martes, 6 de julio de 2010

Los demonios del siglo de oro

Las crónicas españolas del barroco recogen extraños sucesos que fueron catalogados como sobrenaturales. Entonces, el temor a las fuerzas de la oscuridad era irracional, casi una obsesión. Fue el tiempo de arrobos y éxtasis, monjas posesas y condenas por brujería y hechicería.

Los demonios del siglo de oro

Fenómenos sobrenaturales quedaron recogidos en las crónicas, con crudeza y pocas respuestas...
FUENTE: Revista española ENIGMAS Nº 161.


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Sobre estas líneas, el infierno, al que tanto temían los españoles del XVII.



La superstición y la magia estaban muy arraigadas en la mente del español de los siglos XVI y XVII. En la Península, a las supersticiones de los pueblos primitivos, romanas y godas, se unieron las de judíos y moriscos, además de las milenarias del pueblo gitano, fundiéndose con el dogma católico y generando una religión que podn'amos considerar paralela entre el pueblo, que continuó manteniéndola viva a pesar de la condena de la Iglesia.
En el siglo XVI se intensificaron las creencias de índole mágico-supersticiosa, cuya influencia parecía haber disminuido a finales del Medievo. A tal punto llegaba la pasión por lo heterodoxo que en marzo de 1582 el Inquisidor de Valladolid descubrió en la Universidad de la ciudad profesores que enseñaban magia, doctrina que ordenaban los Estatutos del centro. Un año después se prohibieron pero se permitió el trazado de horóscopos, práctica tan en boga entonces entre los grandes príncipes del Renacimiento, como Felipe II, Catalina de Mediéis o Isabel I de Inglaterra.
Pero sería el siglo XVII, el del barroco por antonomasia, aquella España que veía el comienzo de su declive hegemónico bajo el cetro del cuarto Felipe, cuando la superstición alcanzaría un grado tal de inserción en la sociedad que en todos los estratos, desde el hombre más humilde al noble más laureado -salvo excepciones, que las hubo-, creían en la intervención de lo sobrenatural en sucesos de diversa índole e incluso en el devenir de la vida cotidiana. Para el historiador español José Deleito y Piñuela, autor del exhaustivo ensayo La vida religiosa española bajo el cuarto Felipe, este aumento desaforado de la superstición se erigió como caricatura "del ardiente misticismo y de la fiebre teológica que devoraron las almas en el siglo XVI". La España de los Austrias sufrió grandes crisis de ideales y una relajación moral y en las costumbres propicias para desarrollar creencias supersticiosas, prácticas que alcanzaron a todos los campos: el pensamiento, las artes y las mismas costumbres.

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Sobre estas líneas, la Plaza Mayor en tiempos de Carlos II el Hechizado, lugar donde se celebraban habitualmente los autos de fe.


