supuesto desembarco nazi en la Antártida en 1938. Hasta el año 1956 no se pudo aterrizar en el continente; lo consiguió George Dufek, quien había sido lugarteniente de Byrd. Desde entonces, la Antartica se recorre con rompehielos, trineos a motor y tractores.


Everest, el gran desafío
El demonio, la madre del universo (tibetano), la cabeza del cielo (nepalí): 8.850 metros de altura. "Pero ¿por qué hay que subirlo ?", le preguntaban a George Mallory en 1923. "Porque está ahí", contestaba. No hay otra explicación, está ahí y al ser humano le es imposible resistirse. El tercer polo del mundo, el más peligroso de todos, de hecho el último en ser explorado, ha sido una trampa mortal incluso en los últimos tiempos; en 1996 murieron 15 personas intentándolo. En total más de 200 se han quedado por el camino de ascenso y muchos cadáveres pertenecen para siempre a la montaña "endemoniada". Conquistar su magnética cumbre significa multiplicar los peligros de los polos por la dificultad de una altura en la que no se puede ni respirar más que unos cuantos minutos.
Los occidentales emplearon más de un siglo solo para mirar, medir y conocer al monstruo. En 1803, Charles Crawford hizo mapas desde Katmandú y declaró que aquella era la montaña más alta del mundo. Roger Colebrok aseguró que por lo menos dos de las cimas de la zona tenían más de 8.000 metros. Tanto Tibet como Nepal expulsaron una y otra vez a los británicos, pero en 1847 el coronel Andrew Waugh, enviado por la Indian Survey, le dio el nombre por el que se le conoce en Occidente y estableció su medida, aunque la exacta la dio el matemático bengalí Radhanath Sisar en 1852 con cálculos de trigonometría.
El alpinista británico George Mallory empezó en 1921 a hacer expediciones ayudado por sherpas y lo intentó hasta tres veces. Sin estos viajes previos, nunca se habría podido subir, pues sus equipos cartografiaron varias rutas. En la primera expedición, Nepal les negó el paso y se tuvieron que poner de acuerdo con el Dalai Lama, que buscaba aliados contra una posible invasión de China. En el segundo viaje, aunque una parte del equipo tocó los 8.300 metros, una avalancha acabó con la vida de siete sherpas; Mallory en persona cavó en la nieve para encontrar al único superviviente. El de 1924 contó con la ayuda de Andrew Irvine. En la primera cordada, cuatro sherpas quedaron atrapados tras una tormenta y hubo que subir a rescatarlos. En la segunda, partieron Mallory e Irvine del último campamento y Noel Odell miró con unos binoculares cómo se alejaban. Fue la última vez que se supo de ellos; Odell aseguraba haberlos visto superar el segundo escalón, pero lo cierto es que pasaron 75 años antes de que alguien encontrara el cuerpo de Mallory, a 500 metros de la cima, con una pierna rota. ¿Llegaron arriba? No lo sabremos hasta que no se encuentre o el cadáver de Irvine o la cámara de fotos que llevaban. El mejor montañista del mundo, Reinhold Messner, el primero que subió a la montaña maldita sin oxígeno por el Collado Norte, piensa que nunca llegaron: "El segundo escalón hasta el día de hoy no había sido escalado en libre por nadie. ¿Cómo pudo Mallory haberlo logrado con sus botas de clavos y 20 kilos de peso a la espalda?".

La Antartica castiga a humanos y animales
El país que llegaba primero era dueño del territorio y podía explotar recursos como la caza del oso polar. Hasta 1973 no se firmó un acuerdo internacional para limitarla. En el centro, el capitán Lawrence Dates con los ponis siberianos que Scott se empeñó en llevar en la expedición, el sudor se les heló en la piel y hubo que sacrificarlos. A la derecha, Dates y Cook antes de emprender el viaje que acabó por costarles la vida.



El escalón más alto
En 1953, los británicos pagaron una expedición por el Collado Sur y con oxígeno liderada por el coronel John Hunt. Una primera pareja de alpinistas se quedó a 100 metros del punto más alto, Hunt envió a la segunda pareja formada por el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tenzing Norgay. Este último ya había formado parte de otras tentativas, como las dos del suizo
Raymond Lambert en 1952, quien prácticamente estableció la ruta a seguir. A las 11:30 de la mañana del 29 de mayo de 1953, Hillary primero y Norgay a continuación, tocaron con el pie los 8.850 metros de altura. El último hielo virgen del planeta había sido conquistado. Las emociones de estos y otros "locos" que dejaron la piel en los fríos desiertos y cumbres se reflejan en lo que dijo Nansen al volver de su viaje: "El hielo y las largas noches de luna me parecían un sueño remoto de otro mundo, un sueño que se había desvanecido. Pero ¿qué valor tendría la vida sin sueños?".
















La curiosidad siguió a la sorpresa inicial. Pero con la dura coexistencia llegó la certeza de que el mundo conocido -el mismo de sus padres y abuelos- jamás volvería a ser el mismo.
Por Alberto Porlan

stás cocinando pescado en el fogón de tu choza. De pronto, escuchas una algarabía de gritos y muchos corriendo afuera. Apartas la comi-da del fuego y sales para ver qué ocurre. La gente de la aldea está muy alterada y todo el mundo se dirige hacia la playa. Mientras corres con ellos, alguien te cuenta que acaba de aparecer un objeto extraño a lo lejos. Es cierto. Allí en frente, flotando sobre el agua, hay algo que ni tú ni nadie que conozcas había visto antes: una especie de canoa inmensa, con alas blancas. Poco después, de la gran canoa se descuelga otra más pequeña que se llena de seres relucientes y se dirige hacia la playa.
No sin miedo, te acercas a la orilla impulsado por la curiosidad. Los desconocidos que pisan la playa son humanoides de piel tan blanca como la carne del coco, con la cara llena de pelos y el cuerpo recubierto de un material que hiere los ojos al recibir los rayos de Sol. Del cinto les cuelgan lo que parecen unos largos cuchillos. Algunos de ellos llevan en las manos unos arcos muy pequeños, mientras que otros acarrean bastones oscuros, cortos y gruesos, cuya utilidad te resulta un misterio.
Los extranjeros dan unos pasos por la playa y, de pronto, doblan una pierna y se arrodillan en silencio. Dos de ellos se adelantan. Uno, cubierto de piel oscura desde los hombros hasta los pies, enarbola un palo largo atravesado por otro más corto, y el segundo ondea al viento una especie de piel de colores. El mejor vestido de ellos grita unas palabras incomprensibles y luego todos ellos se alzan del suelo a la vez y empiezan a abrazarse riendo y gritando. Parecen estar muy contentos, así que la gente de la aldea, incluyéndote a ti, se acerca a los extraños riendo y gritando de la misma manera: se muestran tan felices por haber llegado hasta aquí que sería descortés no mostrar la misma alegría para recibirlos. Pero mientras corres hacia ellos, riendo y gritando, te asalta un pensamiento que enseguida se transforma en una honda sensación de angustia: a partir de ese momento, la vida, tal como la has conocido y como la conocieron tus padres y tus abuelos, jamás volverá a ser la misma.
Eres un indio arawak asentado desde tiempo inmemorial en una hermosa isla del mar Caribe, y lo que acabas de sentir empezarán pronto a experimentarlo millones de individuos en todo el mundo, desde Tahití hasta Madagascar y desde Alaska a las islas Filipinas.



