sábado, 29 de diciembre de 2012

Árboles homicidas


La naturaleza es una realidad inabarcable. Su opulencia sobrepasa al ser humano, lo convierte en una mota de polvo que flota en un universo ilimitado. Casi todo es para él enigmático, porque casi todo lo excede. Sin embargo, esta pequeñísima partícula, esa insignificante migaja de vida ha conseguido desarrollar en torno a él todo un mundo que trata de controlar a su antojo, una orbe de la que se ha convertido en un monarca absolutista, haciendo de su entorno natural el esclavo con el que mejorar su bienestar, yendo a veces más allá, adaptándolo simplemente a sus caprichos, por mucho deterioro que pueda provocar. Pero la naturaleza no es pusilánime. Muere matando. A dentelladas cortas, y mucho menos dañinas en cantidad que las del hombre, pero también muy intensas. Los animales salvajes defienden su ámbito de la invasión humana. Las agresiones a cazadores furtivos, exploradores, turistas o simples despistados que pasaban por el lugar equivocado en el momento equivocado son constantes, ya sea por parte de animales que multiplican por cien el peso y la fuerza humana, o por minúsculos insectos con un poder destructivo inimaginable a tenor de su pequeño tamaño... Pero no solo los animales, venenosos o terribles.También las plantas, el siempre desvalido y dócil mundo vegetal. Veremos que no tan desvalido. Porque a lo largo de los siglos numerosos relatos, aseguran que una pequeña parte de ellas, algunas de las plantas carnívoras, no se limitan a alimentarse de insectos ínfimos: también devoran hombres.
Hay que diferenciar, eso sí. Porque carnívoras... hay pocas plantas carnívoras. Si existen alrededor de 250.000 especies de plantas con flores, tan solamente unas 400 son carnívoras. Pero, ¿qué son las plantas carnívoras? Son, cuando menos, distintas. Han aprendido a sobrevivir en condiciones difíciles para unas plantas. Suelen vivir en zonas pobres, carentes de los nutrientes necesarios para alimentarse que tienen sus hermanas convencionales. Su evolución ha permitido que coman directamente de los animales, capturando y digiriendo las presas que se acercan a ellas. Algo que durante mucho tiempo parecía imposible. Y es que hasta hace no tanto, su existencia era considerada como una pura leyenda, como una simple muestra de la constante búsqueda de mitos del ser humano. Y eso que la relación de mitos relacionadas con plantas asesinas ha sido a lo largo de la historia cuando menos inquietante por la cantidad de ellos... y por su agresividad.





