sábado, 6 de febrero de 2010

Tesoros malditos


Cuando el capitán William Kidd fue ahorcado en Londres el 23 de mayo de 1701 dejó algo másque una herencia de muerte; dejó la ilusión por encontrar su tesoro perdido. A partir de entonces muchos soñadores recorren el planeta en busca de estos pecios, protegidos a veces por insondables maldiciones…

TESOROS MALDITOS

Tesoros protegidos por insondables maldiciones...
FUENTE: Revista española ENIGMAS (edición 01/06/2007).


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Kidd representa el estereotipo del pirata, sanguinario y poseedor del secreto de un inmenso tesoro oculto en algún lugar del planeta. Una serie de novelistas se inspiraron en sus hazañas, como James Fenimore Cooper, Edgar Allan Poe y Robert Louis Stevenson con La isla del tesoro, novela que contiene todos los ingredientes para un buen relato de piratas: un mapa ininteligible, una isla misteriosa, conspiraciones, mutilaciones, asesinatos y mucho oro enterrado. Lo bueno es que la mayoría de estos ingredientes adornaron la vida de William Kidd. En un intento desesperado por salvar su vida, escribió al portavoz de la Cámara de los Comunes del Parlamento inglés prometiéndole revelar la situación de una parte de sus riquezas, por valor de cien mil libras, a cambio de que no le ejecutaran. No aceptaron la “generosa oferta” de Kidd y el pirata tuvo que afrontar su suerte en el patíbulo. Algunos creyeron que esa carta no era más que un farol, pero otros pensaron que no exageraba y que su tesoro –o tesoros– estaban escondidos en varias partes del mundo. La leyenda de Kidd se propagó tras su muerte y fueron muchos los aventureros y cazatesoros que se embarcaron con la idea de encontrar estos escondites. Tan sólo después de 200 años, en 1929, apareció la primera prueba de que no era un farol. Hubert Palmer, abogado jubilado inglés, compró un escritorio de roble del siglo XVII con la siguiente inscripción:

“Capitán William Kidd. Galera Adventure, 1699”.


Hacía referencia al nombre del pirata y al barco en el que hizo sus tropelías por diversos océanos, el Adventure. Palmer buscó compartimentos secretos y encontró uno que contenía un estrecho tubo de latón con un mapa de pergamino enrollado. En él aparecía una isla rodeada por el mar de la China, con las iniciales “WK” y la fecha 1699, con una caligrafía que coincidía con escritos de Kidd. El hallazgo fue el punto de partida de una serie de expediciones a varias regiones de la costa oriental americana, del océano Indico y del mar de Japón en busca del fabuloso tesoro de Kidd. Todo esto ha generado una gran cantidad de peripecias rocambolescas, de traiciones, asesinatos y bancarrotas a la par que una serie de lugares en los que se ha creído a pies juntillas que allí estaba enterrado el tesoro de éste u otros piratas. Daba igual; lo importante era hacerse rico a costa de Kidd, Morgan, Drake o del que fuese y eso a pesar de las maldiciones y las numerosas muertes que planeaban sobre los tesoros, teñidos de sangre desde su origen.


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Lugares para llevarse pico y pala

Se emprendió la búsqueda frenética en los sitios más extraños y peegrinos que uno se pueda imaginar. Cualquier indicio, rumor o trozo de mapa era más que suficiente para ir allende los mares en busca del gran tesoro, sin que hasta el momento se haya podido localizar. Ahí sigue esperando a que alguien con más suerte, con más medios técnicos y económicos o, simplemente, más avispado logre encontrar primero la isla del tesoro y luego el lugar exacto donde hay que excavar. Existen diferentes lugares que se han barajado en torno al mítico tesoro de Kidd. Si tienen la idea de hacerse con él, tomen nota, pues no los repetiré dos veces:



· Oak Island –o isla del Roble–, en las costas de Nueva Escocia, Canadá, buscado desde 1804 sin éxito.
· La isla de Yokoate, que forma parte de un archipiélago que se extiende desde el sur del Japón hasta Taiwán.
· La isla de Gardiner, frente a las costas de Nueva York.
· La isla de Coco, en el Pacífico, al sudoeste de Costa Rica.
· La isla chilena de Robinson Crusoe, en el archipiélago de Juan Fernández.
· La isla Clipperton –o isla de la Pasión–, en el Pacífico, al suroeste de las costas mexicanas.



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Isla Robinson Crusoe.