Los primeros contactos
Estos extraños blancos hacia los que ahora corres están dispuestos a extenderse por todo el mundo. Tardarán siglos, pero lograrán su cometido.
En las innumerables crónicas europeas de viajes y descubrimientos, son muy contadas las veces en las que se describe un recibimiento claramente hostil por parte de los nativos, y menos aún cuando se trata de primeros contactos. Los antiguos filósofos de la historia se basaron en ello para poner en pie su idea del "buen salvaje", pero los modernos se inclinan a pensar que esa actitud benevolente obedecía más bien a que el concepto de hospitalidad resulta natural en los seres humanos. Sin contar con eso, serían inexplicables hazañas como la exploración del África profunda por Livingstone o Mungo Park, o el alucinante viaje a pie de ocho años entre La Florida y México al que sobrevivió Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Autores como Urs Bitterli han establecido tres fases sucesivas (contacto, roce y choque) en toda relación entre europeos y nativos, a la que podría añadirse una cuarta que es doble y consecuencia de las anteriores: mestizaje o extinción. Generalizar es arriesgado, ya que las tales relaciones se plantearon de maneras muy distintas en cada lugar y tiempo, pero el modelo sirve para explicar el proceso desde el punto de vista de los naturales. En la primera fase, el contacto, todo es curiosidad. Los aborígenes observan, tocan y huelen a los recién llegados para convencerse de que son seres humanos, porque no están seguros de ello. Lo más frecuente es suponer que han bajado del cielo. Tal vez son dioses. Traen materiales fríos y durísimos de los que están hechas sus armas y con los que se cubren el pecho, de modo que las flechas rebotan sobre ellos. Todo lo que les rodea es nuevo y misterioso, cuando no completamente incomprensible. Resulta extraño, por ejemplo, que no haya mujeres entre los visitantes (nunca las había), tal vez porque pertenecen a una raza distinta que no ha nacido de madre. Pero pronto queda claro que saben muy bien cómo es una mujer y lo que puede hacerse con ella sin necesidad de conocer el idioma. Luego están esos animales de cuatro patas, enormes, temibles, encima de los que se montan y sobre los que pueden correr con mucha velocidad sin caerse. Por último, la verdadera clave de su poder: los bastones que escupen truenos y vomitan fuego, capaces de hacer blanco a grandes distancias. Con todo eso, es natural que la curiosidad ceda paso al temor, al mismo ritmo que el contacto empieza a convertirse en roce. Entonces las preguntas sin respuesta se encadenan unas con otras. ¿A qué han venido? ¿Qué buscan? ¿Se quedarán o seguirán su camino?
La consecuencia inmediata del roce, la segunda fase, es la incomprensión y la divergencia. Ellos desprecian lo más valorado por nosotros, mientras que aprecian cosas que nosotros despreciamos. No muestran el menor respeto hacia nuestros dioses y nuestros tabúes, y tienen una avidez infinita por nuestro metal amarillo. Al principio, cuando vimos hasta qué punto lo apreciaban, se lo regalábamos. Después comenzaron a cambiárnoslo por pieles coloreadas y por cuentas de vidrio, y finalmente nos arrancaban los collares del cuello y se apropiaban de nuestras sagradas imágenes por la fuerza. Protestamos por ello, pero se rieron en nuestra cara. Así que enterramos todo el metal amarillo que no nos habían quitado todavía y ' aprendimos a ofrecerles alguna pieza pequeña a cambio de lo que queríamos conseguir. Pero tampoco sirvió de nada. Agarraron a los sacerdotes y los torturaron para que los condujeran al lugar en que lo habíamos enterrado. Por entonces, los extranjeros ya hacían lo que querían.



En el combate
Forzaban a las mujeres jóvenes, se quedaban con la mayor parte de los alimentos y obligaban a los hombres más fuertes a trabajar de sol a sol para su beneficio. Las protestas fueron sofocadas con un rigor y una crueldad desconocidas en nuestra tierra.
De ese modo llegamos al choque. Muchos de nosotros dejamos los poblados y huimos al monte y a la selva, donde nos reunimos para luchar. Y cuando estuvimos preparados, nos arrojamos sobre ellos. Conseguimos matar a unos cuantos, pero al final se impusieron sus poderosas armas, sus arcos y sus bastones de fuego. La mayoría de los nuestros fueron masacrados, y las cabezas de los más valientes se secaron al Sol durante semanas, clavadas en pértigas a la entrada de los poblados. Yo conseguí sobrevivir, y desde entonces trabajo sin parar junto a otros 200 de mis hermanos para levantarles la gran casa de piedra que están construyen < do en la colina. Pero no duraré mucho, porque estoy enfermo de un mal que no conocíamos antes de que ellos llegaran. Un extranjero se apoderó de mi choza abusando de mis hermanas. Mi vieja madre se encarga de limpiar la choza y preparar la comida, y mi padre, que apenas puede caminar, está matándose a fuerza de acarrear el agua que el invasor desperdicia sin remordimientos. Hasta los dioses nos han abandonado desde que los extranjeros nos prohibieron darles culto para obligarnos a creer en el suyo, al que ni siquiera entendemos. No, la vida no ha vuelto a ser la misma desde que ellos llegaron. Los arawaks ya no tenemos mañana.


Problemas de incomprensión
Esta historia ejemplifica un patrón individual atroz que se repitió millones de veces entre los siglos XV y XIX. La letra variaba, pero la música, compuesta de pillaje, abusos y muerte, lo hizo pocas veces. En cambio, el motivo, el material de la batuta que dirigía aquella orquesta, era muy variable. Estuvo hecho de oro, de plata, de marfil, de perlas, de sangre y sudor humanos, de piedras preciosas o de pieles codiciadas en las cortes europeas. Por otro lado, las comunidades nativas eran también muy diferentes entre sí. Sin salir del Pacífico, la extrema hospitalidad de Tahití, de la que todos los exploradores se mostraban sorprendidos, resaltando el hecho de que los padres se complacieran en entregar a sus hijas a los visitantes, contrasta con lo que se llamó "la ley de las Fidji", o sea, el destino que debía esperar todo visitante europeo de aquellas islas: terminaren el estómago de los feroces caníbales que las poblaban.
Los problemas derivados de la incomprensión mutua se produjeron por ambas partes. Los mexicas, por ejemplo, no entendían que los hombres de Cortés rechazaran con gestos de asco las magníficas viandas que les habían preparado. En especial después de que, para hacerlas aún más apetitosas, las regaran generosamente con la sangre caliente de niños sacrificados ante su vista. En contraparte, también se dieron increíbles ejemplos de comprensión humana por parte de los nativos. Cuenta Cabeza de Vaca en sus magníficos Naufragios que, cuando el río se tragó su balsa y a la mayor parte de sus compañeros de aventura, los escasos supervivientes que se agruparon en la orilla, desnudos, exhaustosy pasmados, viendo el estado en que se encontraban, se echaron a llorar. Y dice también que en ese momento un grupo de indios salió corriendo de la selva hacia donde ellos estaban. Pero al llegar a su altura y verlos en aquella situación, lo comprendieron todo, se sentaron a su lado y empezaron a llorar con ellos.
Otras veces, y no pocas, la llegada de los extraños supuso un alivio temporal para los nativos, quienes obtuvieron la ayuda de los recién llegados para arreglar cuentas pendientes con sus seculares enemigos tribales. Pero también ocurrió lo contrario. En 1790, la expedición a Alaska del ruso Baranov estuvo a punto de perecer a consecuencia de un ataque de los koloschos, acérrimos enemigos de los nativos aleutianos que los acompañaban. Este juego de alianzas y hostilidades con las distintas tribus se reprodujo incontables veces en las grandes extensiones americanas, desde Canadá hasta la Patagonia, aunque el resultado final siempre fue el sometimiento o la extinción de los dos bandos nativos y la primacía de los colonizadores.
Sin embargo, tampoco hay que olvidar que algunos contactos (sobre todo por parte de los ilustrados exploradores del XVIII como Bougainville o Cook) se llevaron a cabo con mucha más delicadeza. Los hombres que componían aquellas expediciones ! habían sido aleccionados para no dar motivos de queja a los nativos, y por lo general cumplieron las órdenes. Para la tripulación de un barco, la benevolencia de los isleños puede ser asunto de vida o muerte, porque sin ella no hay manera de obtener agua o víveres frescos. Claro está que una cosa es explorar un océano, en cuya actividad apenas llega a producirse contacto y roce, y otra muy distinta es aposentarse en tierra firme, donde a la larga resulta inevitable el choque.