• Astrología, sortilegios y agüeros

Hechiceros, brujas, nigromantes y adivinos estaban a la orden del día y gentes de rancio abolengo creían a pies juntillas en sortilegios y agüeros, acudiendo a que les adivinasen el porvenir o a pedir ayuda para todo tipo de problemas: mal de amores, envidias, obtener éxito y dinero... Esta ciencia alcanzó tanta notoriedad que incluso algunos nobles se permitieron el lujo de tener astrólogo propio que elaborase su horóscopo personal. Se creía en el influjo de los astros sobre los hombres, los cuales nacían con buena o mala estrella, dependiendo del signo zodiacal que les influyese; existían días fastos, favorables para todo, y nefastos, adversos para aventurarse a realizar cualquier cosa.
Durante los siglos XV y XVI gozó de una gran popularidad la llamada astrología judiciaria, aquella aplicada a los pronósticos y que trataba de predecir acontecimientos futuros por medio de la posición e influencia de los cuerpos celestes. La astrología llegó a ser recomendada por las Cortes como un necesario comple-
mento de la Medicina y se crearon cátedras de la misma en ciudades como Valencia. Pedro Ciruelo, teólogo y autor de un libro de gran importancia en la época de mayor auge de la brujen'a, Reprobación de las supersticiones y hechicerías (Alcalá de Henares, 1530), llegó a decir que "la astrología es ciencia verdadera, como la Filosofía Natural o la Medicina", a pesar de condenar muchas prácticas supersticiosas en su obra.
No obstante, en 1585 el papa Sixto V prohibió su práctica a través de la bula Coeli etTerrae y desde el año 1612 los astrólogos fueron castigados con pena de destierro y galeras, además de obligados a abjurar de sus creencias. Si muchos, como el mismo Felipe II y sus sucesores, admiraban esta ciencia y creían en ella a pies juntillas, autores como Calderón de la Barca la condenaron abiertamente, en obras como El astrólogo fingido, pues el barroco fue siglo de profundos contrastes.
Además de los vaticinios de tipo astrológico, existían formas de adivinación tan extrañas como la spatulomancia o "adivinación por los huesos de la espalda"; la kefalenomanteia, "a través de la cabeza asada de un asno o un carnero", y la onuxomanteia o "adivinación por las uñas manchadas de aceite"; además de las habituales a través de naipes o cartas, lectura de las manos -chi-romancia y ahora quiromancia-, por los posos del café...

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En la imagen de arriba, el convento madrileño de las Descalzas Reales, célebre durante el Siglo de Oro.


• Hechos "sobrenaturales" y acontecimientos insólitos

Era habitual que en los escritos de la época se reseñaran prodigios y sucesos de índole sobrenatural cuya veracidad, en una época donde imperaba la superstición, nadie ponía en duda. En los Avisos de Pellicer y Barrionuevo o en los textos de la escritora francesa Madame d'Aulnoy -que señala no creer en las supercheras de los españoles- se recogen no pocas situaciones sin aparente explicación racional. La escritora gala apunta que cuando llegó a la ciudad de Toledo, cuna de las tres religiones y enclave mágico por excelencia, los lugareños le aseguraron que de un nicho situado en el coro de la catedral brotó una fuente de agua que manó durante varios días seguidos; aquel prodigio ocurrió al parecer en tiempos medievales, cuando el moro sitiaba la ciudad y los cristianos andaban escasos del preciado líquido. Asimismo, le contaron que varios lagos que salpicaban la geografía española exhalaban ciertos vapores que desataban tempestades y albergaban en sus profundidades peces monstruosos; que existían conjuradores de la langosta -especie de hechiceros que conseguían extirpar las plagas mediante conjuros y ritos mágicos- y que los nacidos en Viernes Santo eran capaces, cuando pasaban ante un camposanto en el que había personas asesinadas o por el lugar de un crimen, de ver al malogrado difunto ensangrentado cual aparición espectral.
No eran pocas las historias tomadas como ciertas acerca de sucesos sobrenaturales que tenían como escenario conventos y catedrales. En el convento de monjas de Santa Clara, sito en Valladolid, descansaba en una lúgubre tumba un antiguo caballero castellano que, al decir de las religiosas, siempre sollozaba cuando se mona alguno de sus parientes. El barroco fue tiempo
de arrobamientos, éxtasis y visiones demoníacas. En las Noticias de la época se hallan episodios de este tipo de forma abundante, como el que apuntaba que en la Iglesia madrileña de San Ginés un fraile descalzo de la Orden de los franciscanos "se arrebató en éxtasis, en el cual, desde la mitad de la iglesia fue hasta el altar por el aire, y en él estuvo un cuarto de hora mirando el Santísimo Sacramento a vista de gran pueblo, que le hizo pedazos el hábito (...)".
Por la misma época, en un convento de agustinos que se hallaba en Burgos, se veneraba en una capillita a un Cristo que según declaraban los religiosos, que se turnaban para custodiarlo, sudaba todos los viernes. La talla era adorada por personajes de alto rango y por el pueblo llano y sus custodios se las vieron y se las desearon para protegerlo, pues al menos dos veces fue robado por los monjes de otro convento; aunque al parecer volvió por su propio pie a su ubicación original...
José Pellicer, en sus célebres Avisos, escribía el 8 de septiembre de 1643 que "en Madriduna imagen de pincel en tabla, de Nuestra Señora del Populo de Roma, estando en una casaparticular una criada gallega, empezó a cantaren su alabanza y a bailar, y vio que Nuestra Señora movía los dedos de las manos. Dio voces, espantada, y llamó a gente que lo vio también. Concurrió mucho pueblo y el señor Nuncio, y se trujo la imagen a las Descalzas Reales, donde la pusieron en su oratorio adentro". Nadie dudaba, aunque fuera un escritor de renombre, de la intercesión de fuerzas sobrenaturales en el devenir del día a día.

