martes, 5 de enero de 2010

Las víctimas inocentes de Satán


La brujería fue algo más que una superstición en la historia de España comprendida entre el siglo XVI y principios del XIX. Horrendos crímenes se gestaron al amparo de pócimas, rituales y pactos con supuestas entidades del Más Allá. La muerte fue en ocasiones el resultado de estos terroríficos juegos diabólicos.

Las víctimas inocentes de Satán


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UNA PERCEPCIÓN NO MUY EXACTA

El folclore y las tergiversaciones introducidas por la leyenda han creado la errónea sensación de que quienes se movían en el oscuro mundo de las artes prohibidas fueron perseguidos de manera desproporcionada y sectaria por las autoridades eclesiásticas de la época simple y llanamente debido a su aparente condición de herejes. Sin embargo, lo que supuestamente era una ciencia popular basada en los poderes curativos de la sabia Naturaleza y de sus elementos, aderezada con estrambóticos rituales que no solían ir más allá de un mero espectáculo de cara a posibles clientes, degeneraba en ocasiones en auténticos despropósitos en los que se derramaba la sangre de inocentes. Y es que bajo el manto del conocimiento oscuro se cobijaban muchas personas con desequilibrios mentales o, simplemente, dotadas de un instinto asesino y sádico que afloraba en dichas ceremonias. Trabajos de investigación como el de Rafael Martín Soto han dejado en evidencia la leyenda negra que se creó en torno a este tema. Bajo el título Magia e Inquisición en el antiguo Reino de Granada, Soto realiza un exhaustivo ensayo donde desgrana, uno a uno, los casos más relevantes estudiados por el Tribunal del Santo Oficio de esta ciudad, cuya jurisdicción comprendía las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería. Gracias al análisis de 681 expedientes, han visto la luz algunos de los sucesos más escalofriantes asociados a la brujería en nuestro país. Estos hechos no eran frecuentes, pero tampoco excepcionales, y resultan representativos de muchas de las creencias que sirvieron de base a asesinatos despiadados.


MAGIA NEGRA

Uno de los crímenes más horrendos de los que se tiene constancia se cometió en el mes de junio de 1752 en la población granadina de Baza. Don Andrés de Segura,
administrador de las tierras del pueblo granadino de Orce en nombre del Conde
de Aguilar, no tenía escrúpulos en practicar toda clase de ritos mágicos buscando la mejora de su salud, una juventud que se le escapaba y, cómo no, más riqueza y poder de los que ya ostentaba. Para ello no dudó en rodearse de supuestos hechiceros y de brujos que alentaban sus esperanzas y sus deseos a base de conjuros de magia y de ceremonias oscuras. El mayordomo de Segura, don Álvaro Vicente de Mendoza, que pertenecía también a una familia acaudalada, compartía con él el dudoso gusto por aquellas artes mágicas. Este personaje, tan despreciable como carente de escrúpulos, contrató los servicios de unas gitanas de Baza con fama de brujas en la región para conseguir “sangre útil” con la que encontrar un fabuloso tesoro presuntamente oculto en las tierras de su señor. Y es que en esta época la búsqueda de tesoros por los campos de nuestro país era una afición tan común que casi podía considerarse una plaga. Curiosamente, la manera en la que muchos se encargaban de averiguar el emplazamiento de tan codiciado botín era mediante ritos mágicos en los que el elemento principal era la sangre. Normalmente se utilizaba sin pudor la de gatos o perros, lo que no otorgaba siempre un buen final, ya que, según los libros prohibidos, la única sangre que aseguraba una certeza plena en la localización del tesoro era la humana, con la particularidad de que cuanto más inocente fuera la víctima y con mayor sufrimiento se extrajese la sangre mejor resultado se obtendría. Con semejante encargo las hechiceras, que respondían a los nombres de Antonia Guillén, María Antonia Moreno (su hija), María Josefa Tudela, Josefa Romero y Bernarda Vizcaíno, se pusieron manos a la obra la misma Noche de San Juan. En esa fecha mágica las tres últimas llevaron a casa de la primera un crío de apenas dos años que habían secuestrado tres días antes y al que no habían alimentado desde entonces con objeto de hacerle sufrir. Antonia cogió al niño en su regazo y le propinó una brutal paliza, durante la cual recogió en un recipiente tanto las lágrimas como las babas de la infeliz criatura. Posteriormente, y con una sangre fría que dejó estupefactas a las demás mujeres, no dudó en rebanar el cuello del pequeño, cuya sangre depositó en el mismo recipiente. A la mañana siguiente don Álvaro llegó a casa de Antonia Guillén, recogió su encargo y se marchó con el preciado líquido, listo para ser usado en los rituales para los que había sido obtenido. Solo las cinco mujeres recibieron castigo por parte de la Justicia. Pese a comprobarse su participación en los hechos, los dos hombres poderosos y acaudalados jamás fueron perseguidos por un crimen tan repugnante.