Desconfianza mutua
Por otra parte, el recelo recíproco y la precaución excesiva actuaron con frecuencia como ralentízadores de los encuentros por ambos lados. Durante mucho tiempo se evitaron los contactos en la medida de lo posible. Los intercambios imprescindibles seguían el protocolo siguiente: cuando un navío europeo se encontraba en la imperiosa necesidad de cargar víveres y agua dulce, enviaba un bote a la costa con telas y objetos diversos, que amontonaban en la playa. Luego, el bote regresaba al barco. Los nativos tomaban las cosas y en su lugar dejaban lo que les parecía. Y solo después de retirarse volvían los europeos a la playa para recoger el fruto del intercambio. En 1525, la expedición del florentino Verrazzano, encargada por Francisco I de Francia para buscar un paso a India por el noroeste, se quedó sin provisiones a la altura de la actual bahía de Nueva York. Arriaron un bote y se aproximaron a la costa con las mercancías. Pero entonces aparecieron los nativos, así que los del bote decidieron no desembarcar y arrojarles los regalos desde la embarcación. Al ver que estos se perdían entre las olas, un joven marinero se tiró al agua con las manos llenas de objetos para acercarse más, pero la marejada lo arrojó a la playa, donde los nativos se apoderaron de él, lo desnudaron y comenzaron a encender una hoguera. Todos pensaron que iban a presenciar un festín caníbal, pero lo único que deseaban los indios era examinar físicamente al extraño muchacho descolorido. La hoguera era para secarlo y quitarle el frio.
Otra hubiera sido la historia del mundo a partir de 1492, si en las naves europeas hubieran embarcado el concepto del que depende toda relación entre seres humanos por muy distintos que sean: el respeto. En cambio, lo que ocurrió fue que el respeto se quedó en Europa y lo que desembarcó en el punto de destino fue una aguda sensación de avidez mezclada con otra, hecha de arrogancia y desprecio, que nadie llamaba aún racismo pero que ya lo era. De ese modo Europa echó a perder la gran ocasión que le brindó la historia durante casi cuatro siglos para dar un paso decisivo, basado en la colaboración y el beneficio mutuo, en el largo camino del progreso humano.

  

Fracasados y olvidados
Casi
lo consiguieron
Mostraron tanto valor como los exploradores exitosos, pero la adversidad se impuso y sus expediciones acabaron mal; se dificultaron desde el inicio, fueron un total desastre o, sencillamente, no obtuvieron el reconocimiento que merecían. Estos son algunos de los muchos aventureros desafortunados de la historia.

Por Miguel Mañueco


¡Dios mío, éste es un lugar espantoso!". La frase que Robert Scott escribió en su diario de expedi-c'on describía el punto exacto del Polo Sur y también la desolación ante el fracaso. El que es sin duda el explorador desventurado más famoso de todos los tiempos alcanzó el 17 de enero de 1912, junto a sus cuatro compañeros, el destino de su fatídico viaje al descubrir allí una tienda con una bandera noruega dejada cinco semanas antes por su competidor, Roald Amundsen. De esta manera tan inesperada el inglés entendió la inutilidad de tanto esfuerzo: 2.464 kilómetros de dura travesía, llena de fatalidades desde que el grupo desembarcó del buque Tena Nova, en el que había arribado hasta las costas antarticas. No obstante, el verdadero espanto estaba aún por llegar debido a que el regreso al barco fue una sucesión de calamidades que acabaría con la vida de los cinco expedicionarios. Scott fue el último en morir, refugiado de las gélidas ventiscas en una de las pequeñas tiendas y a tan solo 18 kilómetros del campamento base.
"Es una lástima, pero no creo que pueda escribir más". La última línea de sus escritos revela el presagio del fin y también una muy comunicativa vocación, que hallaría eco tras ser rescatado su cuerpo ocho meses después. Publicado en 1913 bajo el título La última expedición de Scott, su diario se convirtió en éxito de ventas y envolvió el desastre en una nube de gloria. Ante sus compatriotas, el explorador malogrado se convirtió en héroe. Un éxito al fin, que solo duraría hasta que analistas más críticos sacaron a relucir los supuestos errores y falta de pericia de Scott. Aunque nada pudieron cuestionar de su científica abnegación, pues ya moribundo siguió recogiendo muestras geológicas, o del éxito logrado en su anterior expedición a la Antártica, en la que había llegado más lejos que nadie. Después vendría el mito, mantenido en el tiempo por el cine y la literatura, hasta el punto de igualar en el sitial de la fama al mismísimo triunfador, Amundsen.
No alcanzó tanto renombre el también británico Ernest Shackleton, quien había participado en la primera expedición de Scott a la Antártida; sin embargo, la fama que alcanzó en su tiempo lo tuvo que consolar de sus fallidas aventuras. Ambos compitieron por organizar su segunda y definitiva expedición por separado, en la que Shackleton, después de muchas penurias, se quedaría a 180 kilómetros del Polo Sur. Decepcionado pero siempre entregado, trataría de resarcirse de la victoria de Amundsen con una expedición en la que pretendía cruzar por primera vez toda la Antartica, objetivo que nunca llevaría a cabo, ya que el Endurance (resistencia), su barco, fue destrozado por los hielos. La increíble odisea, que los llevó a estar ocho meses varados en la Isla Elefante, el famoso rescate realizado gracias a la pericia del piloto de la Armada de Chile Luis Pardo Villalón al mando de la Escampavía Yelcho y su recibimiento como héroes en Valparaíso e Inglaterra constituirían, en esta ocasión, el éxito que mitigó su rotundo fracaso.


Empeño, valentía y penas
Dejando aparte el triunfo, grande o pequeño, que supone que el nombre de alguien quede estampado en la memoria del mundo, aunque sea en las enciclopedias, lo cierto es que el fracaso es lo que es, y no hay vuelta de hoja. Así lo podrían proclamar tantos y tan temerarios hombres que dejaron alma y cuerpo en este mismo mundo helado e imposible de la Antártica, como el marinero y cazador de focas inglés John Davis, de quien se dice que fue el primer hombre en pisarla en 1820. Si efectivamente fue así, es toda una falta de reconocimiento dejarlo solo en leyenda. Aún más agravio para los 644 tripulantes del navío español San Telmo que, azotado por una de las feroces tormentas del cabo de Hornos, se perdió y podría haber arribado a las costas antárticas incluso antes que Davis, en 1819. Los restos hallados no confirman el hecho y tampoco la supervivencia de los tripulantes en un campamento durante algún tiempo.
El frío absoluto que tuvieron que soportar todos estos aventureros de los hielos del Sur se hace casi inimaginable. Al menos con tal vicisitud no se enfrentaron, en la América recién descubierta, los conquistadores españoles. Muy osados debieron ser para embarcarse rumbo a lo desconocido en aquellos barcos, literalmente cascarones, y enfrentarse con tan escasos medios a circunstancias, paisajes y climas tan extraños e impensados. Qué decepción si, después de esa bravura y empeño, la empresa se derrumbaba e incluso se convertía en catástrofe.
Eso fue lo que ocurrió a quienes llegaron a La Florida, la tierra americana en que la conquista se alargó más y fue más complicada. Una tras otra, las expediciones se desmoronaban en las tierras pantanosas de la península, hostigadas por los animales o por los fieros nativos, que seguirían oponiendo resistencia cuando el territorio pasó a manos de Estados Unidos.
Lucas Vázquez de Ayllón no se dejó intimidar por las experiencias de quienes, antes que él, lo habían intentado. Enardecido por las historias de riquezas que le contó un indio traído de la codiciada península, se lanzó a la colonización en el año 1526 acompañado de 500 hombres y mujeres, entre los que se hallaban los primeros esclavos negros que pisaron territorio norteamericano.