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• Bilocaciones, estigmas y prodigios varios

Fue muy habitual durante el Siglo de Oro que en la clausura de los conventos no pocas religiosas -muchas de ellas obligadas a tomar los hábitos por imposición familiar- dijeran experimentar éxtasis, bilocaciones e incluso mostrar los estigmas de la Pasión. Como señalan muchos de los expertos sobre aquel siglo y la mayoría de los antropólogos, era, quizá, una forma de romper con la represión en todos los ámbitos -y principalmente en el sexual- que se vivía dentro del claustro, muchas de las veces entre ayunos, vigilias e incluso mortificación de la carne.
Muchos de aquellos casos fueron fingidos por las propias monjas y beatas, que acabaría condenando la Inquisición, pero existieron algunos aislados que realmente causaron un gran revuelo, siendo considerados como "milagrosos". Baste recordar el ejemplo de Santa Teresa de Jesús durante el reinado de Felipe II, con sus (evitaciones y éxtasis, o el famosocaso de supuesta biloca-ción de Sor María de Jesús, abadesa de la Concepción descalza de Agreda, la llamada "Dama Azul", quien se convertiría en consejera del mismísimo rey, Felipe IV, incluso en asuntos de Estado, hacia el final de su reinado, y cuyos "desdoblamientos" son todavía motivo de controversia.
Felipe IV subió al trono el 31 de mayo de 1621 y para celebrar el nombramiento del nuevorey, la Suprema organizó un auto de fe que alcanzó gran celebridad en los men-tideros de la Villa y Corte por el escarnio público a Mana de la Concepción, una beata que presumía de santa -a pesar de que los documentos de la época la tachan de "lujuriosa y desenfrenada" con sus confesores-que decía sufrir éxtasis y experimentar revelaciones proféticas. Durante el proceso que abrió contra ella el Santo Oficio fue acusada de haber hecho "pacto expreso con el diablo" y seguido los dictámenes de diversas sectas y herejías, cometiendo "los errores de Arrio, Nestorio, Elvidio, Mahoma y Calvino", además de los preceptos de materialistas y ateístas. Fue condenada a doscientos azotes y a cárcel de por vida, después de celebrarse su auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid, remodelada por Felipe III y enclave por antonomasia de ajusticiamientos y autos de fe, amén de corridas de toros y festejos populares. Compareció con sambenito completo, la coroza sobre la cabeza y la mordaza en la boca, siendo abucheada e injuriada por el populacho.
No sólo el don de la bilocación, la visión profeta o la levitación eran atribuidas a beatas y religiosas de toda índole. Uno de los aspectos más célebres de su supuesta tau-maturgia era el don de la sanación, que se atribuyó durante siglos también a los reyes. Uno de los procesos que más polvareda levantó en el Siglo de Oro fue el de la Madre Luisa de la Ascensión, conocida popularmente como la "monja de Carrion". En Camón de los Condes la susodicha había fundado una hermandad de devotos que defendían la concepción inmaculada de la Virgen, y en 1625 había alcanzado tal éxito que sus congregantes sumaban 40.000 -entre ellos se encontraba el mismo rey, Felipe IV- y unos 150 conventos. A la religiosa se le atribuían facultades milagrosas y en Valladolid era considerada santa. Al parecer, mostraba en sus manos las llagas de la Pasión de Cristo y "sostenía coloquiosfrecuentes con Dios y con la Virgen". Se le atribuían incontables privilegios celestiales -recogidos en tres libros manuscritos-, entre otros, "Que la primera leche que mamó se la dio la Virgen" o que "libraba muchas almas del Infierno, salvando a veces 30 de un solo golpe". Además, se afirmaba que Cristo le había dado una manzana del Paraíso "por la cual sena inmortal hasta el Día del Juicio, cuando ella fuese acompañando a Enoch y a Elias en su guerra con el Antecristo (...)".
Por supuesto, no tardó el Santo Oficio en investigarla y en considerar heréticas tales afirmaciones, por lo que se inició un proceso contra ella que duró catorce años, tiempo durante el cual fue recluida en el convento de las Agustinas Recoletas de Valladolid, donde falleció el 28 de octubre de 1636.
Fueron también célebres durante el reinado de Felipe IV algunos procesos por brujería. En 1625 se procedió contra Isabel Jimena, que tenía fama de bruja en la Villa y Corte. Durante el juicio declaró que "tres gatos negros entraban de noche en su cuarto bailando, y le quitaban las chinelas. Un día amaneció acardenalada". En 1645, también en Madrid, se acusó a cuatro prostitutas de brujas; de haber entrado en la casa de una familia honrada una noche de invierno para atacar a un niño; por la mañana, según describe el canónigo español Sebastián Cirac Estopañán, cuando los padres despertaron sudando y acongojados tras unsueño largo y profundo, hallaron al pequeño muerto, "con los muslos acardenalados, vacías y negras de sangre sus partes, y tan consumido todo, que parecía chupado de brujas, y apretado con la boca, como es notorio que las brujas matan y hieren, según el testimonio de dos cirujanos".
En una carta de 1619 se señala que sólo en Cataluña tribunales civiles ahorcaron, en dos o tres años, a más de 300 personas acusadas de brujen'a. España no fue sin embargo el país en el que se llevó a cabo una caza más encarnizada de las brujas -peor suerte corrieron judíos, moriscos y protestantes-, pues en países como Francia, bajo el reinado de Enrique IV, un tribunal civil hizo quemar a 100 brujas en apenas cuatro meses. Y en Alemania se llevó a la hoguera a 100.000 personas por esta causa.