Literatura devorahombres

Ya en el siglo II d.C, las obras de ficción -como muchos siglos después popularizara la ciencia ficción-presentaba a unos extraños seres con flores en su cuerpo que se alimentaban de otros seres humanos. El escritor de origen sirio Luciano de Samosata, uno de los primeros y más destacados autores de literatura humorística de la Antigüedad, proponía en uno de los relatos recogidos en su Historia verdadera, un argumento que ponía los pelos de punta. Estaba protagonizado por unas espeluznantes mujeres vegetales que gustaban de seducir a los marineros que se acercaban a ellas. Pero lo que realmente les atraía de los incautos no era su cuerpo forjado por el trabajo en la mar, ni las inquietantes historias del océano que podían relatarles, no, lo que verdaderamente les gustaba era su sabor. Porque las floridas damas, después del escarceo, tras un "venga, bésame aquí, en esta hoja" y un "que te rozo en la nariz con esta florecilla", aprovechaban la pasión de los marineros y, de un bocado, se los jamaban. Sin más. Llevándole la pasión hasta el final.
Mucho más tarde, a finales del siglo XIX, concretamente en 1892, un artículo aparecido en el periódico llustrated London News puso los pelos de punta a más de uno. Todo había sucedido en Nicaragua, en los alrededores de los pantanos que cercan el enorme lago Cocibolca, de una extensión de más de 8.500 kilómetros cuadrados. Ya el mismo nombre del lago parece prevenir sobre lo que puede ocurrir en los alrededores, ya que deriva de un término autóctono cuyo significado es "lugar de la Gran Serpiente". Un conocido botánico de la época, Mr. Dunstan, habría sido el protagonista involuntario del extravagante suceso.Paseaba por la zona junto a su perro en busca de nuevas especies de plantas, cuando, a lo lejos, divisó una enorme planta, semejante a un sauce, cuyas raíces y ramas se cruzaban y entrecruzaban formando una madeja sorprendente. Dunstan se aproximó esperanzado por haber descubierto una nueva y fantástica especie. Pudo comprobar que no tenía hojas y que tenía un color oscuro, azulado, sin poder definirlo muy bien. Además estaba toda ella cubierta de una resina especialmente viscosa. Mientras observaba su hallazgo, su perro se colocó bajo algunos de los tallos del árbol. Inesperadamente, esa amalgama de tallos, ramas y raíces se cerró como si fueran las fauces de un animal hambriento sobre el can. Con muchísimo esfuerzo logró abrirse paso entre los "brazos" de la planta y recuperar a su mascota. Lo encontró semi inconsciente, extremadamente cansado. Su raptor había aprovechado el instante en que lo había tenido en su poder para despojarle de buena parte de su sangre. Dunston relató su experiencia al doctor Andrew Wilson, que la publicó en el periódico británico que antes señalamos. Pronto fue conocido como el árbol devorador de perros y la historia, confirmada por varios nativos de la zona, que destacaban la voracidad y necesidad de sangre del peculiar árbol.





Ramas como serpientes

El mismo doctor Wilson refirió la existencia de un árbol semejante en México. Por su forma y su sibilina manera de atacar a la presa, se le conoció como árbol serpiente. En un artículo, Wilson describía la peripecia vivida por un viajero que se acercó a él: "Se encuentra aislado en una estribación de Sierra Madre, en México, y posee unas ramas móviles -supongo que se referirá a ramas sensibles- de apariencia serpentina y viscosa capaces de atrapar a un ave. Al parecer, esto le sucedió a un pájaro imprudente que se había posado en ellas, siendo el animal arrastrado hacia abajo hasta que el viajero lo perdió de vista. ¿Qué fue del pájaro? Cayó al suelo, donde solo se encontró un montón de huesos y plumas, sin lugar a dudas las sobras de las capturas anteriores. Cuando el viajero se aventuró a tocar una de las ramas del árbol, esta se cerró sobre su mano con tal fuerza que, al retirarla, le arrancó la piel. Posteriormente, alimentó al árbol con gallinas, y pudo ver cómo la planta sorbía la sangre de los animales a través de las ventosas -parecidas a las que poseen los pulpos- que cubrían sus ramas". En la continuación del artículo, Wilson asegura guardar ciertas dudas sobre la veracidad del relato, ciertamente contradictorio con muchas de las evidencias científicas de la época, quizá más legendario que real, pero sin duda fascinante y terrorífico.
También en América Central, y en varios lugares de Centroamérica, existe un pequeño árbol al que la literatura ha convertido en un terrible depredador, sin duda exagerando, por mor de relatos de ficción, la realidad de su avidez de carne. Se le dio el nombre de Yateveo, y las múltiples referencias del mismo datan sobre todo de finales del siglo XIX y principios del XX, partiendo la mayoría de ellas de un texto muy comentado en la época, Land and Sea, de J.W. Buel. En él se explica que el árbol, con un tronco grueso y de pequeña longitud y con enormes púas que colgaban de su parte superior y llegaban hasta el suelo, atrapa y engulle insectos, e incluso pequeños mamíferos. Pero lo que realmente resulta espeluznante es su afición, o al menos su determinación por almorzar cuanto ser humano se acercase por sus dominios. Y lo que se manifestaba como todavía más espantoso era el procedimiento de captura del árbol. Decíamos que poseía unas enormes especies de púas en su parte superior. Las mismas permanecían estáticas, inmóviles, excepto cuando un estímulo en forma de movimiento las convertían en diabólicas. La presencia de un animal o -dicen las leyendas- un ser humano, provocaba un golpe seco de estos largos aguijones, que se entrelazaban entre síy atrapaban a la desprevenida víctima. La presa se quedaba inmovilizada contra el tronco y, una vez que no podía hacer nada por escapar, actuaban las largas espinas del árbol, que empalaban a la desdichada víctima, perpetrando una carnicería con su cuerpo, convirtiéndose aquello en un festín de visceras y sangre, que el tronco asesino absorbía con denuedo. Quizás demasiado exagerado para que tenga una base real. ¿O no?