La interminable búsqueda de oro
Pronto comenzaron las desgracias, y se sucederían hasta el desastre total. La nave capitana naufragó con todas las provisiones, pero aun así y entre grandes penalidades, establecieron un asentamiento sobre el que enseguida cayeron las enfermedades, el hambre y los incesantes ataques de los indios. Fueron muriendo, incluido el propio Ayllón, hasta quedar solo 150 personas que, famélicas y enfrentadas entre sí por la supervivencia, decidieron regresar a Santo Domingo.
Allí se enterarían de que un año antes, en 1527, había partido de Sanlúcar de Barrameda una nueva expedición, encabezada por Panfilo de Narváez, a quien se habían unido 600 hombres, y que se convertiría en todo un paradigma de desastre en la contienda americana. Diezmados por las tormentas y naufragios quienes se salvaron llegaron a las costas de La Florida y, aun en esas condiciones, se lanzaron a la búsqueda del legendario oro de los Apalaches para hallar solo más calamidades y más muerte. Los 224 hombres que sobrevivieron tuvieron que escapar bajo una lluvia de flechas en balsas que ellos mismos construyeron. La escena tan de película solo era el inicio de ese relato deslumbrante, sobrecogedor, con las hazañas posteriores de uno de los supervivientes de esta azarosa huida marítima: Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Este conquistador jerezano dejaría tras de sí la estela de su renombre como aventurero. Fama reconocida de la que no goza García López de Cárdenas, a pesar de haber sido el primer europeo que contempló in situ esa maravilla geológica que es el Gran Cañón del Colorado. El encuentro sucedió mientras encabezaba una partida en busca de agua para la expedición de Francisco Vázquez Coronado, que había partido hacia las tierras norteamericanas con la idea de hallar oro en 1540.


La Florida fue tierra de fracaso para muchas expediciones que fueron tras los mitos del oro.

La fama se quedó en el abismo, como se le quedó en España la buena suerte a Diego de Nicuesa. Su buena posición social apenas le sirvió cuando se embarcó en la aventura americana y nada, o muy poco, le salió bien. En 1510 recorrió las costas del Darién, al sur del actual Panamá, en busca de lugar de asentamiento y de oro. Una tormenta lo hizo refugiarse en un río que resultó no ser navegable y a partir de ahí todo fueron desdichas, hasta acabar él y unos pocos más, desnudos y hambrientos en una isla, donde se escondieron de la persecución de los indios. Al final fueron rescatados, aunque tiempo después debido a su abuso de poder acabaría castigado por los propios españoles, quienes lo abandonaron en un barco en malas condiciones y escasas provisiones, y nunca más se supo de él.
Otro personaje que cayó en el olvido fue Alvaro de Saavedra, primo de Hernán Cortés, quien tuvo el valor para adentrarse en las inmensidades del océano Pacífico. Su nombre, como los de otros que se alejaron del gran escenario americano, no fue reconocido. Tras deambular de isla en isla, quiso retornar pero se perdía y siempre acababa en las Molucas. En 1529, él y su tripulación intentaban el regreso por cuarta vez cuando perecieron en medio de una tempestad.


Morir en el intento o sobrevivir
No le sonaría al británico William Dampier el nombre Isla del Oro con que el señor Saavedra bautizó Nueva Guinea, tierra que exploraría más de un siglo y medio después. Dampier, que además de bucanero era botánico y escritor, incluso la car-tografió, y lo mismo hizo con las costas de Nueva Holanda, tierra que después se llamaría Australia y donde, al igual que en Inglaterra, el nombre de este intelectual corsario aparece, y no siempre, en la letra pequeña de las crónicas. Capitulares para aquellos que se distinguieron en la conquista del lejano continente, que no fue tarea fácil y que también tuvo sus héroes desventurados. Como Robert Burke y William Wills, quienes en 1860 cruzaron por primera vez el continente austral de sur a norte junto a otros 17 hombres. En la travesía de 2.650 kilómetros del por entonces inexplorado territorio padecieron todo tipo de dificultades, y en el regreso murieron todos menos uno, identificado como John King.
¡Tanto esfuerzo para después no poder contarlo! Y peor aún no poder contarlo siguiendo vivo y habiendo estado en primera fila de tan magnífica hazaña. Entre tanto nombre enaltecido por páginas y fotogramas a lo largo de la historia, ¿quién se acuerda, o siquiera conoce, a los bravos acompañantes negros de los grandes exploradores de África? Sus dotes y destreza —irreemplazables en estas proezas—, fueron fundamentales para rastrear impenetrables selvas y áridos desiertos, pero el color de su piel los hizo invisibles ante los ojos de los occidentales de su tiempo, y hoy siguen difusos en las brumas de la memoria oficial, que no los cuenta para nada. Ahí quedan nombres como Chuma, Susi o Uledi, en las entrelineas de la sonora narración de las peripecias de protagonistas como Livingstone o Speke. Como también quedan en las líneas nunca escritas de la historia los africanos que ayudaron al explorador portugués Francisco Barreto en su intento de conquistar Mozambique en 1570, aunque no pudieron evitar el fracaso de la contienda, en la que este moriría al igual que muchos de sus hombres.
< Peligro en los ríos y selvas de África
Uno de estos bravos guías africanos fue el único superviviente de la emboscada que acabó con el explorador y naturalista escocés Mungo Park en 1806. Después de una primera expedición al Níger, que narraría en el exitoso libro Viajes en los distritos interiores de África, la segunda, al mismo río, no pudo ser más calamitosa, acuciada en todo momento perlas enfermedades y los ataques de los nativos. Incluso así, con el único soldado superviviente y en una balsa hecha de restos de balsas, Mungo logró navegar casi 1.600 kilómetros del curso inexplorado del río, hasta que él y su guía se vieron atrapados bajo una lluvia de flechas y lanzas de los nativos bausas.
Como él, por tierras africanas en el siglo XIX, contemplándolo todo con avidez, también anduvo sir Francis Gallón. Primo de Charles Darwin, publicó sus propios estudios, pero, claro, con semejante pariente estaba abocado a un reconocimiento muy escaso. Una sombra enorme que de la misma manera cubrió a Alfred Russel Wallace hasta dejarlo prácticamente fuera del merecido renombre, a pesar de que, según se dice, sus teorías evolucionistas, que elaboró tras sus exploraciones por el Amazonas y el sudeste asiático, fueron las que inspiraron a Darwin.
A punto de tocar el firmamento estuvo el británico George Leigh Mallory, sin embargo, se quedó en el limbo. Tras participar en las dos primeras escaladas que intentaron alcanzar la cumbre del Everest, en su tercer intento, en 1924, desapareció con su compañero a más de 8.000 metros. Sus cuerpos no fueron encontrados hasta 1999, y siempre quedó la duda de si habían logrado pisar la cima de la famosa montaña, en cuyo caso se habrían adelantado 29 años al primer ascenso exitoso oficial, llevado a cabo por Hillary y Norgay.


Admirables pero siempre invisibles
Lástima que el señor George Herbert Leigh Mallory no escribiera un diario como lo hizo Robert Scott en 1911. Una buena costumbre que hubiera esparcido la luz de la verdad y el mérito sobre los exploradores que poco a poco fueron escudriñando el vasto, frío y difícil territorio de Canadá. Así sabríamos con certeza si, tal como se especula, el aventurero francés Étienne Brülé fue efectivamente el primer europeo que contempló los Grandes Lagos a principios del siglo XVII. Sí se sabe de su inquieta valentía, que lo llevó a una vida tan intensa que poco habría que retocar para convertirla en guión cinematográfico. Vivió con los indios hurones, se enemistó con sus compatriotas de Quebec y ayudó a los ingleses; después fue capturado y torturado por los iroqueses, que fueron quienes al fin le dieron muerte.
Un trágico fin que no aconteció a otros expedicionarios canadienses del mismo periodo, aunque si tuvieron que enfrentarse en vida_a la falta de reconocimiento: después de mucho trabajo para aportar conocimientos de tierras, a Nicolás Perrot le negaron una pensión y murió en la ruina, y a Pierre-Esprit Radisson incluso le confiscaron todos sus bienes por su "falta de licencia".
No supieron, o no pudieron, exponer bien su valía, si bien hubo exploradores que tampoco triunfaron a pesar de saberse vender. Tal es el caso del estadounidense Robert Peary, quien fue homenajeado tras alegar que había sido el primero en llegar al Polo Norte en 1909, logro que más tarde se puso en duda y entonces las alabanzas se convirtieron en agrias críticas. En el pasado quedaron los elogios, de los que por cierto no participó uno de sus compañeros, Matthew Henson, nunca tenido en cuenta en la Norteamérica racista de entonces debido a ser negro. Ser invisible debe de ser la mayor y más dañina frustración para el mérito propio. 