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El demonio estaba presente en todos los actos de la vida cotidiana. Fueron tiempos de arrobamientos, éxtasis y estigmas de la Pasión.


• Demonios, posesas y seres imposibles

En tiempos de superstición, fe exaltada y carencias de todo tipo no es extraño que el maligno hiciese a menudo de las suyas. Eran habituales los procesos en los que se afirmaba la realidad de un pacto demoníaco o se acusaba al reo de conjurar los malos espíritus para provocar el daño ajeno, tener "demonios familiares" o pertenecer a una secta satánica o brujeril.
Se escribieron múltiples tratados y compendios sobre la figura del demonio y la forma de combatirlo, adiestrando a los exorcistas cual soldados de Dios contra las fuerzas infernales. En 1631, diez años después de subir al trono Felipe IV, el doctor Gaspar Navarro, canónigo de Montearagón, publicó un pintoresco y no poco extravagante compendio de supersticiones demoníacas que entonces eran consideradas por muchos de sentido común, en un libro titulado Tribunal de superstición ladina. A través de sus tesis demoníacas-llamadas "Disputas"- pretendía ridiculizar muchas de aquellas creencias, y tenían títulos tan sugerentes como "Del saber que tiene el Demonio para revelar a los adivinos" o "Si puede el demonio conservar un cuerpo vivo sin comer, y de algunas cosas que hacen en los cuerpos muertos de sus amigos los magos, que parecen milagrosas y no lo son, como son hablar y conservarlos sin corrupción alguna", etc.
Al maligno y a los que trataban con él se les atribuía la capacidad de provocar tempestades, causar enfermedades, convertir a hombres en animales... El demonio estaba siempre presente. Visible o invisible, juguetón o pendenciero, pero siempre malicioso, para los españoles del XVII su presencia servía para explicar todos los misterios de cualquier índole, principalmente aquellos más morbosos y tétricos. El contagio de las creencias diabólicas
alcanzaba a los eruditos y teólogos más reputados. Más atrevido que Navarro fue el doctor Juan Rodríguez, capellán del convento madrileño de la Encamación Benita, quien llegó a declarar que era lícito tratar al Demonio; mientras, fray Antonio Pérez escribió diversos libros aprobando las consultas con el espíritu del mal, según recogió a finales del siglo XVIII Juan Antonio Llórente en la monumental obra Historia de la Inquisición Española.
Eran comunes en el Siglo de Oro, según las crónicas, las apariciones demoníacas. Fue célebre durante los siglos XVI y XVII el llamado "Diablo cojuelo", que no sólo dio nombre a una obra de Vélez de Guevara, sino que era invocado habitualmente por hechiceras y celestinas, que recurrían a sus "malas artes" para realizar conjuros y filtros amatorios. Pellicercuenta un caso que tuvo lugar en 1641, según el cual un hortelano del monasterio de doña María de Aragón, "habiendo hecho voto de castidad, trató de casarse sin obtener dispensación. Y tres días antes de efectuarlo, una noche, 13 de abril, estando acostado con estos pensamientos, vio un demonio que le sacó de la cama y le arrastró grande rato por su aposento, dándole golpes como suyos".