En alguno de estos seis lugares debe seguir el tesoro –o tesoros– riéndose de todos los incautos que se han acercado por sus lindes sin las adecuadas protecciones físicas y psíquicas, pues por algo dice la leyenda que ese dinero está maldito. En febrero de 2000 una expedición norteamericana, dirigida por el arqueólogo Barry Clifford, halló los restos hundidos del barco de Kidd, el Adventure, objeto de deseo de los buscadores de tesoros, cerca de la costa de Madagascar. Pero ahí tampoco estaba el tesoro...


Tesoros piratas

¿Dónde iban a parar los suculentos sacos de doblones rapiñados por piratas de la talla de Francis Drake, Morgan, Kidd, Barbanegra y compañía? La mayor parte pasaba a engrosar las arcas de los reyes de Francia e Inglaterra; el resto era alegremente gastado en ron o enterrado en alguna isla desierta del Pacífico o del Atlántico "como la isla de la Tortuga" para apartarlo de la codicia de otros corsarios en espera del momento para recobrarlo. Pero casi nunca sucedía porque morían en refriegas o ejecutados como hemos visto con Kidd. Ello alimentó la leyenda de que existían ciertos lugares recónditos cuyo suelo escondía la llave de la fortuna. ¿Y si todo no fueran leyendas? La memoria y un roído mapa era lo único que serviría para encontrar algún día el botín si antes localizaban las señales de la escurridiza "X" del lugar de enterramiento. Dos ínsulas en concreto fueron el objetivo primordial, no de uno sino de varios piratas y bucaneros para enterrar sus respectivos tesoros, con o sin su mapa correspondiente. Una de ellas es la mencionada isla de Coco, de 24 km2, perdida en el océano Pacífico, a 300 km de Costa Rica, donde habría al menos cuatro tesoros escondidos. A saber:


1.- El del capitán inglés Edward Davis, que amasó una fortuna saqueando ciudades costeras desde México a Ecuador. Llegó a la isla en 1685 en el Bachelor’s Delight y depositó su mercancía.

2.- El de Bennett Graham, que en 1818 se apoderó de un cargamento de oro procedente de Acapulco. Hasta allí dirigió su nave y se perdió su pista.

3.- El de Benito Bonito, un portugués que se apodaba “espada sangrienta”. Con su nave Ligning arribó a esta isla en 1820 y dejó su fortuna bajo tierra o en alguna cueva.

4.- El fabuloso tesoro de Lima, un inmenso botín amasado por las autoridades civiles y religiosas españolas en los tres siglos de ocupación del Perú que entregaron insensatamente en 1825 al marino escocés William Thompson para que lo guardara, a cambio de un porcentaje tras rendirse la ciudad a las tropas de Bolívar.



Cuando Thompson levó anclas del puerto de El Callao a bordo del Mary Dear no tenía ninguna intención de cumplir con lo estipulado y puso rumbo a la isla de Coco, donde lo enterró en lugar secreto. Ninguno de los piratas citados pudo disfrutar de los tesoros que escondieron en el remoto lugar, por eso es probable que sigan allí, intactos. Desde entonces han sido buscados con tesón por diversos cazafortunas, pero nunca han aparecido…

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El tesoro de la isla de Robinson Crusoe

Situada a casi 700 km al oeste de Valparaíso, la isla Robinson Crusoe forma parte del archipiélago Juan Fernández y fue también refugio no sólo del marino escocés Alexander Selkirk donde vivió abandonado entre los años 1704 y 1709 –que luego sirvió de base para inspirar al personaje literario de Daniel Defoe– sino también de corsarios que cruzaron el Pacífico. Según la leyenda, el navegante español Juan Esteban Ubilla y Echeverría, perteneciente a la Orden de Santiago, ocultó en esta pequeña isla un cuantioso tesoro.