Las actuales generaciones de adultos crecimos leyendo las aventuras de los grandes exploradores de los siglos pasados, novelas de espionaje internacional y excitantes encuentros cercanos del tercer tipo, sin embargo, sería muy difícil emularlas. Quizá nacimos demasiado tarde para conquistar este mundo —conocido casi en su totalidad—, y demasiado pronto para conquistar otros. Pero si miramos un poco más allá del significado tradicional de exploración, podemos observar nuevos frentes de aventura que solo afrontarán aquellos quienes encarnen los valores atribuibles a los conquistadores de horizontes lejanos.
Conocemos casi todo del mundo visible, pero ignoramos muchísimo del invisible, de aquello que sabemos que está ahí, pero nadie ha podido llegar; de ahí que los exploradores del siglo XXI buscan identificar las miles de especies nuevas de microorganismos que puede contener un simple cuerpo de agua o detectarlas partículas elementales de la materia en esos laberínticos subterráneos tecnológicos que son los aceleradores de altas energías.
Para quien prefiera la exploración en un sentido más clásico, ahí está la Antartica, un paraje mucho menos comprendido de lo que podríamos pensar. O, más desconocidas todavía, las profundidades oceánicas y el mismísimo subsuelo. Así pues, podemos tanto ir fuera de la Tierra como planteamos viajar al interior de ella. Porque allí, en lo más hondo del océano o en las cercanías del manto terrestre, quedan mundos enteros por descubrir.


Destinos:
Marte y Luna
La reciente decisión del presidente Barack Obama de cancelar el programa lunar estadounidense previsto para 2020-queya acumulaba problemas y retrasos- se ha compensado ofreciendo a la NASA la posibilidad de trabajar con más decisión para enviar una misión tripulada al planeta rojo. ¿La fecha? 2035.
"Apuntar hacia nuevas alturas y alcanzar lo posible", dijo el presidente de Estados Unidos. Si preguntamos a los especialistas, resulta que quizás no sea tan difícil llevar al Homo sapiens hasta los rojizos desiertos de óxido de hierro y los volcanes extintos característicos del planeta vecino. "Enviar una tripulación de astronautas a Marte está a la altura de las capacidades técnicas actuales -asegura Fernando Doblas, director de Comunicación y Conocimiento déla Agencia Espacial Europea (ESA)-, pero es preciso ir por etapas, validar conceptos, tecnologías, sistemas de propulsión, sistemas de protección contra radiaciones, sistemas de soporte de vida y otros".
Una misión típica a Marte duraría, según el experto de la ESA, "alrededor de 520 días, de los cuales 250 días en el vuelo de ida, 30 días en la superficie marciana y 240 días para regresar". Los retos que se plantean para retornar a los astronautas sanos y salvos a la Tierra incluyen problemas evidentes como el debilitamiento muscular y óseo producto de una estadía en condiciones de microgravedad muy elevada, o la prolongada exposición a radiaciones solares o cósmicas, con el consiguiente incremento del riesgo de cáncer. Sin embargo, el impacto más difícil de calcular y prever es el psicológico. "Durante la misión, los astronautas no verían más la Tierra por la ventana de la nave. Esto no ha sucedido hasta ahora", explica Femando Doblas.
La tripulación ideal para volar a Marte estaría compuesta, a juicio del astronauta canadiense Robert Thirsk, por siete miembros, los cuales tendrían que dominar las especialidades científicas y técnicas básicas para cubrir las necesidades que pudieran surgir. Según Thirsk, los elegidos deberían ser ! un comandante y un segundo al mando, ambos de preferen


Curiosidad en Marte
Mientras se prepara la misión tripulada al planeta más cercano a la Tierra, en 2011 se han realizado dos lanzamientos con ese destino, uno fracasado y otro exitoso. El primero, en noviembre de aquel año, fue el de la sonda Phobos-Grunt, de la Agencia Espacial Federal Rusa (Roskosmos), desde Baiko-nur. El objetivo era explorar una de las lunas marcianas, para analizar su medio ambiente y recoger muestras de su suelo. El regreso estaba planeado para 2014. Sin embargo, según Roskosmos, una falla en el propulsor impidió a la nave ir más allá de la órbita terrestre, de donde cayó al Pacífico en enero de 2012. No obstante este fracaso, la Academia de Ciencias Rusa propuso la construcción del Phobos-Grunt 2 y su lanzamiento en 2018.
El segundo lanzamiento dirigido a Marte en 2011 fue, también en noviembre, el del Mars Science Laboratory (MSL), mejor conocido como Curiosity, de la NASA, desde Cabo Cañaveral, Florida. Se trata de un vehículo explorador todo-terreno y robotizado (rover), cuyas principales tareas son evaluar la posibilidad de vida en el planeta rojo, examinar la composición química y formación geológica de su suelo, analizar su atmósfera e hidrología, así como estudiar la radiación en su superficie. Labores que realiza desde su exitoso amartizaje en agosto de 2012. A partir de entonces, Curiosity ha enviado a laTierra fotografías e información de su recorrido, utilizado para difundirlas incluso sus propias cuentas de TXvitter y Facebook.
El siguiente lanzamiento de la NASA con meta en Marte será el del orbitador MAVEN (Mars Atmosphere and Volatile EvolutioN), programado para finales de 2013. Llegará en el segundo semestre de 2014 para estudiar su atmósfera a fin de explicar el porqué de su inhóspito clima. Para 2016, la agencia espacial estadounidense tiene programado el lanzamiento de InSight, una sonda que descenderá en Marte.

Robots a la Luna
Mientras tanto, los más afortunados exploradores espaciales podrán consolarse volando a la Estación Espacial Internacional (EEI), cuyo futuro sí se ha garantizado durante 10 años más, hasta 2020. "Es para nosotros una gran noticia, porque estamos en los albores de la utilización de la EEI", considera Fernando Doblas. "La ESA lanzó hace algunos meses una solicitud de propuestas a la industria y establecimientos científicos para utilizar la Estación en temas relacionados con la observación de la Tierra, la meteorología y la geología, y más de 40 propuestas de alto nivel han sido recibidas. Esta utilización no estaba prevista al comienzo. Y lo importante es que la EEI, un laboratorio permanente orbi-tando el planeta, está ahí, y seguirá ahí por muchos años"
El trabajo conjunto en la EEI entre Estados Unidos, Rusia, Europa, Canadá y Japón constituye también la primera piedra de una posible exploración concertada del espacio entre todas estas potencias líderes en la investigación. Las ventajas económicas son muchas, e incluso también las políticas, al evitar una competencia entre naciones. De tal cooperación solo podría continuar al margen en el futuro China, que ya demostró su capacidad para lanzar astronautas y dar paseos en el espacio exterior trabajando en solitario. Podría ser la nota discordante que desarrolle su potencial espacial de manera unilateral, tal vez una semilla para futuros conflictos.
De cualquier manera, en el espacio, el mejor amigo del hombre es... el robot. Los autómatas móviles se han convertido en un complemento perfecto como avanzada para analizar las condiciones geológicas y topográficas de un planeta, labor que ya llevan años cumpliendo en Marte. De cara al futuro, la ESA planea lanzar a finales de 2018 el vehículo de alunizaje robotizado Moon Lander, que descendería en el polo sur de la Luna, una zona cubierta de oscuros cráteres y crestas afiladas, completamente diferente del paisaje relativamente llano que visitaron los astronautas del programa Apolo hace cuatro décadas. Como explica esperanzado el directivo de la ESA, "los posibles depósitos de agua congelada, la gran cantidad de cráteres de impacto y los largos periodos que permanece iluminado por la luz del Sol convierten al polo sur lunar, y a la región que lo rodea, en una zona de alto interés para la exploración científica". En tanto, la NASA anunciaba para 2013 el lanzamiento de LADEE (Lunar Atmosphere and Dust Environment Explorer), una sonda que orbitaria alrededor del satélite natural de laTierra, a fin de estudiar la atmósfera y el polvo lunares.