Leyendas carnívoras

Los descubrimientos de nuevas especies de animales y plantas, el novedoso interés científico decimonónico, multiplicaron los relatos fantásticos, el nacimiento de leyendas que tenían a terroríficos árboles como protagonistas. Los ejemplos son muchos. Algunos verdaderamente sorprendentes y, a ojos de hoy, bastante increíbles. Por ejemplo, el conocido como "árbol atrapador de monos", que habitaba en diversos lugares apartados de la Guayana y Brasil. La planta conseguía acercar a sus presas, monos, hasta él, mediante un poderoso olor que exhalaba de su tronco. Una vez que trataban de ascender, de encaramarse a él, sorprendentemente se cerraban sus grandes hojas, con tal fuerza que, pese al poder y potencia de los animales, les resultaba inviable escaparse de su captor.
En Filipinas, concretamente en la región de Mindanao, adquirió popularidad, y suscitó temor, un relato que protagonizaba otro terrible árbol. Ya su nombre explica la causa de dicho miedo. Era conocido como "el árbol come-hombres de Mindanao". Como para no asustarse...


Sin embargo, el árbol terrorífico que probablemente haya despertado mayores miedos sea el conocido como "árbol come-hombres de Madagascar". No es extraño que se localice en dicha isla, uno de los lugares con mayor diversidad arbórea del mundo. No en vano, en ella, situada frente a las costas africanas, residen alrededor de 10.000 especies de árboles y arbustos, destacando la mayor parte de ellas por su singularidad, ya que según aseguran los especialistas, al menos el 90% de las mismas solo existen en dicha isla. Por ello no es extraño que esta fantástica especie fuese ubicada en un territorio con tanta riqueza botánica -y tantas especies aún por descubrir-.

"Imagínese una gran pina de más de dos metros de altura apoyada sobre su base y sin hojas. Esto le dará una idea del tronco del árbol, de un marrón tan oscuro deslustrado y que parecía tan dura como el hierro. Del ápice de este cono truncado colgaban ocho hojas que llegaban hasta el suelo. Dichas hojas tenían una longitud de unos tres metros, se estrechaban en las puntas como cuernos de vaca y tenían una cara cóncava con muchos ganchos espinosos. El interior del cono -blanco y redondo-exudaba un líquido transparente, tan dulce como la miel y altamente tóxico y soporífero. Bajo el borde inferior salían unos zarcillos verdes, largos y peludos, de unos dos metros de largo. Por encima de aquellos, seis tentáculos de color blanco, finos como juncos y casi transparentes, se retorcían y enrollaban incesantemente". Esta descripción detallada de tan extraño y peligroso árbol dio pábulo al nacimiento de la leyenda sobre el árbol comehombres. Hace ya casi un siglo y medio de la misma. Se trata en concreto de la traducción de una carta recibida por un célebre biólogo polaco, Omelius Fredlowski,en el año 1878. El remitente fue uno de los muchos aventureros y exploradores que a finales del siglo XIX decidieron recorrer el mundo, transmitir a los ciudadanos de Occidente la forma de vida de las sociedades más alejadas y ajenas. En este caso, se llamaba Carie Liche, y era de origen alemán. Liche había decidido conocer en profundidad cómo era la coti-dianeidad de una de las muchas tribus que por aquel entonces poblaban Madagascar, en concreto, los Mkodos.Y durante esta convivencia fue testigo-según la carta que envió a Fredlowski- de las increíbles acciones que podía realizar un árbol de la isla. Este era una especie de divinidad para la tribu, lo que no es extraño habida cuenta de las extrañas facultades que poseía y de su poder destructivo. Para congraciarse con él y controlar su vigor, los miembros de la tribu le ofrecían sacrificios humanos.





