jueves, 1 de marzo de 2012

El planeta X


Estaba aquí mismo, en la frontera del Sistema Solar. Y pese a los sofisticados satélites y telescopios de los que disponen actualmente nuestros científicos, ya era supuestamente conocido en Mesopotamia... ¡hace 5.000 años! Lo han llamado Nibiru, Planeta de la Muerte. «El Destructor»... Dos astrónomos norteamericanos vuelven a poner de actualidad al Planeta X, un elusivo pero al parecer gigantesco objeto celeste asociado con extinciones masivas, profecías catastrofistas e incluso con el origen de la vida en la Vía Láctea.
Revista AÑO/CERO Nº04-249


La noticia se daba a conocer a mediados de febrero de 2011 y, obviamente, pronto causó el natural revuelo entre los aficionados a la astronomía. No era para menos. La existencia de un cuerpo celeste cuatro veces mayor que Júpiter y situado en nuestro sistema solar -aunque sea en los confines del mismo-, resulta más que inquietante. Pero, ¿cómo es posible que ninguna de las incontables exploraciones astronómicas haya detectado jamás un objeto de estas características? Bien, a este primer interrogante ya han contestado los autores del hallazgo, John J. Mátese y Daniel Whitmire, astrofísicos de la Universidad de Louisiana, quienes argumentan que Tyche -así se ha bautizado al todavía hipotético planeta- está oculto en la Nube de Oort exterior, una ignota región integrada por gran cantidad de cometas, asteroides y escombros, y situada -insistimos- en los muy distantes límites de nuestro sistema planetario, exactamente 375 veces más lejos que Plutón y 15.000 más de la distancia que separa a la Tierra del Sol.


Por si fuera poco, en lo que parece ser el avance de un amplio estudio que probablemente se publique este mismo año. ambos científicos aventuran -siempre desde la hipótesis, pero basándose en recientes datos astronómicos-que Tyche está compuesto en su mayor parte por hidrógeno y helio, tiene una temperatura aproximada de -73°F y posee anillos y lunas orbitando a su alrededor. Los datos a los que se remiten provienen de la NASA, más concretamente del telescopio WISE (Wide-field Infra-redSurvey Explorer), en funcionamiento desde el 14 de diciembre de 2009.

HIPÓTESIS NÉMESIS
No es la primera vez que los nombres de Mátese y Whitmire aparecen asociados con la idea de un misterioso Planeta X. En 2002. ambos científicos, tras estudiar las órbitas de 82 cometas del tipo Halley procedentes de la Nube de Oort. explicaron que las trayectorias de un porcentaje significativo de los mismos tenían ciertos elementos anómalos en común, que sólo podían explicarse por la influencia o el «tirón» gravitacional de un enorme objeto, probablemente «mucho mayor que Júpiter». La elección del nombre con el que han designado al hipotético planeta -Tyche- no es casual. De hecho, en la mitología griega. Tyche -Tiche oTiché. castellanizado- es la caprichosa diosa del destino, la justicia retributiva y la venganza, aunque la encargada de ejercer esta última fuera, en realidad, su «hermana» Né-mesis -¿les suena?-, nombre asociado con una conocida teoría que viene muy a cuento de lo que les estamos relatando. En rigor, la idea de llamar Tyche a este aún aspirante a planeta nació en los despachos de la NASA. Sus autores. Davy Kirkpatrick y Ned Wright. pertenecientes ambos a la misión WISE. lo eligieron para, según dijeron, distinguir su descubrimiento de la «Hipótesis Némesis» -de la que ahora les hablaremos-, insistiendo en que Tyche venía a ser la «hermana bondadosa de Némesis». Sin embargo, quienes conocen la mitología griega saben que ambas diosas van de la mano y que. muy al contrario. Tyche no se distinguía por su magnanimidad. Mátese y Whitmire tampoco quieren que su hallazgo se confunda con la mencionada hipótesis. Quizá debido a que ésta ha sembrado la discordia entre la comunidad científica, o porque se trata de una conocida teoría catastrofista y, sobre todo, a causa de las similitudes entre la teoría defendida por todos ellos y la anterior y siempre polémica de «Némesis», que conviene recordar...


En junio de 1980, el físico de origen español y Premio Nobel Luis W. Álvarez -junto con su hijo, el geólogo Walter Álvarez, y los físicos Frank Asara y Helen V. Michel- firmaba en Science un artículo con el explícito título de Causa extrate-rrestre para la extinción en el Cretácico-Tercia-rio. La idea subyacente, como habrán imaginado, era la de explicar la desaparición de los dinosaurios a causa del impacto de un meteorito, conclusión a la que llegaron tras descartar que en la Tierra se produjese de forma recurrente y periódica ningún proceso geológico capaz de exterminar especies de forma masiva.