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PACTOS DIABÓLICOS

Pero si hay algo que ha caracterizado socialmente a la brujería son los supuestos pactos realizados a través de ceremoniales con las diversas entidades que pueblan los infiernos. Aunque los acuerdos entre demonios y humanos eran los más comunes, se creía que el Averno estaba poblado por una gran variedad de entes. Por ello, en función de los deseos y de la cuantía que el solicitante quisiera sacrificar, el pacto era con unos seres o con otros. Ni que decir tiene que cuanto más importante fuese el ente en el escalafón del inframundo más difícil, complicado y sangriento era el precio de sus concesiones. Y si a eso se suma que el pacto diabólico por excelencia era el que se hacía con el mismísimo Lucifer, no es difícil imaginar cuál era el pago de aquellos que pretendían conseguir favores de Belcebú.

Resulta inquietante saber que estos eran los acuerdos a los que mayor número de personas se adherían y, por consiguiente, también los que en un principio mayor número de víctimas causaron en el pasado. La particularidad de los crímenes cometidos a causa de este tipo de acuerdo no se debe pasar por alto: eran los únicos, en el contexto de los ritos practicados por los hechiceros, de carácter egoísta, ya que el interesado era el único beneficiado. En todo caso, en una época en la que la creencia en Dios y en Satanás no era cuestión de fe, sino de supervivencia, una vez iniciado el proceso nadie en su sano juicio osaba echarse atrás en cuanto a las pretensiones del Maligno. Niños con unas determinadas peculiaridades, mujeres jóvenes vírgenes o, en su defecto, personas de consanguinidad probada con el interesado solían ser los sacrificios exigidos a quien quería obtener los favores del Príncipe de las Tinieblas.

Los papeles del Santo Oficio incluyen procesos inquisitoriales contra algún crimen en el que el pacto diabólico era el principal elemento argumental. Un claro ejemplo es la actuación que se llevó a cabo contra un personaje llamado Pedro Felipe José Bravo. Este tenía la intención de secuestrar y de asesinar a tres pequeños, pero solo hubo que lamentar la muerte de uno porque una dolencia grave impidió a Bravo cumplir con su macabro objetivo. El 26 de abril de 1748 Pedro Felipe se presentó de manera voluntaria ante el comisario de la Santa Inquisición de Málaga para confesar que había cometido horrendos crímenes contra la ley de Dios. Según lo recogido en los documentos de esta institución, la ilusión de este hombre era tener dos cosas en la vida: dinero para gastar y mujeres a las que cortejar. En un viaje que hizo a Portugal conoció a un brujo que le confió una serie de conjuros para conseguir lo que tanto ansiaba. La sencillez del procedimiento sorprendió a Pedro Felipe. Según narró, primero debía pedir a Dios el deseo y, si no lo concedía, tenía que dirigirse al Diablo. Si este se lo otorgaba, habría que pagar un pequeño tributo a cambio. Bravo decidió poner en práctica los conjuros. En lo relacionado con las mujeres no tuvo problemas; tampoco los había tenido antes. Pero los dirigidos a saciar su sed de dinero no sirvieron para generar la fortuna que había previsto. Furioso, reclamó con todas sus fuerzas hablar con el Diablo, pero no obtuvo respuesta. Desconcertado, siguió las crueles instrucciones de uno de los libros prohibidos que hacían referencia a la obtención mágica de dinero. El rito que escogió consistía en bañar en la sangre de un inocente una moneda para que, tras pronunciar las palabras correctas, esta volviera a sus manos una y otra vez en mil ocasiones para poderla gastar de nuevo. Para ello no dudó en raptar a un pequeño y degollarlo. Acto seguido, introdujo una peseta en el fluido vital del crío. Contento con sus actos y a la espera de que dieran fruto, pensó que con una sola víctima no obtendría un gran beneficio e intentó raptar a dos niños más. Sin embargo, enfermó gravemente. Creyendo que la dolencia era un castigo de Dios, se encomendó a la Virgen

María y prometió confesar todos sus pecados si le devolvía la salud. Y esta volvió. Por ello se animó a confesar, esperando la misma indulgencia de los hombres que la que le había sido concedida por el cielo. Obviamente, el clero no fue tan generoso e hizo caer sobre Pedro Felipe todo el peso de la ley eclesiástica. Pagó caro en propia carne sus desmanes y su crueldad. Sea como fuere, da pánico pensar en el número de víctimas que la brujería dejó atrás. Y es que el ser humano puede llegar a ser el peor de los demonios.