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• El hechizo de Felipe IV

El caso más célebre de hechizamiento regio en el siglo XVII sería el del malogrado Carlos II, que precisamente ha pasado a la historia como "el Hechizado". Sin embargo, parece ser que su padre, Felipe IV, también fue hechizado. Así al menos intentaba explicar el vulgo los veintidós años de privanza que ejercía el conde duque de Olivares sobre el rey.
Se acusó al valido de haber tenido durante su juventud relación con algunos hechiceros de Sevilla y de que ya como primer ministro "leía el Corán", por lo que le delató al Santo Oficio el cardenal Monti. Fue acusado también -al menos en panfletos y crónicas- de introducir como médico de cámara de la reina al mago don Andrés de León, que "maléfico diez camisas,perfumandolas con polvos muy finos, rojos o cenicientos". Además, se le relacionaba con el nigromante Miguel Cervellón, acusado de pacto con el diablo y con una mujer llamada Leonor -que vivía en la calle Barquillo- a la que acusaron dos vecinas de haberles confesado poseer "hechizos sin peligro, probados en la persona del Rey por el Conde-Duque, y fabricados por una amiga suya, llamada Mana Álvarez".
Aunque se intentó abrir diligencias, el conde-duque parece que tomó represalias, por lo que el caso pasó al olvido. No obstante, en los últimos años del reinado de Felipe IV, ya muerto Olivares, los rumores de un encantamiento volvieron a resurgir con mayor fuerza y hacia finales de 1661 corrió el rumor del hallazgo de extraños objetos que estaban destinados a hechizar al rey y al valido don Luis de Haro, recientemente fallecido. Pero sena en 1665 cuando el rumor corrió como la pólvora en las esferas cortesanas y el Inquisidor General, R González, y el confesor del rey, R Juan Martínez, después de examinar una bolsita de reliquias y amuletos que el soberano llevaba consigo, hallaron "un libro antiguo, negro, de magia, y ciertas estampas con el retrato del Rey, traspasadas por alfileres.Todo esto fue solemnemente quemado, después de una ceremonia de exorcismos, por el Inquisidor General en la capilla de Atocha".
En la imaginación popular se daban cita demonios, duendes, magos, brujas, nigromantes... personajes y bestias que convivían con las gentes y protagonizaban obras de teatronovelasy copli-llas. Quizá eran el reflejo del sentimiento del pueblo, un pueblo hambriento y desamparado, olvidado por sus gobernantes, que recurn'a al demonio para explicar los desastres de un imperio gigantesco que se venía abajo por su propio peso. El Siglo de Oro de las letras españolas, de bronce o más bien de hojalata para las miles de personas que intentaban ganarse la vida y pululaban por las calles de las grandes ciudades, debería llamarse, tal vez, el Siglo del Maligno. Casi una herejía.