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Desde entonces se le ha buscado por todas las grutas de la isla. Uno de los intentos es el que llevó a cabo el cazatesoros norteamericano Bernard Keiser en una cueva de la bahía de Puerto Inglés. Ubilla y Echeverría, general de la flota que permanecía en Veracruz (México), fue quien trajo el pecio hasta la isla Robinson Crusoe –también llamada Mas A Tierra– en 1714 porque en esos tiempos se libraba la guerra de sucesión española y no quería que cayese en manos de los Borbones franceses. En 1761 el capitán inglés Cornelius Webb, al mando de la nave Unicorn, es comisionado por lord George Anson para rescatar el tesoro de Ubilla. En esta expedición, Webb sólo logró desenterrarlo porque, cuando pretendía regresar a Inglaterra, le sorprendió una tormenta que quebró el mástil debiendo regresar a la isla de Robinson donde nuevamente ocultó el fabuloso cargamento sin que se sepa dónde ni en cuántos sitios. En septiembre de 2005 miembros de una expedición chilena dijeron haber hallado con total seguridad el legendario tesoro de joyas y monedas de oro oculto en la isla desde el siglo XVIII. De confirmarse, sería el más grande de toda la historia. Los integrantes de la empresa Wagner Tecnologías, apoyados por un robot explorador –“TX Araña”–, bautizado popularmente como “Arturito”, localizaron la ubicación del botín escondido en tres lugares de la Robinson Crusoe. Nada menos que tres: uno de 800 toneladas y dos de entre 30 y 50 toneladas cada uno, evaluados en 10.000 millones de dólares, casi el 25% de la deuda externa de Chile.


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Según la leyenda, uno de ellos habría sido robado al Imperio Inca por los españoles y adquirido posteriormente por corsarios ingleses, que luego lo enterraron en alguna de las cuevas de la isla hace casi 300 años. Otros investigadores –como Bernard Keiser– creen que se trata de riquezas de un tributo azteca, traídas desde México hasta la isla por el español Juan Esteban Ubilla y Echeverría, en 1714. Me imagino que los miembros de esa empresa estarán al tanto de que el tesoro tiene asociada una leyenda maldita que habla de las calamidades y desgracias que les ocurren a aquellos que estuvieron en contacto con el botín y los que osan buscarlo. La lista de damnificados es larga. Por de pronto, ya han empezado las agrias disputas entre el gobierno chileno, el alcalde de la isla y la empresa Wagner para ver cómo se reparten el dichoso tesoro.



Tesoros actuales en busca de dueño

A las diferentes “islas del tesoro” que tanto pululan por leyendas y mapas extraviados, habría que añadir otras riquezas que aún están a la espera de un futuro dueño.
Hay botines enterrados por ladrones como Jesse James y Ma Barker que nunca fueron recobrados porque fueron asesinados o ejecutados antes de poder hacerlo. Hay minas de oro cuyos propietarios murieron sin revelar dónde se encontraban. Hay cofres de piratas escondidos de costa a costa fruto de su codicia que sólo han podido disfrutar desde el más allá.


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Hay tesoros legendarios que se han convertido en sueños clásicos para historiadores y arqueólogos. Casi todos ellos tienen un largo historial de muertes que les han dado una aureola de malditos. Entre ellos cabe recordar el del emperador Moctezuma II, el tesoro inca de Atahualpa, los millones del emperador Maximiliano, la bañera de oro de los Montes Negros de Dakota del Sur, la montaña del tesoro en Colorado, el oro del general Yamashita, el tesoro cátaro, el tesoro templario, el de Rennes-le-Château y cien más que no viene al caso citar, incluidos los 5.000 pecios que siguen ahí, debajo de las aguas marinas, repletos de galeones, ánforas, monedas, espadas, sarcófagos y mil objetos más que algún día, en el momento preciso, saldrán a la luz. Otros tesoros no consisten en joyas ni oro y son tan valiosos o más que los cofres escondidos por filibusteros sin escrúpulos. Me refiero, entre otros, a la biblioteca del zar Iván III o al salón ámbar de San Petersburgo. Dice el refrán: “El oro y los amores son imposibles de encubrir”, y es cuestión de tiempo que aparezcan…


Tesoro de Moctezuma

Viejas crónicas de indias dicen que en 1520 el emperador Moctezuma envió una carreta –sí, conocían la rueda– al norte del imperio con objetos de oro, plata y joyas para que fueran resguardados mientras los hombres de Hernán Cortés no se fueran de sus tierras. La caravana recorrió 275 leguas hacia el norte de Tenochtitlán, luego se dirigió al oeste entre altas montañas y al final el oro fue escondido en una caverna de un gran cañón, al parecer en un lugar de la Sierra Madre. Otras teorías dicen que llegaron más al norte porque algunos indios pueblo llaman a sus viviendas en las montañas “castillos de Moctezuma”. Las dos ubicaciones que se han dado para buscar el tesoro del emperador azteca en Norteamérica es en Taos, al norte de Nuevo México y Kanab, en Utah, en una cueva de la Montaña Blanca. Recientes descubrimientos ubican el mítico pecio más cerca de lo que creían. En agosto de 1976 un enorme tesoro consistente en finas barras de oro y joyas de un valor incalculable fue recogido del fondo marino, de manera fortuita, por un buceador que buscaba pulpos cerca de la isla de Sacrificios, en la bahía de Veracruz. Por otra parte, en marzo de 1981 el presidente de México convocó una reunión para anunciar pública y oficialmente el hallazgo de una parte del tesoro de Moctezuma. López Portillo lo expresó así: “Es un tejo de oro que apareció al excavar los cimientos del Banco de México, con las características a las que después se referirá don Gastón García Cantú, y que es un testimonio histórico de primera magnitud”. Desde entonces, silencio oficial…