TERRIBLES IMPACTOS PERIÓDICOS
Siguiendo la estela de los Álvarez, en febrero de 1984, los paleontólogos de la Universidad de Chicago David M. Raup y Jack J. Sepkos-ki publicaron otro esclarecedor artículo en Pro-ceedings of the National Academy of Sciences. Titulado Periodicidad de las extinciones en el pasado geológico, en el mismo afirmaban haber identificado una estadística recurrente en los procesos de extinción a lo largo de los últimos 250 millones. Tras analizar fósiles de diversos organismos marinos, concluyeron que en dicho periodo habían tenido lugar 12 eventos de extinción. Después de determinar que el tiempo promedio entre estos acontecimientos era de 26 millones de años, sugirieron que debía existir una conexión «no terrestre» que explicara tales catástrofes y su peculiar periodicidad. Precisamente sobre ese origen extraterrestre -también en 1984- apareció un no menos interesante artículo en Nature (vol. 308; pp. 715-717). Firmado por Richard A. Muller (Berkeley), Mark Davis (Princeton) y el holandés Piet Hut (Princeton), en éste se desarrollaba la que en adelante sería conocida como «Hipótesis Némesis». A grandes rasgos, esta teoría astronómica sostiene la posibilidad de que nuestro Sol forme parte de un sistema binario, como por otra parte ocurre con el 85% de los sistemas de estrellas de la Vía Láctea. Según leemos en el artículo, esta lejana compañera del Sol sería una estrella apagada proveniente de la Nube de Oort, tal vez una enana marrón, con una órbita extremadamente elíptica y probablemente millares de veces más distante que la de Plu-tón. Muller, Davis y Hut bautizaron a dicho objeto celeste con el llamativo nombre de Néme-sis -vengativa diosa griega-, debido a los efectos catastróficos que produciría al perturbar periódicamente -cada entre 26 y 34 millones de años- la Nube de Oort, desestabilizándola y provocando lluvias de grandes cometas y meteoritos en dirección al Sol... Esto último vendría a explicar la periodicidad de los grandes impactos y las extinciones asociadas a los mismos, a las que se referían Raup y Sepkos-ki y, antes, Luis W. Álvarez y su hijo Walter.


CANALES MARCIANOS
Además de Némesis, este misterioso objeto celeste ha recibido apelativos no menos inquietantes, como Hercólubus, Planeta o Estrella de la Muerte, «El Destructor» y, más genéricamente, Planeta X, definición que tal vez se ajusta más a sus características y que huye de las asociaciones con sucesos apocalípticos que muchos han buscado en él. ¿Por qué Planeta X? El padre de la idea no fue otro que el millonario norteamericano Percival Lowell, cuyo convencimiento de que existía vida inteligente más allá de nuestras fronteras planetarias nos ha dejado un fascinante legado.
Tras graduarse con honores en la Universidad de Harvard y viajar durante varios años por el Extremo Oriente, Lowell decidió desviar sus conocimientos en matemáticas hacia su verdadera y gran pasión, la astronomía, ciencia que había despertado su interés en 1977, tras conocer un informe sobre la geografía de Marte realizado por el astrónomo italiano Giovanni Schiapa-relli. En dicho estudio, con numerosas anotaciones y dibujos fruto de sus observaciones, Schiaparelli identificó con la palabra canali un reticulado de líneas con miles de kilómetros de longitud sobre la superficie marciana. ¿Canali? La imaginación de Lowell se disparó. No hay duda, debió pensar: Marte está surcado por una vasta red de «canales artificiales». Así, no sólo se convirtió en el mayor defensor de esta teoría en EE UU, sino que en 1894 decidió instalarse en Flagstaff (Arizona) y construir el observator
io que lleva su nombre y sigue activo en nuestros días, el histórico Lowell Observatory.