 
En el año 2060, cuando alguien explore la Antartica quizás se encuentre con una presencia poco familiar: arbustos. No tendrán la frondosidad que pudieran alcanzar en cualquier otro continente, pero bastarán para testificar un cambio climático que se está llevando a cabo según quienes conocen mejor el lugar. "Si el calentamiento continúa a los mismos niveles durante los próximos 50 años, la península Antartica será 6 grados más cálida en invierno y no habrá hielo en el mar", explica el biólogo estadounidense Hugh Ducklow, investigador del Marine Biological Laboratory en la Estación Antártida Palmer.
Esta podría ser una de las grandes sorpresas para los futuros conquistadores de la Antartica, pero no la única porque, como resalta el propio Ducklow, "toda la Antartica está aún por ser explorada plenamente". En realidad, solo se han estudiado de manera adecuada las áreas alrededor de las grandes bases permanentes, el resto apenas se ha examinado. La explicación es clara: la población es muy baja (4.000 personas en verano; apenas 1.000 en el crudo invierno antartico) y las dificultades para acceder resultan enormes a causa de la nieve y, sobre todo, porque la mayor parte de su suelo está cubierto por una gran capa de hielo, cuyas porciones más antiguas no se han fundido en 13 millones de años.


Secretos blindados
El hielo no solo dificulta el movimiento y el transporte, también se ha convertido en una armadura que protege y oculta secretos que los científicos sueñan con descubrir. Por ejemplo, los lagos subglaciales, grandes masas de agua líquida (no han llegado a congelarse), que se encuentran a veces hasta mil metros por debajo del cristalino blindaje glacial. Se cree que en ellos pueden sobrevivir microorganismos muy antiguos surgidos en épocas remotas y que habrían evolucionado en formas inhabituales por el aislamiento al cual los condena la blanca cubierta de la Antartica. El lago Vostok es uno de los objetivos de los científicos: está a casi 4.000 metros bajo la base rusa del mismo nombre y es el que tiene más oxígeno de todo el mundo (niveles 50 veces más elevados de lo convencional), por lo que si hubiera seres vivos habitándolo habrían desarrollado adaptaciones respiratorias distintas a cualquier otro organismo conocido.
El grupo de exploradores que llegue a la Antartica en las próximas décadas va a estar dominado por los investigadores del cambio climático, que quieren adelantarse a los acontecimientos controlando de cerca la evolución de las masas de hielo más inestables, como la que existe cerca de la bahía de Pine Island, en el oeste de la Antartica, que podría separarse en los próximos cien años. O los glaciares de la península Antartica (en el noroeste), la zona que más se ha calentado, de los cuales -afirma Ducklow-"el 80% está retrocediendo, rompiéndose y dando lugar a enormes icebergs". Es más, según observaciones de investigadores de la Estación Palmer, la región de la Península Antartica está mostrando más rápido el calentamiento atmosférico en la Tierra y el 87% de los glaciares de la Península están en retirada. Asimismo, siguiendo los cambios del hielo marino desde el espacio, vía satélite, han descubierto que la temporada de ese hielo se ha reducido en casi tres meses. Como probablemente esa disminución continuará, se estudian los mecanismos de la llegada del calor en la región, a fin de evaluar su estado actual y predecir su curso futuro.
Otra tierra prometida para los exploradores antarticos es la formada por las zonas continentales del interior no cubiertas por hielo y nieve, que las hay. En ellas podrían habitar interesantes formas de vida vegetal y animal. El caso de la fauna de la Antartica es de especial interés, pues en su mayoría es el 20 o 25% de las especies que pueblan el continente. Hay muchas paradojas pendientes de desentrañar. Por ejemplo, por qué se da un gran índice de gigantismo entre la fauna marina antartica: el mayor calamar conocido, de 450 kilos, fue capturado en 2007 en el todavía muy poco investigado mar de Ross.

Vida en el lago Vida
Dos de los equipos científicos abocados a la búsqueda de vida en las profundidades de la Antartica, representan los esfuerzos y dificultades que implica tal misión. A finales de noviembre de 2012, en la revista Proceedings o/the National Academy of Sciences (PNAS), se dio a conocer que un grupo de investigadores de diferentes instituciones de ese país había hallado en el lago Vida, al este del llamado continente blanco, bacterias que viven en condiciones extremas: sin luz ni oxígeno bajo 20 metros de hielo, en aguas altamente salinas y a una temperatura de 13 °C bajo cero. La hipótesis que responde a la pregunta de cómo sobreviven microorganismos en semejante ambiente es que las elevadas concentraciones de hidrógeno y óxido de nitrógeno en forma de gas (constituido a partir de las reacciones químicas del agua altamente salada -salmuera- con el hierro de las rocas del lago) les proporcionan energía química para su subsistencia.
Uno de los coautores del trabajo publicado en PNAS, el zoólogo estadounidense Nathaniel Ostrom, de la Universidad de Michigan, reveló que "el hallazgo de este ecosistema no solo nos da una idea de otros sistemas aislados y gélidos en la Tierra, también proporciona un modelo potencial sobre la vida en otros planetas helados que tienen depósitos salinos y océanos debajo de la superficie, como Europa, una de las lunas de Júpiter". Pero este descubrimiento no es sino el primer paso para desvelar los secretos del mundo subglacial.
No corrieron con la misma suerte los científicos británicos encabezados por el geólogo Martin Siegert, de la Universidad de Bristol. En vísperas de la Navidad de 2012, tuvieron que desistir del intento de saber si hay vida en el lago Ellsworth, en la Antartica occidental, a más de 3.000 metros de profundidad. Con la ayuda de un taladro de agua caliente y esterilizada, pretendían perforar en el hielo un pozo por el cual harían descender hasta el lago el instrumental para la recolección de muestras de agua, lodo y sedimentos que serían posteriormente analizadas. Sin embargo, el plan de perforación falló y ya no contaron con el combustible suficiente para continuar. Como en el caso de los estadounidenses, buscaban microorganismos capaces de sobrevivir en condiciones ambientales inhóspitas que den indicios de la vida en entornos similares fuera de la Tierra, específicamente en la mencionada luna de Júpiter y en Marte.
En el comunicado al respecto emitido por el Natural Envi-ronment Research Council, organismo patrocinador del estudio, Siegert expresó: "Desde hace 16 años tenemos hipótesis de que las aguas profundas de lagos subglaciales son habitáis viables para la vida y contienen registros importantes de la historia del clima y el hielo. Por el momento, estas hipótesis no se han probado. Una vez de regreso en el Reino Unido, se reunirá nuestro consorcio para buscar la forma de que nuestros esfuerzos de investigación puedan continuar. Sigo confiando en que vamos a descubrir los secretos del lago Ellsworth en próximas temporadas".