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El tesoro del Inca

Sería mejor hablar de dos tesoros: el procedente de diversas partes de Tahuantin-suyo para llenar de oro la habitación de Cajamarca y liberar así a Atahualpa –que nunca llegó a su destino tras conocerse la muerte de su monarca en 1533– y las toneladas de oro en forma de estatuas, pectorales, discos solares y otros objetos que fueron escondidos por los incas bajo el Coricancha para protegerlo de los conquistadores españoles.

En 1615 se publica Nueva Crónica y Buen Gobierno del cronista Felipe Guamán Poma de Ayala donde se habla de una chingana –en quechua, “laberinto”– para referirse a un agujero debajo de la tierra que llega hasta el convento de Santo Domingo en Cuzco, donde estaba el Coricancha o Templo del Sol. En 1624 tres españoles, Francisco Rueda, Juan Hinojosa y Antonio Orvé, buscan la entrada de la chingana por Sacsayhuaman. Nunca regresaron. En el siglo XVIII dos estudiantes repitieron suerte y uno de ellos emergió a la superficie junto al altar mayor de la iglesia de Santo Domingo totalmente deshidratado, con signos de demencia y con una mazorca –choclo– de oro macizo en sus manos. El estudiante murió a las pocas horas balbuceando: “Hay mucho oro”. Con estos antecedentes no es de extrañar que se diera crédito a las leyendas. La última investigación que se ha realizado empezó en octubre de 2000 a cargo de la empresa Bohic Ruz Explorer, con un grupo de especialistas peruanos, chilenos y españoles.


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Atahualpa.


Entre otros descubrimientos, realizados con la ayuda de un sistema de radar de última generación tecnológica denominado GPR, que permite detectar estructuras artificiales en el subsuelo sin necesidad de excavar, averiguaron que el túnel bajo el altar mayor del convento de Santo Domingo se comunica en línea recta con importantes enclaves incas como Marcahuasi –convento de Santa Catalina– o el templo del Inca Huiracocha –la catedral–. Después de tres años de trabajos, en septiembre de 2003, el director general de Bohic Ruz, Anselm Pi Rambla, fue obligado a cerrar las excavaciones que quedaron inconclusas. No pudo demostrar que entre la fortaleza de Sacsayhuaman y el Coricancha existía un túnel de 2 km. Según una leyenda, los incas escondieron en galerías secretas los tesoros de sus templos para evitar su saqueo. ¿Estaría ahí todo el tesoro de Atahualpa? No es probable. En Ecuador hay muchos lugares que se disputan el honor de poseer parte del tesoro que nunca llegó a Cajamarca. El más aceptado está en los montes Llanganates, al sur de Quito, lugar inhóspito con fuertes vientos y lluvias. Últimamente, el cráter del volcán Pasochoa aparece como guardián del “botín de oro inca”. Los viejos del lugar aseguran que muchas de las personas que fueron con la idea de hallar el tesoro fallecieron en el intento. Dicen que es la “maldición de Rumiñahui”, el hermano de Ata-hualpa, que escondió el resto del oro. Los pobladores del desierto de Atacama, en la provincia chilena de Antofagasta, ubican el tesoro del Inca en una laguna que estaría en la cumbre del cerro Quimal. Se sabe que la caravana que llevaba los tributos en dirección al Cuzco, fue informada de que el Inca Atahualpa había fallecido en 1533. Los indios portaban 14,5 arrobas de oro, que era el tributo, y sin saber qué hacer con el tesoro, habrían depositado la valiosa carga en el fondo de la laguna. Algunos habitantes del lugar han logrado extraer objetos de oro, comprobando que dan mala suerte. La eterna canción…

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