CIVILIZACIÓN AVANZADA
Utilizando el magnífico telescopio que se hizo traer desde Boston -valorado en 20.000 dólares de la época-, Percival Lowell se propuso pasar a la historia probando una teoría que dio la vuelta al mundo: las estructuras alargadas con apariencia acanalada habían sido construidas por los habitantes del Planeta Rojo, para transportar el agua desde las zonas polares hasta las regiones áridas del ecuador, una ardua empresa de ingeniería que sólo podía haber emprendido una civilización muy avanzada. Lowell publicó dos libros que tuvieron una enorme repercusión pública, Marte y sus canales (1906) y Marte como morada de vida (1908), aunque se encontró con el rechazo de la comunidad científica. En cualquier caso, sus erróneas deducciones constituyen el origen de toda una iconografía popular, con los «marcianos» como protagonistas, idea de la que bebieron numerosos autores de ciencia ficción.


TERRORISTA CÓSMICO
La otra consecuencia de su fracaso en la detección de vida marciana no fue menos «creativa». Obsesionado por redimirse ante los ojos de sus colegas académicos, Lowell estudió concienzudamente el sistema solar y las influencias gravitacionales de los cuerpos que lo integraban, llegando a la conclusión de que existía un planeta aún por descubrir, más allá de Neptu-no, al que denominó precisamente «Planeta
X». Lowell tenía razón, pero murió antes de ver cumplido su sueño. Poco tiempo después y desde el telescopio que él mismo mandó construir, el también astrónomo Clyde Tombaugh descubrió Plutón. ¿Había quedado despejada la X en la ecuación propuesta por Lowell? La respuesta probablemente sea no. De hecho, la masa de Plutón es tan pequeña que difícilmente podía provocar las supuestas perturbaciones orbita-cionales detectadas por Lowell. ¿Acaso éste había intuido la presencia de otro planeta exterior todavía más alejado que el ahora considerado «plutoide»? Quizá nunca lo sabremos, pero el apasionado Percival Lowell, aun sin pretenderlo, sentó las bases para una búsqueda que continúa en nuestros días... Desde que fuera formulada, la hipótesis Né-mesis no ha perdido vigencia. Más bien todo lo contrario. De manera recurrente, regresa a la actualidad, tal y como supuestamente lo haría cada 26 millones de años este «terrorista cósmico», como lo calificó el ya mencionado Richard A. Muller. Recientemente, numerosos científicos y aficionados a la astronomía se han sumado a la búsqueda de este enigmático planeta.


TRAYECTORIAS ANÓMALAS
El 13 de octubre de 1999, John Murray, astrónomo de la Open l/n/Vers/ty (Reino Unido), aseguró haber descubierto un noveno planeta que, debido a sus peculiares características, podía identificarse con el elusivo Némesis. Murray realizó el hipotético hallazgo tras analizar varios cometas provenientes de la Nube de Oort, observando que sus trayectorias habían sufrido alteraciones que sólo podían explicarse por la presencia de un objeto con una masa gigantesca. «Aunque sólo he estudiado en detalle trece cometas, los datos son bastantes concluyentes. De hecho, he calculado que existe una entre mil setecientas posibilidades de que las modificaciones en las órbitas de estos cometas se deban a la casualidad», declaró el astrónomo a la BBC. Murray explicó en el boletín mensual de la prestigiosa Sociedad Astronómica Real británica que el aspirante a nuevo planeta tendría una masa varias veces mayor que la de Júpiter y que estaba unas 30.000 veces más lejos que la distancia que separa a la Tierra del Sol. 


En 2002, la revista New Scientist -no menos respetada- anunciada en su portada un revelador artículo firmado por los astrónomos argentinos Adrián Brunini y Mario Melita. En el mismo, ambos aseguraban poseer evidencias que demostrarían la existencia de un planeta desconocido más allá de Plutón. «Se sabe desde hace unos diez años que el Sistema Solar tiene un cinturón de cometas que está más allá de Neptuno y del cual se piensa que Plutón es un objeto más -explicaba Mario Melita, desde Londres, al diario argentino La Nación-. Hasta ahora se conocen unos 500 ó 600 objetos. Nosotros estudiamos la distribución y la órbita de esos objetos. Como más allá de 48 ó 50 unidades astronómicas (una unidad astronómica es la distancia que existe entre la Tierra y el Sol) no hay objetos a bajas excentricidades. Hay un gap (brecha, interrupción). Una explicación de por qué puede ocurrir tal cosa es que haya un planeta del tamaño de Marte o de la Tierra que produjo un surco y que lo que veamos nosotros sea el borde interior del surco». Los astrónomos argentinos llegaron a esta conclusión mediante la aplicación de cálculos matemáticos -ecuaciones de movimiento- sobre las órbitas de todos los objetos conocidos en el Cinturón de Kuiper. Además, detectaron hielo y complejas moléculas de origen orgánico sobre la superficie de algunas formaciones provenientes del mencionado cinturón de asteroides, lo que les condujo a plantear la excitante hipótesis de que en el «Planeta X» puedan existir moléculas similares y, por ende, las bases químicas para albergar alguna forma de vida.