Una orgía de sangre

En la supuesta carta, Liche refiere una espeluznante ceremonia centrada en las actitudes voraces del árbol. La víctima iba a ser una mujer, que intimidada por los nativos con sus lanzas, es coaccionada a ascender a la parte superior del terrorífico árbol. Allí, los apéndices de la planta comenzaran a cerrarse sobre ella, formando una especie de cárcel natural en la que quedó apresada. Nada pudo hacer para librarse de la virulencia de dichos tentáculos. Una vez allí, las lanzas impelieron a la víctima a que ingiriese el líquido meloso que exudaba el tronco. Pronto se pudo contemplar la sensación narcótica de tal brebaje. Poco a poco fue quedándose adormecida hasta que de repente sufrió un episodio de histeria incontrolable. Al ritmo de sus movimientos desconsolados, los "brazos" del árbol comenzaron a realizar una violenta danza de la muerte. Las extremidades, el cuello, la cabeza de la mujer quedaron absolutamente a merced de la planta. La brutal vivacidad de las ramas ahogó con brusquedad a la víctima. Al poco, los "miembros" del árbol comenzaron a relajarse, mientras que sobre su cuerpo se cerraban unas grandes hojas.




el ser humano. A lo sumo ha aceptado la posibilidad de que pudiera prender muy pequeños mamíferos, si bien son los insectos el plato casi único de su menú. Esa oposición a las teorías que ofrecen un viso de realidad a la probabilidad de que puedan devorar personas o animales grandes, se basa en el hecho de que las exploraciones realizadas con el fin de comprobar los testimonios al respecto han acabado en un absoluto fracaso. Y, más allá de actitudes simplemente escépticas, profundizan en el hecho de que, al contrario de lo que ocurre con especies animales -que aunque no hayan sido vistas por expediciones científicas es más fácil que puedan existir-, las plantas no tienen la posibilidad de huir, no pueden correr ante la perspectiva de que alguien pueda ir a reconocerlas... Sin embargo, los que defienden la teoría de su existencia ahondan en el hecho de que suelen estar ubicadas en lugares secretos o de difícil acceso y que prácticamente solo los nativos de esas zonas tienen acceso a ellas y a sus misterios.
Lo realmente fascinante de todas las plantas monstruosas que se describen, más allá del hecho de que atrapen aves, pequeños mamíferos o -en casos pocos probables- humanos, es la forma que tienen de llevar a cabo su captura. La investigación realizada por un importante explorador de la primera mitad del siglo XX, Byron Khun de Prorok, adquirió gran resonancia después de aparecer en la prestigiosa revista Wide World en el número de agosto de 1934. En la misma relata su experiencia tras una incursión por la jungla en el sur de México, concretamente en Chiapas. Allí se toparía con el conocido como árbol vampiro: 'Tras dos horas de marcha se hacía difícil respirar y estábamos bañados en sudor. De pronto vi a Domingo, el jefe de los guías, parado frente a un aplanta enorme y haciéndome señas para que me acercara. Me quedé un poco perplejo ante su insistencia, pero pronto conocí la causa. ¡ La planta acababa de atrapar un pájaro! Apenas había tomado tierra en una de sus hojas cuando esta se cerró sobre el animal, hincando en él sus espinas. La pequeña víctima emitía gritos de agonía y luchaba desesperadamente por escapar, pero sus intentos fueron vanos. '¡La planta vampiro!', exclamó Domingo con una sonrisa cruel. Involutariamente, me puse a temblar: los espíritus malignos del bosque rne estaban acechando".
Verdad o imaginación, lo cierto es que la naturaleza perversa, los espíritus demoníacos, siempre se encuentran ocultos, a veces en lo más profundo del bosque, casi siempre en las zonas más recónditas del alma humana.

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