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Retrato de Felpe IV, por Velázquez. Durante su reinado tuvieron lugar vanos procesos por brujería. Las crónicas aseguraban que induso el mismo monarca había sido hechizado por el primer ministro Olivares.


• De monjas posesas y confesionarios malditos


Uno de los lugares a los que más le gustaba acercarse al príncipe de las tinieblas era nada menos que a los conventos de monjas. Durante el reinado de Felipe IV fue de gran relevancia el caso de las posesas del convento madrileño de la Encarnación Benita -más tarde conocido como de San Plácido-, que acabó convirtiéndose en un auténtico asunto de Estado al estar involucrados altos cargos de la Corona; un caso relacionado probablemente con la represión sexual vivida tras las celdas de clausura. En esta ocasión, sin embargo, los "demonios" no se limitaron a hacer de las suyas causando estragos tanto en el cuerpo como en la mente de las religiosas poseídas, sino que se entrometían incluso en asuntos de Estado, lo que despertó las sospechas de la Inquisición, que abrió un proceso contra varias personas.
El XVII fue un siglo dado a las posesiones diabólicas en lugares sacros, y si en España tenía lugar el caso de San Plácido, en Francia gozó de una gran popularidad el de las endemoniadas de Loudun en 1634 -ver ENIGMAS 151-, momento de esplendor del cardenal Richelieu, que acabó con la quema en la hoguera del padre Urbain Grandier. Célebres fueron además los de las posesas de Aix-en-Provence y el de las endemoniadas de Louviers, todos ellos ocurridos en el mismo siglo.


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Monjas y beatas, en ocasiones, afirmaban haber sido poseídas, comportándose como verdaderas lunáticas.


• Energúmenas fingidas


No fueron pocos los episodios de falsos posesos que recogieron crónicas, avisos e incluso obras literarias -el mismo Quevedo hizo alusión directa al tema en La endemoniada fingida-. En la "Relación de la endemoniada fingida" -que forma parte de la correspondencia entre varios Padres de la Compañía de Jesús-, una carta fechada en Valladolid el 27 de enero de 1635. se habla acerca de una embaucadora que Ideó que estaba endemoniada por falta de recursos, quizá porque una de las cosas que solían exigir los "demonios" era que les diesen limosnas para salir del cuerpo del poseso -muy ingeniosos ellos-. Un sacerdote con diez años deexperiencia en materia de "expulsar espíritus" la conjuró en una iglesia de monjas armado de una cruz, un Evangelio y agua bendita, instando a que las "cuarenta y dos legiones" que decía la energúmena poseer en el cuerpo, se bajasen todas "a la uña del dedo pulgar del pie izquierdo, adonde por cuatro meses la dejasen comer, beber... sin que la hagan ningún daño, y que mientras él los ligaba la derribasen en el suelo con mucha honestidad". Tras darle muchas limosnas durante varios días, procedieron a exorcizarla de nuevo en otra iglesia, donde se reunieron más de doscientas personas. Al parecer todos sudaban la gota gorda porque habían entrado en el cuerpo de la mujer "tres demonios para ayudar a Belcebú -que hablaba por su boca-". Finalmente, acabó por confesar su engaño.
En Toledo se dio también el caso de un cura que fue llamado para exorcizar a una joven que "decían estar endemoniada, y no había sanado por más exorcismos que le había dicho un religioso". En la sacristía el párroco descubrió pronto que era una farsante y ordenó que le diesen dos docenas de azotes. Aunque empezó negando su culpa, el tormento provocó que finalmente se retractara, afirmando que decía tener el demonio en el cuerpo "por miedo de que no la castigasen por cierto mal recaudo que había hecho con un mancebo".

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