¿LO SABÍAN NUESTROS ANCESTROS?
Sin embargo, pese a que las miradas de los astrónomos se fijan en el futuro, esperando a que alguno de los espectaculares telescopios instalados en los satélites confirme lo que de momento son tan solo teorías, echando una mirada miles de años atrás observamos que el Planeta X ya era supuestamente conocido por nuestros antepasados más remotos. Eso es, al menos, lo que siempre defendió el escritor e investigador Zecharia Sitchin, recientemente fallecido.
En su obra El duodécimo planeta, este autor -uno de los escasos eruditos que leían y entendían el sumerio- desarrolló una audaz interpretación de la historia y prehistoria de la raza humana, basándose en la información y los textos grabados en cilindros y tablillas de arcilla por las antiguas civilizaciones que habitaron Meso-potamia.Tras analizar uno de estos sellos, que puede verse en el Museo de Oriente Próximo de Berlín (Vorderasiatisches Museum) y que tiene una antigüedad de alrededor de 5.000 años, Sitchin llegó a la conclusión de que los súmenos no sólo estaban familiarizados con el Sistema Solar, sino que conocían planetas como Neptuno, Urano y Plutón, que no serían descubiertos sino a partir del ¡siglo XVIII! «Si ampliamos el dios o cuerpo celeste central del sello de Berlín, veremos que retrata a una gran estrella que emite rayos, rodeada por once cuerpos celestes o planetas. Estos, a su vez, descansan sobre una cadena de 24 globos más pequeños. ¿Es sólo una casualidad que el número total de 'lunas' o satélites de los planetas de nuestro sistema solar (los astrónomos excluyen los que tienen menos de 16 kilómetros de diámetro) sea, exactamente, de veinticuatro?», escribe Sitchin.
Pero el escritor educado en Palestina va aún más allá en sus conjeturas, ya que, en su opinión, el sello de Berlín muestra un planeta desconocido en la actualidad: «Así pues, tenemos un agarradero para afirmar que estas representaciones -del Sol y once planetas- reflejan nuestro sistema solar, pues los estudiosos nos dicen que el sistema planetario del cual la Tierra forma parte está compuesto por el Sol, la Tierra y la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. En total, tendríamos el Sol y sólo diez planetas (si se cuenta a la Luna como un planeta).Pero esto no es lo que los sumerios decían. Los sumerios afirmaban que nuestro sistema estaba compuesto por el Sol y once planetas (contando la Luna, y sostenían firmemente la opinión de que, además de los planetas que conocemos hoy en día, había un duodécimo miembro del sistema solar». Así pues, Sitchin no sólo da por hecho que los sumerios conocían ese Duodécimo Planeta, sino que lo identifica con un cuerpo celeste de la mitología mesopotámica: Nibiru. Además, el investigador sostiene que el sello de Berlín muestra un suceso astronómico preciso. Se trataría, según él, de un acontecimiento catastrófico que habría tenido lugar poco después de la formación del sistema solar tal y como lo conocemos. A saber: Nibiru, que tardaría 3.600 años en completar su órbita altamente excéntrica, penetró en el sistema solar provocando la destrucción de un planeta llamado 77amaf que, en tiempos remotos, habría estado entre Marte y Júpiter. Las consecuencias de dicha colisión habrían sido la formación de la Tierra, el cinturón de asteroides y, en último término, que el propio Nibiru quedase atrapado en el campo gravitatorio del sistema solar, al que regresaría periódicamente... ¿Se está acercando a la Tierra el Planeta X?



IMPACTO BRUTAL
A finales de julio de 2009, los medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de una inquietante noticia: un objeto de origen desconocido había provocado un cráter mayor que la Tierra al estrellarse contra la superficie de Júpiter. La sorpresa aumentó cuando supimos que el hallazgo había sido realizado por un astrónomo aficionado y que, de manera incompresible, el brutal impacto y el objeto que lo causó habían pasado desapercibidos ante las agencias espaciales internacionales, NASA incluida. Muchos «terroristas cósmicos» como el que causó este suceso son prácticamente indetec-tables y la gran mayoría provienen precisamente de la ignota Nube de Oort. ¿Está el Planeta X jugando nuevamente con nuestro destino? Sólo el tiempo lo dirá. 



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