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EL DIABLO...en la Iglesia

Los procesos contra religiosas por practicar la brujería tienen famosos precedentes. El que se desarrolló contra las monjas de Aix en Provence (Francia) en 1611, el de las ursulinas de Loudun (Francia) en 1634 o el de las hermanas de Louviers (Francia) en 1647 son claros ejemplos. Pero los casos más notables, quizá porque llegaron a abrirse procesos inquisitoriales contra sus responsables, fueron sin duda el del convento de San Plácido de Madrid (16281647) y el de las Carmelitas Descalzas de Corella, Navarra (1730-1737). Muchos de ellos presentan semejanzas más que evidentes con los hechos acontecidos en el convento de Santa Clara de la Paz de Antequera: infanticidios, orgías, exorcismos, ritos y ceremoniales de adoración al Diablo... Las cárceles secretas de la Santa Inquisición, como la de Toledo, eran el destino de muchas de estas religiosas.


Sabías que...
algunos manuales de magia, como La clavícula de
Salomón o La gallina negra, eran consultados por quienes buscaban tesoros? Los ritos incluían como alternativa a la sangre humana la de un animal. Sin embargo, a la hora de celebrar sus grotescas ceremonias más de un fanático optaba por ejecutar a niños sin bautizar.



EL HOMBRE DEL SACO: Una leyenda muy real

Los brujos y las hechiceras se servían de la superstición popular para obtener beneficios con complicados ungüentos y pócimas con los que alentaban la falsa creencia de que curaban enfermedades. Puesto que en muchos libros de hechicería se hacía referencia a las peculiaridades mágicas de la sangre y de los fluidos corporales de los niños, se asentó la idea de que estos tenían en su inocencia la clave del bien que luchaba contra el mal. Es por ello que muchos desalmados se dedicaron al secuestro, el tormento y el asesinato de pequeños con el propósito
de comerciar con ellos. Estos personajes son conocidos como “sacamantecas” y dieron origen a la leyenda popular del hombre del saco, que se caracteriza por su gran crueldad. Uno de los casos conocidos en los que actuó este personaje es el crimen del Martinete. Un niño de corta edad llamado Manolito Sánchez fuesecuestrado, torturado y asesinado para que su sangre sirviese de bálsamo a los males de un conocido torero de la época. Este acontecimiento tuvo lugar a principios del siglo XX y es una buena muestra de lo extendida y de lo asentada que estaba esta superstición.

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MAGIA EN LA IGLESIA

Resulta curioso comprobar que en el seno de la curia existía también una clara inclinación hacia las prácticas de hechicería. En la época en la que sucedieron los acontecimientos recogidos en los documentos de la Santa Inquisición la diferencia entre el alto y el bajo clero era tan abismal que muchos párrocos y monjas compartían no solo las supersticiones y los miedos de sus feligreses, sino también su ignorancia de la propia fe cristiana, de la que supuestamente eran paladines. En palabras de Carmelo Lisón Tolosana, autor del libro Demonios y exorcismos en el Siglo de Oro, las “huestes” que poblaban las filas del “ejército del Señor” entre los siglos XVI y XVII constituían un “bullanguero contingente de ignorantes y frívolos,
apicarados y trotamundos”. Con semejante panorama no es de extrañar que el Tribunal del Santo Oficio se encontrase en más de una ocasión con casos tan inauditos como el acontecido en el convento de Santa Clara de la Paz, ubicado en la malagueña ciudad de Antequera. Los hechos que iniciaron la actuación de la Inquisición fueron los testimonios voluntarios que algunas de las monjas prestaron sobre los turbios acontecimientos que supuestamente se producían dentro de los muros de aquella casa de clausura. Según las hermanas, dentro del convento se reunían de forma periódica adoradores del Demonio que contaban con la complicidad de algunas religiosas. Lo atestiguado era de tal gravedad que se puso en marcha la Justicia eclesiástica para dilucidar si las acusaciones eran ciertas. Se descubrió que, en efecto, en aquel convento muchas de las monjas se habían visto involucradas en cultos presuntamente satánicos y en ceremonias de carácter orgiástico. En ellas llegaron a participar hasta 41 monjas del convento y 47 varones, entre religiosos y legos. Los ritos se iniciaban con una serie de rezos y cánticos, a los que posteriormente seguía un suculento banquete. Una vez finalizado, todos los presentes se enzarzaban en las prácticas sexuales más procaces. Como resultado de tales acciones muchas de las mujeres quedaron embarazadas. Posteriormente, fueron sometidas a abortos, aunque en algunas ocasiones llegaron a nacer niños que fueron sacrificados en nuevas ceremonias con el fin de utilizar su sangre en la elaboración de ungüentos y mejunjes con los que curar enfermedades. El infanticidio fue, por tanto, el triste final de aquellos inocentes que tuvieron la desgracia de nacer dentro de los muros del convento. Los nombres de casi todos los participantes en aquellos hechos están recogidos en las actas. Muchos fueron castigados, pero otros apenas merecieron una mísera amonestación. Sea como fuere, lo único cierto es que el caso del convento de Santa Clara de la Paz de Antequera se desarrolló con un sigilo extremo debido a las connotaciones del mismo. Sorprende que en 1767 se llevase a cabo un proceso semejante con un secretismo de tales proporciones. Pese a todo, los hechos salieron a la luz gracias al exhaustivo estudio realizado por los investigadores de la curia.

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