miércoles, 6 de enero de 2010

Magdalena de la Cruz


De la noche a la mañana pasó de ser considerada una auténtica santa a convertirse en un peligro para la comunidad. ¿Qué sucedió para que esta curiosa monja del siglo XV terminara siendo juzgada y condenada por la Inquisición? ¿De qué naturaleza eran las presuntas capacidades sobrenaturales que la hicieron famosa? ¿Era una enviada de Dios o, como terminaron creyendo sus contemporáneos, un instrumento del Diablo? Ésta es la increíble historia de Magdalena de la Cruz, la monja que pactó con el Maligno.

MAGDALENA DE LA CRUZ:

La monja que pactó con el diablo...
FUENTE: Revista española MAS ALLA Nº 225.


Imagen IPB




Aunque en la actualidad hay cronistas que desconocen el lugar de nacimiento de la monja Magdalena de la Cruz, es fácil ubicarla en la villa de Aguilar de la Frontera basándonos en las actas de la Santa Inquisición. Fue en esta localidad cordobesa donde vio la luz en el año 1487 una mujer insólita.
Al parecer, Magdalena tuvo su primer encuentro con lo inexplicable a los cinco años cuando en su habitación apareció la figura de un ángel rodeado de luz. Pocos días después la imagen de Cristo crucificado se materializó ante ella, según se cuenta, y le exigió devoción y santidad pidiéndole, entre otras cosas, que se crucificase como él. La niña cogió unos clavos y los hundió en sus manos y sus pies para colgarse de la pared. Estuvo “crucificada” así durante unos minutos hasta que aquel supuesto Cristo la llamó. Por seguirle, la pequeña cayó al suelo y se partió dos costillas. El propio Jesús le sanó las fracturas y las heridas de manos y pies. Después sujetó fuertemente entre sus manos las de ella y apretó con fuerza los dos dedos meñiques de la chiquilla, que no volvieron a crecer y quedaron más pequeños que el resto hasta el día de su muerte, lo que fue tomado como una prueba de santidad.
Dos años más tarde la pequeña Magdalena comenzó a frecuentar una cueva cercana a la villa en la que solía meditar y orar. En ese lugar protagonizó presuntamente en más de una ocasión un extraño fenómeno de teletransportación, ya que pasaba la noche en la cueva y amanecía en su cama sin saber nunca “quién” la había trasladado.


UN EXTRAÑO FAMILIAR

En 1499, con doce años, se le apareció por primera vez, según contaba, un ser que afirmaba ser un familiar y que desde ese momento no se separó de ella. Solía hacer acto de presencia acompañado de varios hombres de buena planta y de bello rostro que a veces adquirían el aspecto de diferentes santos, como San Francisco, San Jerónimo y San Antonio. Estas presencias hacían caer a Magdalena en estados de arrobamiento en el transcurso de los cuales experimentaba visiones de la Santísima Trinidad. Su “familiar”, del que desconocía su verdadero nombre, se le manifestaba a veces en forma de hombre atractivo. Entonces le pedía que hiciera todo lo que le dijese porque, a cambio, él convencería a todos de la santidad de la joven. Magdalena aceptó acatar sus órdenes siempre que eso no la condenase. Como aquel ser le aseguró que no pasaría, hicieron un pacto firme.