Última frontera en tierra firme
Resulta evidente que avanzar en estos campos de la exploración requerirá solventar la compleja logística de un continente lejano y helado: los países más activos científicamente gozan de un vuelo directo, pero utilizan aviones Hércules que necesitan mucho combustible y, por tanto, depósitos in situ, lo que eleva el peligro de derrames en un paraíso casi virginal. Australia está probando alternativas aeronáuticas como
el Airbus, que hagan el "puente aéreo" hasta el Polo Sur desde una base en Tasmania con un solo tanque de combustible.
Por supuesto, cualquier exploración resulta excesivamente cara: mantener un rompehielos científico en la Antartica cuesta en promedio 50.000 dólares al día.
Pero ni siquiera eso intimida a los países más comprometidos en la exploración de esta última frontera continental, que por suerte dan a sus investigaciones un carácter exclusivamente científico al haberse puesto de acuerdo en aceptar las normas impuestas por los tratados internacionales para limitarlos usos de este territorio. Esto porque la desconocida pero probable riqueza mineral de la Antartica sería una tentación demasiado grande y fuente de conflictos entre naciones.
Sin embargo, nada asegura que la buena voluntad continúe cuando en 2041 se hayan cumplido 50 años desde la firma del Protocolo de Madrid sobre la Protección Ambiental de la Antartica. Por eso, se suele decir que la presencia de las bases científicas de diversos países no solo tiene un carácter científico, sino también político, como una manera de reclamar una parte cuando llegue la ocasión.
Entre las naciones presentes no todo es armonía: existen varias disputas territoriales en marcha. Entre ellas destacan las reclamaciones de Argentina, que reivindica un amplio territorio que, tomando como vértice el Polo Sur, se extiende entre los meridianos 74 ° y 25 °. Inglaterra y Chile son sus rivales en esta querella, suspendida en virtud del Tratado Antartico de 1959, que detuvo este y otros litigios, aunque no llegó a resolverlos, por lo que en el futuro podrían reavivarse.
La Antartica fue el último continente en descubrirse: el capitán James Cook visitó algunas islas en su viaje a finales del siglo XVIII, y su aceptación oficial como continente data de 1840. Lo curioso es que, a pesar de lo reciente de la presencia humana, el continente helado empieza a llamar la atención de los investigadores, que lo ven como un prometedor yacimiento -muy bien conservado por las circunstancias climáticas- en el que apenas se ha trabajado en la preservación de restos.
La historia de la ocupación humana de la Antartica puede dividirse con claridad en cinco etapas: primero llegaron los cazadores de focas ingleses y americanos atraídos por las descripciones de Cook; luego lo hicieron los balleneros; después los exploradores polares (Scott y Shackleton, de cuyas expediciones han sobrevivido cabanas); en la etapa más reciente han aparecido los científicos y, por último, el turismo. En particular, los rastros de los cazadores se siguen con especial interés, y la llamada Bahía de los Balleneros fue designada en el inventario antartico como Monumento Histórico, ya que la erupción de un volcán en 1969 dejó enterradas -como si de una Pompeya austral se tratara- estructuras creadas por ellos durante el siglo XIX y principios del XX, además del cementerio donde daban sepultura a sus compañeros muertos.
Así, el Polo Sur es el único gran territorio que permanece realmente por explorar, la última frontera en tierra firme.


 

 Era como pasear por la superficie de otro mundo", declaró el geólogo Bramley Murtón, del National Oceanography Centre, en el Reino Unido. No hablaba del espacio exterior, sino del fondo del mar. Concretamente de la fosa marina de las Islas Caimán, en el Caribe, donde se descubrieron a 5.000 metros las más profundas fumarolas negras. Se trata de fisuras en el fondo del océano por las que brota agua caliente, conocidas también como volcanes submarinos.
El paisaje casi extra terrestre al que se refería Murtón, con chorros de agua tan caliente que podrían fundir el plomo, elevando una aguja rocosa de color arcoiris, compuesta por todo tipo de minerales y que atrae una enorme cantidad de vida microbiana, es la cara más bella de uno de los mayores retos actuales y futuros de la exploración submarina. Estas chimeneas de los abismos marinos, que fueron halladas por vez primera en 1975-1976 por Robert Ballard (el descubridor del Titanic), se han convertido en una promesa de nuevos hallazgos tanto para biólogos y geólogos -que analizarán las grandes densidades de animales y biomasa que hay alrededor de estas fuentes- como para otros exploradores mucho menos altruistas: las compañías mineras.
El oro, la plata, el zinc y el cobre aparecen de manera constante entre los minerales emanados de las erupciones de estos volcanes submarinos y es posible que los avances en la tecnología de perforación en los fondos oceánicos haga posible su explotación con afán de lucro. Se están desarrollando en la actualidad enormes excavadoras submarinas que en pocos años podrían permitir extraer mineral a una profundidad de 1.600 metros. Además, aunque los países desarrollados puedan mostrar una sensibilidad ecologista y veten los trabajos, es posible que las naciones no tan ricas tengan menos escrúpulos. Según los biólogos, las consecuencias que puede acarrear tal actividad serían desastrosas para la fauna y flora bénticas.

Vidas extremas
Se ha descubierto que la fauna antes considerada inexistente en las profundidades del mar está constituida por miles de especies que van desde organismos unicelulares hasta cangrejos, camarones y gusanos, cuyas condiciones (ausencia de luz, escasez de oxígeno, etc.) los hacen tener hábitos alimenticios peculiares, como el consumo de materia en descomposición (detritus: restos y excrementos de animales) proveniente de los niveles superiores o la digestión de bacterias. Asimismo, adoptan fisonomías singulares: cuerpos planos, transparentes, luminiscentes, o incluso de aspecto monstruoso, grotesco o fantasmagórico. Muchas incluso presentan formas de vida extremófila al sobrevivir, por ejemplo, en torno de las llamadas ventilas hidrotermales, donde la temperatura circunda los 360 °C. De ahí emanan fumarolas con sustancias de las cuales obtienen su energía las bacterias con las que viven en simbiosis especies tan representativas de esos ecosistemas como un tipo de camarón semitransparente (en el Atlántico) y un gusano tubular (en el Pacífico). Recientemente, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos captó imágenes en alta resolución de uno de esos entornos, en la isla caribeña Gran Caimán, donde resultó que convivían ambas especies. Otro microorganismo extremófilo es una bacteria denominada Pyrococcus Chl, encontrada a casi 4.000 metros en una de las zonas hidrotermales más profundas, Ashadze, en la cordillera media del Atlántico. El microbio sobrevive en altas presiones y elevadas temperaturas de entre los 80 °C y poco más de 100 °C.
En costas como las del oeste del continente americano, el oeste del sur de África, la Bahía de Bengala y los mares Arábigo, Negro y Báltico existen aguas profundas que, al no verse afectadas por las corrientes, permanecen prácticamente estancadas, por lo cual su oxigenación es mínima. Se ha descubierto que los microorganismo y organismos que ahí habitan sustituyen el oxígeno con nitratos y sulfatos para respirar, liberando nitrógeno y ácido sulfúrico. Un microorganismo que también dispone de una cantidad ínfima de oxígeno para sobrevivir es una bacteria descubierta por investigadores de la Universidad Aarhus, en Dinamarca. Para aprovechar al máximo la escasa oxigenación su metabolismo es por demás lento y prácticamente no se mueve, a fin de utilizar el mínimo de energía.
Los anteriores son ejemplos de algunas de las más de 250.000 especies que, según el Censo Mundial de Vida Marina, han identificado 2.700 especialistas de 80 naciones en más de 500 expediciones que surcan los océanos en busca de información e imágenes de los escurridizos y misteriosos habitantes del mar profundo.
China, por su parte, anunció a finales de 2012 que durante este año aumentaría sus exploraciones submarinas hasta llegar a 50.
< Para ello utilizará la nave Jiaolong, cuyas misiones han resultado exitosas.como el descenso en junio pasado de 7.062 metros en el lugar más profundo de los océanos, la fosa de las Islas Marianas, en el Pacífico. Según el China Daily, el equipo de trabajo estará integrado por cuatro hombres y dos mujeres, quienes realizarán expediciones no solo con propósitos científicos, sino también económicos, pues el país asiático pretende en un futuro explorar los recursos minerales que yacen en las profundidades del mar. Con ese propósito, planea la construcción de una base submarina, con capacidad para 30 personas, que utilizaría energía nuclear para su operación. Al parecer, en 2015 se pondría en funcionamiento un prototipo con capacidad para 15 personas.
Irán no se queda atrás, al ser el único país de la región en llevar a cabo una exploración oceánica a gran escala en el Golfo Pérsico, el estrecho de Ormuz y el mar de Omán. De acuerdo con Vahid Cheghini, director del Instituto Nacional de Oceanología de ese país, la primera etapa de la expedición inició a mediados de noviembre de 2012, en la isla sureña de Queshm, y su tercera etapa comenzaría en enero de este año. Para ello utiliza buques hidrográficos de las fuerzas navales iraníes. A decir de Vahid, "los principales objetivos de este estudio son, entre otros, analizar las características físicas y químicas, temperatura, salinidad, opacidad, PH, clorofila y oxígeno disueltos en el agua; asimismo, las muestras tomadas de las criaturas del relieve oceánico y del agua a diferentes profundidades, de plancton y bentos".