LA SANTA CORDOBESA

En el año 1500 la fama de santa de Magdalena de la Cruz atravesó las fronteras y comenzó a ser conocida en toda Europa. La nobleza de entonces y el propio emperador Carlos V la tenían en gran estima y nadie dudaba de su futura canonización debido a los milagros que, al parecer, era capaz de obrar y a su caridad cristiana. Con trece años ingresó como novicia en el convento de Santa Isabel de los Ángeles de Córdoba. A los quince ya había tomado los hábitos y pocos años después se convirtió en abadesa de la comunidad.
Las experiencias extrañas se multiplicaron en su celda del convento. Su “familiar” continuaba apareciéndosele, pero en ocasiones venía acompañado de un hombre negro desnudo, algo contra lo que Magdalena protestaba amarrándose fuertemente a un crucifijo, lo que provocaba el enojo y la desaparición de ambos personajes. A veces el misterioso “familiar” le vaticinaba sucesos con gran acierto, como el encarcelamiento del rey de Francia y su posterior matrimonio con la reina doña Leonor.
Los milagros de Magdalena fueron presenciados en ocasiones por sus compañeras de convento, quienes, entre otras cosas, verificaron la existencia de unas grietas sangrantes que aparecían en el costado y en las manos de la monja. Y en cierta ocasión varias religiosas escucharon en su celda una voz que surgía de la nada y decía: “Magdalena valme”, a lo que la santa respondió: “Valgate Santa María”. Cuando fue interrogada por sus compañeras sobre el origen de aquel prodigio, aseguró que era la voz del alma en pena de una persona que acababa de morir. Una vez su “familiar” le pidió que pasara varios días sin comer. “Yo te alimentaré”, le dijo. Así lo hizo Magdalena, que dejó a todos asombrados. Pero el prelado, que sospechaba que aquello había podido ser un fraude, la mandó encerrar en una celda del convento y puso a varios frailes a hacer guardia. Esa misma noche, asustada, pidió auxilio a su misterioso protector. De pronto apareció en la habitación una extraña luz de la que surgió una mano que sujetó a la monja, quien, sin saber cómo, apareció en la calle sostenida por dos hombres que se identificaron como San Francisco y San Antonio. Aquel prodigio fue muy sonado en la época.


Pero pronto comenzó una etapa incómoda en la relación que mantenía con aquel “familiar”, quien de repente se volvió sospechosamente violento. Contó más adelante Magdalena que cierta noche aquel ser la había intentado obligar a llevar a cabo cierto acto que ella consideraba deplorable. Al negarse, fue tomada de los cabellos por una fuerza desconocida que la alzó varios metros y la arrojó después al suelo, lo que le provocó unas contusiones que la dejaron postrada en cama varios días. La monja nunca quiso especificar cuál era el acto que no consintió realizar.
Desde entonces el extraño personaje se ensañaba con ella a cada momento. En una ocasión en la que la muchacha se encontraba contemplando una columna fue empujada con enorme potencia y se golpeó con tal fuerza contra un muro que su brazo se dislocó. Después de seis meses con terribles dolores, el causante de aquel accidente accedió a sanarle milagrosamente el miembro afectado.
Otra vez, Magdalena se encontraba caminando mientras pensaba en el dolor que había tenido que sentir la Virgen cuando su hijo fue crucificado.
En ese momento deseó saber la magnitud de ese dolor. Nada más pensar en ello su “familiar” la empujó por detrás y cayó de frente. Su mentón se abrió y manó de él abundante sangre. Para intentar reconciliarse, el ser desconocido la invitó a comer. Entonces aparecieron en su celda unos platos llenos de abundantes alimentos. Justo antes de masticar el primer bocado, Magdalena descubrió con espanto que la comida eran en realidad lagartos y sapos vivos.
Pero el pasaje más estremecedor y comentado de la época tuvo lugar el día de la Asunción de Nuestra Señora, cuando Magdalena se sintió embarazada. Presuntamente, una criatura empezó a crecer a gran velocidad en su vientre y a los pocos días se produjo el parto. El supuesto milagro fue considerado por todos un signo de santidad. Nada más nacer el bebé, la parturienta lo envolvió en un paño y lo abrazó. Su cabellos, negros en un principio, se volvieron rubios. Y, misteriosamente, el niño desapareció entre los paños. Nunca más se volvió a saber de él.