James Cameron, explorador
La exploración de las profundidades marinas sigue siendo sobre todo un descomunal reto tecnológico, al tratarse de un lugar de difícil acceso para el hombre por los brutales cambios de presión, la falta de luz y las dificultades para la comunicación. Por ello, los robots (como ocurre en el espacio exterior) se han convertido en los protagonistas de las investigaciones equipados con sus cámaras de alta definición, que sirven de ojos a los científicos que las teledirigen desde la superficie. Algunos son capaces de "independizarse", como el Nereus, que halló el punto más profundo de todos los océanos a casi 11 mil metros (el llamado abismo Challenger) en la fosa de las Marianas. Hasta ahí llegó también, en marzo de 2012, el cineasta canadiense James Cameron, para filmar un documental. Lo hizo en solitario a bordo del submarino vertical Deepsea Challenger, convirtiéndose en la primera persona en descender sola hasta esas profundidades. Es de esperar que más adelante el ser humano pueda hacerlo sin vehículo, utilizando las llamadas tecnologías de biomimetización, que le permitirían, mediante un traje especial, nadar como pez.
Pero las nuevas fronteras del mar no solo están en sus más remotas fosas. Como explica el biólogo Enric Sala, investigador del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España), "puede parecer que ya no resta nada por explorar, pero todavía quedan algunos lugares remotos en el mar: en el Ártico -por ejemplo, el archipiélago llamado Tierra de Francisco José-, en la Antartica y en islas tropicales, donde la huella del hombre todavía no ha llegado. Esos lugares, como las Southern Line Islands en el Pacífico Central, nos ofrecen una ventana al pasado y nos muestran cómo era el mar hace cientos de años, antes de que lo empezáramos a explotar in-dustrialmente". Y en efecto, quizá el futuro del mar esté en intentar hacerlo volver atrás en el tiempo -mediante el conservacionismo- para que entendamos cómo eran los océanos que navegaban los grandes descubridores.
Así podríamos comprender mejor cuando exploradores como el propio Cook cruzaron esas aguas en el siglo XVIII y hablaban de mares "infestados" de tiburones y de peces gigantescos, descripciones que al habitante de las decadentes costas del siglo XXI le parecen imposibles. Lo cierto es que no exageraba.

El capitán Cook redivivo
Para muchos, el nuevo Cook de los océanos es, en estos albores de la segunda década del siglo, el estadounidense CraigVenter. El biólogo que ganó la carrera por la secuenciación del genoma humano y la creación de vida artificial se ha lanzado en los últimos años a la conquista de los mares o, más exactamente, de la ingente cantidad de fauna microscópica que hay en ellos (la que sirve como alimento a otros animales superiores, en la famosa cadena trófica que llega hasta los peces y los mamíferos marinos).
Venter está convencido de que secuenciando los microorganismos marinos encontrará valiosos genes que le ayudarán a diseñar la genética de las primeras especies creadas en laboratorio por el hombre. "En solo un barril de agua de mar encontramos 40.000 nuevas especies y un millón de nuevos genes", ha declarado. Pero sus afanes no se quedarán en la ciencia básica, sino que está trabajando en las aplicaciones comerciales de estos organismos de laboratorio. Pondrá mucho interés en los usos de estos seres vivos como fuentes de energía. Por ejemplo, uno de sus proyectos es el intento de crear algas sintéticas para hacer gasolina, en lo que colabora con la petrolera Exxon Mobil.
El Sorcerer II, que es el yate personal de Venter equipado con el material científico necesario para llevar a cabo sus trabajos genómicos a bordo, ha realizado ya una expedición global y navegaciones por la costa estadounidense. En estas exploraciones ha obtenido permisos de países como Chile o Ecuador para operar en sus aguas recogiendo la microfauna marina. Algunos organizaciones sociales se alarman porque temen que ha llegado el momento de la "privatización de la biodiversidad".
Es muy posible que esta nueva forma de exploración (o explotación) de la riqueza natural del mar genere conflictos que apenas han despertado. Los que como Venter se dediquen a esa misión, ¿serán considerados nuevos piratas del mar, sin parche pero con bata blanca? O, por el contrario, ¿genios innovadores que ayudarán a una humanidad necesitada de encontrar nuevos recursos energéticos para mantener su modo de vida y crecimiento? La respuesta está en ese gran generador de vida, visible o invisible, que es el océano.                                        



 El geólogo Angelo Camerlenghi comenta una anécdota poco conocida de Darwin: "Se planteó perforar un atolón del Pacífico para entender cómo se había formado". Así, Camerlenghi considera que se ha dado la espalda a la exploración del interior de la corteza terrestre: "¿Por qué tenemos que ir al exterior si no sabemos nada de lo que hay hacia dentro? Es una paradoja que vivamos en un planeta, pero que constantemente miremos hacia fuera de él".

Habitar el subsuelo
El principal problema para que el hombre explore el subsuelo es que cada 20 o 30 metros que descendemos, la temperatura sube un grado. Por ello resulta poco realista pensar que podamos llegar por debajo de los 800 metros. Sin embargo, con ello sería suficiente para construir ciudades subterráneas: se llama geología urbana y sus ventajas son que en el subsuelo hace menos frío en invierno, mientras en verano, si no se ha descendido mucho, la sensación de calor es menor por la ausencia de luz solar. En definitiva, significaría un gran ahorro en climatización.
De cualquier manera, por el momento el reto inminente es perforar más a fondo el subsuelo, con maquinaria que permita superar los 7-8 kilómetros de profundidad. Los incentivos para esa exploración son económicos: se necesitan más combustibles: se busca gas y petróleo en zonas bajas.
Pero existen también proyectos de perforación que animados solo por el interés científico. Los más ambiciosos son aquellos que pretenden alcanzar la capa geológica que se encuentra por debajo de la corteza terrestre y antes del núcleo. El intento más exitoso para llegar hasta él fue uno que los soviéticos hicieron en la península de Kola, que alcanzó los 12.262 metros en 1989. Hoy una de las naciones más activas del Proyecto Internacional de Perforación Oceánica es Japón, interesado en conocer mejor el subsuelo para prevenir terremotos.
Otra función del subsuelo es que se ha planteado como alternativa para enterrar la basura nuclear (Suecia lo hará a 400-700 metros de profundidad), y en España se construirá en 2020 un almacén que inyectará el dióxido de carbono a unos 1.500 metros, en un yacimiento submarino de gas agotado y vaciado.

En pos de las partículas elementales
Hay otra dimensión de suma importancia: la búsqueda de partículas elementales. El siglo XX dio lugar a un increíble legado teórico y tecnológico, que ha hecho posible explorar el átomo y sus componentes. En la actualidad, los cazadores de partículas están centrados en el llamado bosón de Higgs, conocido popularmente como la 'partícula de Dios'. Se trataba de una entidad teóricamente hasta el 4 de julio de 2012, cuando fue localizada experimentalmente, lo cual permite explicar de qué forma las otras partículas elementales adquieren masa.
Prueba del gran esfuerzo para encontrar algo tan pequeño es que la instalación científica donde se realiza su búsqueda, la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en Inglés), en Ginebra, invirtió más de 2.000 millones de euros de los países socios para construir el Gran Co-lisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés).
Aunque se dio un gran paso, aún es necesario confirmar su real existencia. Sin embargo habrá que esperar hasta 2015, pues el LHC sería sometido a un proceso de modernización.
Con experimentos como este, los físicos teóricos realizan viajes que no van más allá de sus cuadernos, pero en los cuales recorren la distancia que nos separa del Big Bang. Es decir, buscan las reglas físicas que permitan explicar las leyes del Universo. Se trata de una exploración que no por abstracta es menos real: un escenario interesante para que intenten resolverla los abstractos exploradores del siglo XXI.

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