VISIONES Y SANACIONES

Mientras se sucedían las experiencias desgraciadas la monja comenzó a protagonizar extrañas percepciones. Magdalena parecía estar en contacto con la dimensión de los muertos, ya que, según los testigos, podía adivinar el fallecimiento de alguien cercano y entrar en contacto con el ánima del difunto. En presencia de éstas, decía comunicarse con estas entidades y las guiaba hasta el cielo, el infierno o el purgatorio. Cuando regresaba de los reinos infernales metía los pies en un barreño de agua delante de todos los presentes, y de éstos salía un humo muy espeso. Durante algunos de sus trances narraba a sus acompañantes las visiones de legiones de ánimas que se salvaban o se condenaban eternamente.
Al parecer, Magdalena de la Cruz también adquirió la capacidad de sanar a los demás. Fue lo que ocurrió en el caso de un moribundo que, después de que la monja posara la mano sobre su cabeza, comenzó a sentirse mejor y se recuperó por completo al día siguiente.
Se dice que incluso podía ver el aura de sus semejantes, a través de la cual percibía si se trataba de personas en pecado o no. Mientras tanto, el enigmático “familiar” continuaba con sus demostraciones de poder. En cierta ocasión en que la monja se encontraba rezando con sus compañeras, el ser misterioso le trajo de manera invisible una hostia consagrada y se la introdujo en la boca, algo que todos consideraron un nuevo prodigio de santidad.
Otro de esos portentos multitudinarios se produjo en el coro del convento cuando una paloma refulgente se posó en su hombro y comenzó a “hablarle” cerca de la oreja. Una tarde, como hacía cuando era niña, Magdalena marchó a una cueva cercana con la intención de orar en soledad. Al poco rato se encontró dentro de su celda sin saber cómo había llegado allí. En ese momento su “familiar” apareció en la estancia y le dijo que una persona importante del Gobierno iba a venir en pocas horas a pedir su bendición. Y así ocurrió. Magdalena rezó junto al recién llegado y le dio consuelo.


UN EXORCISMO INSÓLITO

Tras varias décadas al frente del convento de Santa Isabel de Córdoba, su fama de santa aumentó. Pero cuando todos estaban convencidos de que tras su muerte la monja sería canonizada una serie de sucesos insólitos vinieron a modificar las impresiones de sus contemporáneos.
Años después una religiosa del convento declaró ante la Inquisición: “Si todo lo que de ella sé de oídas y vista tuviese que decir, en verdad no cupiese en mucho papel”. Esta misma mujer narró aterrorizada dos de las experiencias que marcaron a la comunidad. Una noche un grupo de religiosas descubrió que la cama de Magdalena estaba rodeada de carneros negros. Cuando le preguntaron qué sucedía, la monja respondió que eran ánimas de difuntos que estaban penando y buscaban consuelo a su lado.
Peor fue la ocasión en la que una monja que acompañaba a la abadesa en su celda vio surgir de la nada a un hombre negro. Magdalena le dijo: “No tengas miedo, hermana, que no os hará mal, ya que es un serafínico”. La religiosa, espantada, salió de la habitación dando gritos.
Aquello provocó que el padre provincial reprendiera duramente a la religiosa y ordenara que encarcelaran a Magdalena en el convento durante unos días. Por aquel entonces, una noche en la que las monjas se encontraban en los maitines vieron a Magdalena en el coro, hincada de rodillas y orando. Con gran pavor, las monjas fueron a la cárcel y quedaron anonadadas al observar a la abadesa encerrada en la celda. Según los carceleros, no había salido de allí. Los nuevos acontecimientos comenzaron a mostrar trazas de herejía y el padre confesor de la abadesa decidió hablar con ella en privado para pedirle discreción. Pero en medio de esa charla Magdalena entró en trance y dijo: “Soy un serafín de los que cayó del cielo. Tengo bajo mi poder a muchas legiones. Tanto yo como un compañero estamos unidos a Magdalena desde que nació y no nos apartaremos hasta que nos la llevemos, porque es nuestra”.
Al volver en sí Magdalena confesó su relación con aquellos dos seres que la acosaban desde niña e incluso llegó a decir que un número determinado de personas que habían fallecido –y que habían sido detractores de la monja– habían muerto por mediación de su “familiar”.
Las incómodas novedades fueron puestas en conocimiento del padre provincial, quien se las comunicó a la Santa Inquisición. Inmediatamente, le fue retirado el hábito a Magdalena a la espera de un proceso que tuvo su precedente en una confesión previa de la monja con uno de los frailes de la Inquisición en enero de 1544.
Ese día su confesor, acompañado por fray Pedro de Vergara y con el resto de las monjas como testigos, mandó llevar a Magdalena a una celda, donde la abadesa confesó que cuando era niña pensaba que aquel ser era un ángel, pero que ya siendo mayor sospechó que podría ser el demonio, aunque no quiso hacer nada por esquivarlo porque aquellos prodigios aumentaban su fama de santidad. Afirmó también haber realizado un pacto con él y dijo que incluso había mantenido relaciones sexuales con el hombre negro, que, al parecer, era otro “familiar”. En ese momento Magdalena volvió a entrar en trance, ocasión que aprovecharon los religiosos para intentar llevar a cabo un insólito exorcismo en el que el padre provincial actuó como mediador:



–¿Cómo te llamas?– preguntó al demonio.
–Pitonio me digo– contestó, balbuceando, en lengua caldea.
–Madre, ¿cómo se llama el familiar que os posee?
–Demonio me llamo.
–Bien sé que eres demonio, mas di: ¿cómo te llamas?– insistió el sacerdote acercándole la estola al cuello.
–Balvan me digo, y soy de la orden de los serafines– respondió con una voz grave y cavernosa.
–Pues hombre de bien seréis si me decís latines y respondéis a todo lo que os pregunte. Decid “Jesús”...
–Ran, ran.
–Decid “Jesús”...
–Ran, ran.
–Di “Santa María”.
–Ni virgen oía.


El padre provincial le puso un crucifijo delante de los ojos, pero el demonio aseguró no ver nada. Magdalena siguió hablando y gritando, aunque todos aseguraron que no llegaba a mover la boca ni la lengua, que estaba llena de una materia pardusca. Según comentaron algunos testigos, “pasaron muchas y grandes cosas que no se pueden escribir; cosas que eran para espantarse; cosas que ni escribir, ni decir, ni menos oír, se pueden”.


EL PROCESO Y LA SENTENCIA

Basándonos en las fechas que aparecen en los documentos conservados podemos asegurar que Magdalena estuvo cerca de dos años en la cárcel a la espera de su juicio, que tuvo lugar el viernes 3 de mayo de 1546. Fue uno de los capítulos más famosos y controvertidos de la Inquisición española. Parece claro que su anterior fama de santidad y sus buenas relaciones con gente adinerada e importante la salvaron de una muerte segura. Aun así, su encarcelamiento produjo un gran escándalo.
Finalmente, aquel viernes de mayo los jueces del Santo Oficio determinaron y sentenciaron: “Que siempre sea tenida por sospechosa; que salga de la cárcel con una vela encendida en las manos y una mordaza en la lengua y una soga en la garganta, sin llevar velo negro; y mandamos que esté encerrada perpetuamente en un monasterio fuera de esta ciudad; y que sea siempre la postrera en el coro, capítulo y refectorio; mandamos que no hable con persona alguna, si no fuere con las monjas o su Provincial o Vicario; le mandamos que en tres años no comulgue ni reciba el Santísimo Sacramento; y le mandamos que no traiga velo en toda su vida; todo lo cual le mandamos lo guarde y cumpla, so pena de ser tenida por relapsa”.
Así, en un ambiente tenso en el que todos miraban de reojo y con sospecha a Magdalena, la otrora santa y ahora bruja se consumió poco a poco hasta su muerte.


RELACIONES CON LOS PODEROSOS: CARLOS V Y LAS MANTILLAS BENDECIDAS

La fama de santidad de Magdalena de la Cruz llegó a ser tan grande en España que los nobles pugnaban por conseguir reliquias de la monja. Sus cartas tenían un gran valor para muchos y por ello era frecuente que escribieran al monasterio a la espera de una respuesta de su puño y letra, que conservaban después con devoción. El propio emperador Carlos V llegó a enviar un emisario con las mantillas de sus hijos para que fuesen bendecidas por Magdalena.


LA "PASIÓN" DE MAGDALENA Y... LA ESPINA MILAGROSA

En plena Semana Santa cordobesa, Magdalena de la Cruz se encontraba contemplando la Pasión de Cristo a su paso por la calle de la Amargura. De pronto entró en un estado de arrobamiento que la privó de sus sentidos naturales y se clavó una espina de gran tamaño en el pie. El invisible ser que siempre la acompañaba le dijo que partiera la espina en tres partes y pusiera cada una de ellas sobre tres sepulturas del convento para que de esa forma los allí enterrados fueran bendecidos.

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